viernes, 4 de diciembre de 2015

Arena, no aceite



Por Clara Maylín Castillo

Cuando se habla del cubano, en términos de idiosincrasia, obligatoriamente emerge su naturaleza jaranera. Reír es para nosotros, de algún modo, necesidad, y tiene su satisfacción gracias al trabajo de artistas escénicos que, con mayor o menor acierto, encuentran las señales de su meta profesional justamente en la hilaridad del público.

Detrás de cada espectáculo, de cada provocación a la risa, se agita un mundo complejo en el que prima la seriedad, ya sea por los imperativos de superación, los conflictos de expresión o las injusticias que en todas las artes establece la noria promocional.

Para introducirme en ciertos temas relativos a la creación humorística en el país, dialogué con Luis Enrique Kike Quiñones, reconocido comediante y a la vez director del Centro Promotor del Humor, institución esta que predica y ampara la auténtica realización en la referida vertiente teatral.

-El propósito del Centro es conservar el humor como género identitario de la nación. Para lograrlo, ¿cuál es su mayor desafío?

Mantener el nivel del humor escénico en Cuba es muy difícil si tienes en cuenta que el Centro no tiene una institución donde representar sus obras, sino depende de lo que asumen terceros. Nuestra programación depende mucho de lo que le guste o quieran hacer otros y eso dificulta nuestro trabajo, sin contar con que el proceso de elaboración del humor se desvirtuó un poco después del 2000. Las mejores cosas del humor cubano se hicieron, en mi opinión, en los primeros ocho años de creado el Centro y después hubo una etapa de meseta, quizás un adormecimiento desde el punto de vista académico, provocado sobre todo por el boom que tuvo el humor en los centros nocturnos que exigen menor preparación. En los últimos siete años nos dimos a la tarea de ir retornando al teatro y hoy se aprecia un retorno significativo. Se manifiesta fundamentalmente en la programación que hemos logrado en las jornadas a lo largo de todo el país. Para hacer su Festival Nacional, el Aquelarre, el Centro ya no pide que se presenten proyectos con pequeñas representaciones; exige espectáculos teatrales y se presentan muchos. Los artistas ya no vienen con cualquier cosa; traen un diseño escenográfico, de luces, de vestuario. Se ve que hay un proceso de preparación.

-Mirando también más allá de los dominios del Centro, quisiera me valorara la situación del humor cubano en la actualidad.

Está en muy buen momento. Tiene muy malos cultores del género y otros muy buenos. Son más estos últimos, pero los malos muchas veces no reciben el tratamiento que deben tener. Hay autoridades culturales que no le dan mejor tratamiento a otros mejores hacedores. Voy a poner un ejemplo. Estamos hablando de un espacio equis, con un evento equis que se puede hacer en una provincia, y muchas veces no llaman al Centro para buscar los mejores talentos, sino a los más conocidos, que a veces no son los mejores. Haber salido en la televisión no determina que tú seas un buen humorista. Estoy hablando de políticas de promoción de lo que vale la pena y lo que no. Muchas veces los programadores, las personas que llevan las propuestas a las provincias, no cuentan con el Centro y nos encontramos después con los descalabros y las quejas del propio público.

-¿Cuáles son los actores, grupos y programas radiales o televisivos que representan actualmente el pináculo del género?

Tenemos unos cuantos. En primer lugar menciono a Osvaldo Doimeadiós, a quien nadie supera ni en preparación, ni en teoría, ni en inteligencia. También están el grupo Komotú, Caricare, Etcétera, Pagola la Paga, Carlos Gonzalvo y Luis Silva, que es un caso muy conocido y lo que hace tiene relevancia.

-¿Qué piensa de los programas televisivos?

Se salva “Vivir del cuento” por los tratamientos de los personajes, porque es un colectivo que trabaja muchísimo y en serio. De ahí en fuera, no hay nada que buscar.

-En la conferencia de prensa del Humoráculo usted dijo que “afortunadamente” no todos pertenecen al Centro Promotor del Humor.

Si todos pertenecieran, el Centro no sería vanguardia en la creación. No son todos los que están, pero sí podemos decir que están todos los que son. Del Centro no es Ulises Toyrac, un buen cultor del género, ni Rigoberto Ferrera, pero son muy contados los casos.

-También declaró en su disertación “¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? ¿Hacia dónde vamos?” que una de las decisiones más valientes del Ministerio de Cultura fue la creación del Centro Promotor del Buen Humor en 1994.

Sí. Crearlo en ese contexto tan complejo, con un panorama sociopolítico y económico complicado, fue muy valiente, porque se le dio la posibilidad de tener una representación estatal a un grupo de personas que se dedicaban a señalar los lunares de la sociedad. Eso da un sentido de fortaleza con respecto a las instituciones.

-¿Qué papel tienen las universidades en la formación de grupos humorísticos?

Tradicionalmente hemos salido de las universidades. De alguna manera, esa formación general da una visión muy importante y un olfato especial para encontrar los escollos que debe sortear el humor. Nosotros damos la posibilidad de superación en cursos de actuación, dirección, diseño, expresión corporal, y contamos para eso con profesores como Carlos Díaz y Osvaldo Doimeadiós.

-El humor se nutre de la realidad socioeconómica, y ello lo constata con cierta perplejidad el público, por ejemplo, en el programa televisivo “Vivir del cuento”. ¿Cómo manejan los comediantes el tratamiento de temas complejos?

Tenemos plena libertad para crear. La censura la ponemos nosotros mismos y aquellos que reciben el humor. A los cubanos nos gusta reírnos mucho, sobre todo cuando es de algo que no nos toca, cuando no nos vemos reflejados. Por ahí empiezan los problemas. Todo el mundo dice “hay otros miles de temas que se pueden tocar, ¿por qué tenías que tocar el mío?” En Cuba es muy difícil tratar los temas relacionados con los médicos, pero también es complicado tratar los temas con los maestros, pero es complicado tratar los temas con los negros, pero es complicado tratar los temas con la mujer… Todos los temas son complicados. Entonces yo siempre digo que desde el humor se puede tocar todo. El qué no es lo que determina, sino el cómo. Eso es lo que determina si el humor es válido.

-¿Qué sucede cuando las personas reclaman por sentirse aludidas?

Siempre tratamos de explicarles, porque el humor no va hacia una institución determinada, ni hacia un grupo; va hacia los males que pueden tener un grupo o un sector de la sociedad. El humor sobredimensiona los fenómenos para que sean visibles, si no, no estamos ridiculizando, no estamos dándoles el tratamiento que supone el género como arte. Nosotros defendemos el criterio de que el humorismo no está hecho para ser complaciente. Alguien dijo una frase que me encanta: el humor debe ser arena y no aceite en la sociedad. Nosotros somos esa arena que obliga a revisar, limpiar, dar mantenimiento para poder seguir. Si el humor se aprovecha, con todas sus armas, puede ayudar a salvar muchas cosas de la sociedad.

-En nuestro contexto, ¿cuál debe ser el principio rector de un humorista?

Tener un verdadero compromiso con lo que dice. Es una gran responsabilidad tratar un tema desde el punto de vista del humor. Si el humorista no es consciente de lo que dice y por qué lo dice, entonces es indefendible.


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