Por Clara Maylín Castillo
Un salón vacío, resultado del helado de calidad corriente y precios astronómicos. |
Con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte echar:
hermoso, sublime, filantrópico verso martiano. Tal vez erróneamente, muchos
evocan de forma automática al Apóstol cuando encaran su costo de vida, o cuando
ven surgir opciones pensadas para una solvencia que desconoce el salario
estatal. Semejante apego a la ideología de Martí, en términos de la economía
actual cubana, me resulta ya una cuestión de ilusos, a veces una inútil
jeremiada de quienes se dejan carcomer por un mecanismo de negación.
Lumbrera en el siglo XIX, el ilustre pensador podía
vaticinar la política rapaz de Estados Unidos, apostar por un futuro mejor para
sus coterráneos, pero no podía prever la tormenta que generaría para la Cuba
independiente el periodo de transición del capitalismo al socialismo, ni estaba
consciente del fatal error que implica la fe ciega en el ser humano. Tal
verdad, a mi entender, justifica totalmente el desapego del presente económico
del país con cierta idea martiana. De ahí que no se me ocurra a estas alturas
clamar por precios módicos, sino por ofertas justas y rentables cuando queda
abierta una posibilidad.
Todo aquel que propugne los principios de justicia y
rentabilidad debería inquietarse ante la situación de la Chocolatera sita en la
capital granmense. Inaugurada el 30 de abril último, la instalación ha sido una
de las novedades más atractivas de la gastronomía bayamesa, bautizada como la
Casa del Chocolate, un nombre modesto, sociable, que parece convidar a todos. A
juzgar por los precios, habrían tenido un mayor acierto conceptual si la
hubiesen denominado el Burj al Arab del Chocolate, aunque la calidad de los
productos desmintiera el nombre al cabo.
Con solo seis meses de marcha, la unidad incumplió en
septiembre y octubre su plan de ingresos. La causa del fracaso: poca afluencia
de clientes. Incluso la administradora, Aracelys Reyes Fajardo, estima que los
cumplimientos de etapas anteriores obedecieron exclusivamente al furor de la
novedad. No es casual que consumidores y obreros del local coincidan en el
criterio de que los precios son demasiado altos para la naturaleza de la
oferta.
“Vine por primera vez cuando abrieron, después en agosto y
en septiembre”, dijo Dignora Lorente Arjona, enfermera de profesión – Es muy
bueno el servicio, pero los productos son carísimos, no son asequibles para
casi nadie, y el helado a veces está blandito”.
Si esta mujer, que pertenece al sector más aupado
salarialmente, confiesa evita visitar con frecuencia la unidad, qué dirían
quienes hacen malabares para llegar a fin de mes. De acuerdo con los
comentarios, explícitos muchos en el libro de quejas, nadie parece aprobar que
la especialidad de la Casa, el baychoe, cueste cinco pesos, cuando consiste en
un dulce y dos bolas pequeñas de helado rociadas con sirope de caramelo.
Tampoco convence un bombón a seis; los dulces corrientes de la tienda de la
unidad están en desventaja con respecto a los que expenden algunos puestos
privados ambulantes; y las figuras marinas, 75 gramos de chocolate a veinte
pesos, constituyen una aberración gastronómica dentro de su engañosa envoltura
de regalo.
De las ofertas, la que mayor inconformidad provoca es el
helado: una ración por 3.50, dos pesos más que en las cremerías de la ciudad.
Quien no ha ido aún a la Chocolatera pudiera pensar que dicho helado es un
fruto de alquimia, pero no. Es el mismo que se vende en La Luz y El Amanecer,
instalaciones que también pertenecen a Gastronomía.
Esta miniatura en chocolate cuesta 20 pesos |
Hasta hoy, nadie ha explicado la razón de la diferencia de
precios, probablemente porque el argumento no existe. Solo se han cuidado de
que la instalación se mantenga abastecida, pues cuando otros centros han
carecido de helado por inestabilidades de la Empresa Láctea, la Casa del
Chocolate ha disfrutado el privilegio del suministro.
En cierto sentido, la deferencia resulta entendible: es más
fácil abastecer a un establecimiento que solo vende dos tinas diarias. Según
Carlos Matamoros Aguilar, elaborador y jefe de turno en la instalación, esa
cantidad irrisoria, equivalente a 212 raciones, es la que logran vender en
quince horas de servicio, y agrega que en realidad solo están ocupados los
trabajadores durante una quinta parte de la jornada laboral.
La desfavorable opinión popular y los dos incumplimientos
recientes – reveses demasiado tempranos – presagian a la unidad un futuro
consistente en la sucesión de fiascos económicos y la penosa imagen de obreros
sentados, bostezando, o relatando el último capítulo de la serie televisiva en
boga. De mantenerse semejante cuadro, el centro alcanzará una reputación
fabulosa entre los estudiantes de gastronomía, arrancará anhelos jóvenes, hará
que algún padre rece para que su consentido sea ubicado allí, en la Casa del
Chocolate, donde Bayamo erige un templo al ocio.
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