Por Clara Maylín Castillo
Cuando se habla del cubano, en términos de idiosincrasia,
obligatoriamente emerge su naturaleza jaranera. Reír es para nosotros, de algún
modo, necesidad, y tiene su satisfacción gracias al trabajo de artistas escénicos
que, con mayor o menor acierto, encuentran las señales de su meta profesional
justamente en la hilaridad del público.
Detrás de cada espectáculo, de cada provocación a la risa,
se agita un mundo complejo en el que prima la seriedad, ya sea por los
imperativos de superación, los conflictos de expresión o las injusticias que en
todas las artes establece la noria promocional.
Para introducirme en ciertos temas relativos a la creación
humorística en el país, dialogué con Luis Enrique Kike Quiñones, reconocido
comediante y a la vez director del Centro Promotor del Humor, institución esta
que predica y ampara la auténtica realización en la referida vertiente teatral.
-El propósito del Centro es conservar el humor como género
identitario de la nación. Para lograrlo, ¿cuál es su mayor desafío?
Mantener el nivel del humor escénico en Cuba es muy difícil
si tienes en cuenta que el Centro no tiene una institución donde representar
sus obras, sino depende de lo que asumen terceros. Nuestra programación depende
mucho de lo que le guste o quieran hacer otros y eso dificulta nuestro trabajo,
sin contar con que el proceso de elaboración del humor se desvirtuó un poco
después del 2000. Las mejores cosas del humor cubano se hicieron, en mi
opinión, en los primeros ocho años de creado el Centro y después hubo una etapa
de meseta, quizás un adormecimiento desde el punto de vista académico,
provocado sobre todo por el boom que tuvo el humor en los centros nocturnos que
exigen menor preparación. En los últimos siete años nos dimos a la tarea de ir
retornando al teatro y hoy se aprecia un retorno significativo. Se manifiesta
fundamentalmente en la programación que hemos logrado en las jornadas a lo
largo de todo el país. Para hacer su Festival Nacional, el Aquelarre, el Centro
ya no pide que se presenten proyectos con pequeñas representaciones; exige
espectáculos teatrales y se presentan muchos. Los artistas ya no vienen con
cualquier cosa; traen un diseño escenográfico, de luces, de vestuario. Se ve
que hay un proceso de preparación.
-Mirando también más allá de los dominios del Centro,
quisiera me valorara la situación del humor cubano en la actualidad.
Está en muy buen momento. Tiene muy malos cultores del
género y otros muy buenos. Son más estos últimos, pero los malos muchas veces
no reciben el tratamiento que deben tener. Hay autoridades culturales que no le
dan mejor tratamiento a otros mejores hacedores. Voy a poner un ejemplo.
Estamos hablando de un espacio equis, con un evento equis que se puede hacer en
una provincia, y muchas veces no llaman al Centro para buscar los mejores
talentos, sino a los más conocidos, que a veces no son los mejores. Haber
salido en la televisión no determina que tú seas un buen humorista. Estoy
hablando de políticas de promoción de lo que vale la pena y lo que no. Muchas
veces los programadores, las personas que llevan las propuestas a las
provincias, no cuentan con el Centro y nos encontramos después con los
descalabros y las quejas del propio público.
-¿Cuáles son los actores, grupos y programas radiales o
televisivos que representan actualmente el pináculo del género?
Tenemos unos cuantos. En primer lugar menciono a Osvaldo
Doimeadiós, a quien nadie supera ni en preparación, ni en teoría, ni en
inteligencia. También están el grupo Komotú, Caricare, Etcétera, Pagola la
Paga, Carlos Gonzalvo y Luis Silva, que es un caso muy conocido y lo que hace
tiene relevancia.
-¿Qué piensa de los programas televisivos?
Se salva “Vivir del cuento” por los tratamientos de los
personajes, porque es un colectivo que trabaja muchísimo y en serio. De ahí en
fuera, no hay nada que buscar.
-En la conferencia de prensa del Humoráculo usted dijo que
“afortunadamente” no todos pertenecen al Centro Promotor del Humor.
Si todos pertenecieran, el Centro no sería vanguardia en la
creación. No son todos los que están, pero sí podemos decir que están todos los
que son. Del Centro no es Ulises Toyrac, un buen cultor del género, ni
Rigoberto Ferrera, pero son muy contados los casos.
-También declaró en su disertación “¿De dónde venimos?
¿Quiénes somos? ¿Hacia dónde vamos?” que una de las decisiones más valientes
del Ministerio de Cultura fue la creación del Centro Promotor del Buen Humor en
1994.
Sí. Crearlo en ese contexto tan complejo, con un panorama
sociopolítico y económico complicado, fue muy valiente, porque se le dio la
posibilidad de tener una representación estatal a un grupo de personas que se
dedicaban a señalar los lunares de la sociedad. Eso da un sentido de fortaleza
con respecto a las instituciones.
-¿Qué papel tienen las universidades en la formación de
grupos humorísticos?
Tradicionalmente hemos salido de las universidades. De
alguna manera, esa formación general da una visión muy importante y un olfato
especial para encontrar los escollos que debe sortear el humor. Nosotros damos
la posibilidad de superación en cursos de actuación, dirección, diseño,
expresión corporal, y contamos para eso con profesores como Carlos Díaz y
Osvaldo Doimeadiós.
-El humor se nutre de la realidad socioeconómica, y ello lo
constata con cierta perplejidad el público, por ejemplo, en el programa
televisivo “Vivir del cuento”. ¿Cómo manejan los comediantes el tratamiento de
temas complejos?
Tenemos plena libertad para crear. La censura la ponemos
nosotros mismos y aquellos que reciben el humor. A los cubanos nos gusta
reírnos mucho, sobre todo cuando es de algo que no nos toca, cuando no nos
vemos reflejados. Por ahí empiezan los problemas. Todo el mundo dice “hay otros
miles de temas que se pueden tocar, ¿por qué tenías que tocar el mío?” En Cuba
es muy difícil tratar los temas relacionados con los médicos, pero también es
complicado tratar los temas con los maestros, pero es complicado tratar los
temas con los negros, pero es complicado tratar los temas con la mujer… Todos
los temas son complicados. Entonces yo siempre digo que desde el humor se puede
tocar todo. El qué no es lo que determina, sino el cómo. Eso es lo que
determina si el humor es válido.
-¿Qué sucede cuando las personas reclaman por sentirse
aludidas?
Siempre tratamos de explicarles, porque el humor no va hacia
una institución determinada, ni hacia un grupo; va hacia los males que pueden
tener un grupo o un sector de la sociedad. El humor sobredimensiona los
fenómenos para que sean visibles, si no, no estamos ridiculizando, no estamos
dándoles el tratamiento que supone el género como arte. Nosotros defendemos el
criterio de que el humorismo no está hecho para ser complaciente. Alguien dijo
una frase que me encanta: el humor debe ser arena y no aceite en la sociedad.
Nosotros somos esa arena que obliga a revisar, limpiar, dar mantenimiento para
poder seguir. Si el humor se aprovecha, con todas sus armas, puede ayudar a
salvar muchas cosas de la sociedad.
-En nuestro contexto, ¿cuál debe ser el principio rector de
un humorista?
Tener un verdadero compromiso con lo que dice. Es una gran
responsabilidad tratar un tema desde el punto de vista del humor. Si el
humorista no es consciente de lo que dice y por qué lo dice, entonces es
indefendible.
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