Armando Yero La O
Julieta es una mulata de nalgas cimbreantes y tetas
voluptuosas que no para de lamentar su mala suerte. A pesar de sus flamantes 24 años y la
promesa a la Virgen de la Caridad, no ha encontrado marido.
De nada le ha valido –dice resignada- sus dos viajes al
Cobre (en camión) para pedirle a la Patrona de Cuba que le conceda un buen
matrimonio, y si no es mucho pedir, con un extranjero, italiano si fuera
posible, porque ella suspira por Italia.
Sus lacrimógenos reclamos los comparte con otra joven de más o menos la misma edad al compás de
espera de una cola surrealista en una oficina pública. Julieta decía entre
ahogados sollozos que había intentado por todos los medios un matrimonio “normal”
pero no con un hombre “cualquiera”, sino con un italiano.
Me convencí de su sincera pasión amorosa y de la desesperada
angustia que la afligía cuando le dijo a su amiga que el galán de sus sueños
tenía “solamente” 67 años, con algunos problemitas de presión y un incipiente (pero
inquietante) desarreglo coronario, lo cual no enturbiaba para nada la devoción
que sentía por el vejete napolitano, pues de aquella tórrida ciudad le había
dicho que era.
Siete meses de trajines entre el papeleo terrenal y las encomiendas
celestiales no habían arrojado ningún resultado. Tal vez por sus múltiples y
variadas ocupaciones o porque todavía el caso de Julieta no había llegado a su
escritorio, la Virgen parecía no haberse enterado del problema.
A esas alturas, lo único que le quedaba a Julieta era
rociarse gasolina prender un fósforo y convertirse en una antorcha humana.
En ese punto de la conversación (que yo sin querer venía escuchando),
la cola comenzó un sinuoso movimiento hacia el ansiado objetivo y perdí el
epílogo del drama que aquejaba a la mulata. Me asaltó entonces una pregunta:
¿era un amor limpio, desinteresado, “hasta que la muerte los separe” el que
sentía Julieta por el italiano, o por el contrario, una pasión pasada por la
cañería del interés material “hasta que el napolitano se la lleve”, lo que
movía a la hermosa joven a entregarse a un hombre que podía ser su abuelo?
Julieta bien podría ser médica, ingeniera, abogada o hasta
árbitro de béisbol. Edad y posibilidades de desempeñarse en cualquier campo profesional
tiene de sobra, pero hasta donde supe, no la animaba ningún deseo de
realización personal en Cuba.
¿Acaso porque sus aspiraciones fueron alimentadas solo con
las refulgentes imágenes de Vogue o porque en el proceso de su formación
personal quedaron pendientes las asignaturas de la dignidad y el respeto a sí
misma? Quizás nunca le enseñaron que las personas valen por lo que son y no por
lo que tienen.
Me gustaría ver a la monumental mulata dándole a chorritos
el jugo del desayuno a su maltrecho napolitano en medio de los vapores del
verano mediterráneo.
Entonces, estoy seguro, recordaría Julieta con la más dulce
añoranza, la mañana en que por una lamentable equivocación le pidió a la Virgen
de la Caridad que le deparara un buen matrimonio.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario