jueves, 6 de noviembre de 2014

¡Como me gusta hablar español!



Armando Yero La O

El español es un idioma dúctil y expansivo, lleno de sutilezas, sonoro, elegante, musical. Es un portento de finísimas construcciones en lo oral y reserva inagotable de sorpresas en lo escrito.

Tiene un ritmo, una cadencia interior únicos. Sus recursos permiten convertir el peor de los insultos en canto de ángeles.

Es increíble lo que el español puede hacer en términos de comunicación. Por ejemplo, ¿cómo eludir en leguaje forense la presencia de una dama que no está a tono con las circunstancias?

Pues sería del siguiente modo: “Señora, por favor, hágase a un lado  y permita descontaminar la atmósfera de este recinto, dado que su aliento denuncia la ingestión de alguna sustancia agresiva y exhala usted ese olor que oprime el ambiente”.

En una construcción menos académica el discurso se resumiría así: “Oye tú échate pa´llá, que tienes tremenda peste a mofuco…”

Otro ejemplo ilustrativo es este relacionado con ese fenómeno cultural que identifica a los cubanos: el carnaval. Hay un estribillo que alude a la práctica de la diversión masiva en el territorio oriental de la isla que de un modo refinado pudiera decirse así: “Señoras y señores, tengan la bondad de poner a buen recaudo sus extremidades inferiores para evitar  que sus protuberancias epidérmicas sufran los embates del alud humano que pasará dentro de algunos minutos por aquí…” o lo que es lo mismo: “Abre que voy, cuidao con los callos”.

Nuestro idioma presenta meandros insospechados por cuyos cauces discurren juntas, alegres y ligeras, las ideas de un hablante refinado y las de un representante del estamento social más humilde. Veamos.

“No encuentro su figura de fuego, los relámpagos de su risa no se escuchan. No lo hallo en la brisa de la tarde, lo busco, lo llamo y pregunto: ¿a dónde te fuiste con tu alegría celestial?” Así lo diría un eminente catedrático. Pero un simple pueblerino lo resumiría de este modo: Bururú, barará, dónde está Miguel…?

El contenido enigmático del reclamo, lleno de simbolismos y metáforas, queda resuelto de manera concisa en la pregunta final. Eso es buen español, de salón y de calle.

Las cosas más mundanas suenan a coro de ángeles cuando se emplea bien el lenguaje. Por ejemplo, un cofrade muy dado a los goces intensos de la carne me relató cómo había sido su última aventura en las verdes praderas del parque Granma.

“A la bella que accedió a llenar mi transitoria soledad, hube de retribuirle generosamente por tan humanitario servicio; no regateó nada porque en el contexto geográfico donde tuvo lugar nuestro intercambio de fluidos corporales no existían las condiciones ideales”.

¿Es decir, que utilizaste la hierba como colchón? le pregunté maravillado por su elocuencia. “Sí, fue un encuentro en el que las hormigas también hicieron lo suyo”, me respondió.

Este mismo amigo me describió luego en perfecto español de academia, cómo se había sentido en una tórrida cena: “Maticé los sólidos con unas cuantas copas de Pinilla, las cuales me hicieron recordar las iras de Zeus y el brebaje que preparan las tres brujas de Macbeth al inicio de la tragedia shakesperiana. Fue una cagástrofe”.

Pero nuestro idioma, de tan rico y variado, también puede volverse arma de doble filo. Personas que desconocen el significado de algunos vocablos harían bien en eliminar esas lagunas. Así se evitarían situaciones tragicómicas como la de referirse al “extenso prepucio” en lugar de “largo prefacio”.

O aquel otro que se negó a escribir “cronológico” en un discurso porque le pareció una palabra obscena y prefirió en cambio “coprofágico”, término que según leal saber y entender, era más bonito.

Así es el español, lleno de sinuosidades y trampas semánticas, extraordinario reservorio de recursos estilísticos con los que podemos embellecer las situaciones más procaces.

Por ello, creo que nuestro idioma descansa en el pináculo de la comunicación humana. ¡Como me gusta hablar español!

No hay comentarios.:

Publicar un comentario