Armando Yero La O
En nuestro cotidiano desempeño profesional, las secretarias ocupan un lugar importante del tiempo que invertimos en obtener un dato, verificar una cifra o hablar personalmente con un jefe.
Fortificadas en esos castillos medievales a prueba de
asaltos que son sus escritorios, las secretarias tienen el don de obrar
milagros en lo tocante a la vida de sus superiores, que son nuestras
principales fuentes de información.
Una secretaria puede “trasladar” al director de la empresa
al extremo occidental del país con un chasquido de sus dedos, o meterlo en una “reunión”
que solo ella sabe donde es, o sacarlo en un “recorrido” con gente “de arriba”
cuando queremos verlo o hablar con él por teléfono.
Es rarísimo que una secretaria le diga a un periodista: “sí,
espere un momento, le comunico enseguida con el director”. Lo usual es que,
poniendo voz de Radio Enciclopedia, le anuncie que “el gerente (si es una
empresa que opera en divisas) está para La Habana, o que el compañero (si es
una institución solo de moneda nacional) está reunido.
En ambos casos pudo ser que la secretaria decidió mover La Habana
hacia el despacho de su jefe y el periodista nunca se enteró de ello, o que la
reunión no era tal, sino una simple ausencia del director.
Es una recurrente
manía que tienen estas alimañas de buró de impedir a toda costa que vea a su
superior.
Las hay que tienen un bien surtido repertorio de trucos y
estratagemas. Los más sofisticados son aquellos mediante los cuales le dicen al
periodista que el jefe sí está, pero que no está. No es un trabalenguas, es la
realidad.
Si la secretaria no tiene confianza con el periodista (o
mejor dicho, éste con ella), le dice: “él está, pero en este momento no lo
puede atender, llame dentro de 15 minutos”. Y el ingenuo periodista se le seca
el dedo llamando después del plazo establecido sin éxito.
Si por el contrario, el periodista tiene alguna cercanía
personal con la secretaria, ella le dice: “ay, mi cielo, llámame ahorita que te
lo voy a poner, él está reunido pero termina pronto”.
Y el periodista llama dos veces, como el cartero, pero
descubre que de pronto, el número telefónico de la oficina del jefe se ha
vuelto sospechosamente ocupado.
Otras secres prefieren mentiras más potables: “el director
no lo puede atender porque se fue en el vuelo de esta mañana”. Y el periodista,
que no es piloto, pero sabe que ese día no hay vuelos por Bayamo, se ve
obligado a aceptar el intempestivo viaje del jefe.
La secretaria impersonal es una de las peores. Esa ni se
toma el trabajo de hacerle un cuento al periodista. No se rebaja al simplismo
de inventar una reunión para el jefe o extrapolarlo a las antípodas. Simplemente
le dice que no sabe dónde está ni tampoco cuando regresa, ni si está vivo o
muerto.
Pero la más intransitable es la que tiene complejo de
Interpol. Esa pregunta quién quiere ver al director para qué quiere verlo y qué
asunto va a tratar con él, y de paso, averigua el teléfono del solicitante
supuestamente para llamarlo cuando el jefe llegue. Huelga decir que jamás llamará
y que no habrá manera de saber si el superior llegó.
Cuando hastiado del teléfono el periodista decide personarse
en la oficina del dirigente, la secretaria lo escudriña con el mayor descaro y
asesta la estocada final, la buena, la que no falla nunca: “el director acaba
de irse”.
Se han dado casos en que antes de que el jefe “llegue a La
Habana”, según la secretaria, éste sale inesperadamente de su oficina y al
periodista no le queda otro remedio que ponderar la velocidad con que se vive
en estos tiempos.
En una ocasión estuve casi tres semanas detrás del director
de una empresa para coordinar un reportaje a una de sus unidades básicas.
Visité su oficina en los horarios más insospechados pero su secretaria era
infalible e inamovible. Permanecía todo el tiempo en su puesto y como disco
rayado me repetía con un laconismo insuperable: “no está”.
Finalmente logré verlo un día casualmente en la calle. Me
atendió muy bien y a mi enmohecida solicitud respondió: “no hay problema, pasa
por mi oficina para conversar con más calma”. El reportaje nunca se hizo.
Sin embargo, no todas las secretarias pertenecen a esta
estirpe de murallas vivientes. Las hay corteses y serias, delicadas e
informadas, solidarias y dulces. En estas categorías clasifican el 0000,1 por
ciento de todas. Estas son las verdaderamente valiosas y útiles. Las otras
forman parte de esa plaga necesaria de la modernidad de los tiempos que corren.
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