Por Harold Cárdenas Lema
Estamos acostumbrados a las jerarquías en los actos políticos, a que nos designen dónde nos toca y en algunos casos, hasta se ensaya qué debemos decir. |
Hace 2300 años Aristóteles escribió que el hombre es un zoon
politikon, un animal político en toda su expresión, y tenía razón. Desde la
antigua Atenas hasta ahora, los funcionarios públicos necesitan del respaldo
popular para su gestión, necesitan hacer política porque ella es la que crea el
consenso que los legitima en el poder. Por su parte los ciudadanos tienen el
derecho de participar activamente en la política, tiene sentido si tenemos en
cuenta que las decisiones que se toman en este campo influyen directamente en
sus vidas. Desde la antigüedad hasta ahora ha sido necesario hacer política a
todos los niveles.
Con el triunfo de la Revolución Cubana, en pocos años se
cumplieron las promesas que cinco décadas de República no habían podido
satisfacer y esto dotó al nuevo Estado revolucionario de una autoridad moral
inédita en la historia nacional, el consenso político estaba construido sobre
bases sólidas. Este pudo mantenerse durante mucho tiempo gracias al magnetismo
de Fidel Castro y sus métodos de dirección, incluso durante el Período Especial
la ideología nacional resistió los embates provocados por la necesidad. La
política se hacía a diario y se personificaba principalmente en la figura del
líder, esto traía consigo varios problemas pero estos no se harían tan
evidentes hasta su salida de la política oficial.
Del liderazgo carismático de Fidel pasamos con Raúl a la
institucionalización del país, cambiaron los métodos y estilos de trabajo
mientras el discurso político conminaba a la necesidad de un cambio en el país,
siempre en los límites del proyecto socialista nacional. La convocatoria del
nuevo presidente a que los ciudadanos participen activamente en el destino del
país, incluso apelando a la crítica y respetando las diferencias de cada cual,
tuvo como efecto inmediato cierta socialización de la política. Cuba maduraba
un poco en este sentido.
Sin embargo, todavía existe cierto prejuicio sobre la
participación política de los ciudadanos, para algunos descarriados la
participación en el proyecto socialista se manifiesta a través del apoyo
incondicional a las políticas estatales. Esta mirada excluye la posibilidad de
la crítica y ve con malos ojos el saludable escrutinio que hace la sociedad
sobre las instituciones y la gestión de los funcionarios públicos.
Recientemente, el intelectual cubano Fernando Martínez
Heredia nos decía a un grupo de jóvenes que nos tocaba hacer política, que años
atrás era imposible pero en las condiciones actuales era incluso un deber.
Hacer política antes que otros lo hagan por ti, participar activamente y no
desde la pasividad del espectador. Ahora, ¿hasta qué punto los ciudadanos podemos
hacer política? ¿Hasta qué punto los funcionarios públicos cubanos la hacen?
¿Lo necesitan?
Les pongo un ejemplo, en un concierto que el grupo Buena Fe
dio a revolucionarios venezolanos en un teatro de Caracas, estaban situadas
sillas próximas al escenario para los funcionarios de la ciudad. Momentos antes
de comenzar el concierto un joven sale del público y sube al escenario, toma el
micrófono en mano y le dice al público que los mejores asientos no pueden ser
para los dirigentes, sino para el pueblo, que en una revolución no pueden haber
privilegios ni siquiera a la hora de sentarse en un teatro. Momento tenso.
Es entonces que el funcionario a cargo de la actividad sale
al micrófono y le dice al público que ese ciudadano tiene la razón e
inmediatamente da instrucciones para que los asientos sean retirados mientras
los funcionarios del Gobierno se mezclan con el público. Supo encontrar una
salida política, supo agradecer al joven y no mostrar resentimiento por ese
momento incómodo, de ese concierto la revolución de aquel país salió
fortalecida.
En Venezuela el Estado está constantemente bajo el
escrutinio público, no solo por la presión de la derecha sino por los mismos
revolucionarios que quieren que sus dirigentes estén a la altura de lo que la
revolución exige de ellos. Aunque la comparación es injusta y nuestras
realidades son distintas, no puedo evitar notar que en Cuba hemos perdido
terreno en ese sentido, muchos de nuestros funcionarios pueden incluso darse el
lujo de ser impopulares porque los resortes que los legitiman son burocráticos,
los jueces de su accionar son el cumplimiento de un plan de trabajo que goza
del visto bueno de sus superiores en vez de la opinión pública o el voto
directo del pueblo.
¿Se le ha ocurrido a alguien hacer lo mismo en un acto
político o cultural en Cuba? ¿Qué pasaría? O más interesante aun: ¿qué actitud
tomaría el funcionario a cargo de la actividad? Creo que la Revolución Cubana
no saldría muy fortalecida en ese caso, porque muchos de nuestros funcionarios
han olvidado o nunca conocieron los resortes que mueven la política y la
gestión de la voluntad popular. Confieso que estamos acostumbrados a las
jerarquías en los actos políticos, a que nos designen dónde nos toca y en
algunos casos, hasta se ensaya qué debemos decir. Recuerdo incluso una ocasión
donde el asiento que me tocaba estaba señalado con mi nombre.
Nuestros políticos prácticamente no necesitan hacer
política, conozco casos de funcionarios que en su gestión han resultado
totalmente impopulares y sin embargo resultan promovidos a cargos superiores.
Promover personas así resulta un suicidio político impensable en cualquier
lugar del mundo y estoy seguro que acá también tiene su costo. Un precio lento
pero que se clava en la raíz del proyecto revolucionario y va hundiéndose como
un cuchillo imperceptible que no advertimos hasta que es demasiado tarde.
Tengo un amigo que dice que no se trata solo de ser, sino
que también se debe parecer. No basta con representar los intereses populares
si no se hace con las personas que designa el pueblo. En provincias como
Camagüey o Santiago de Cuba, tenemos dirigentes que gozan del prestigio
popular, este se ha logrado teniendo no solo resultados exitosos sino haciendo
política junto al pueblo. Estos son los que quisiéramos ver en
responsabilidades mayores, la mejor política de cuadros es la práctica misma y
el criterio del pueblo.
Vivo en un país que vive la tragedia de tener
potencialidades sin explotar, con una Revolución que le ha tocado una
circunstancia muy dura y un pueblo que merece más de lo que tiene. Un país que
puede llegar a ser mucho más si logra sobreponerse a su realidad, si logra
salvar a su Revolución, si puede aplicar cambios sin que esto signifique
sacrificar su proyecto político, un país sufrido pero que vale la pena luchar
por él. Vale la pena luchar para que el funcionamiento de las organizaciones
sea mejor, vale la pena militar en ellas y no limitarse a la crítica
francotiradora.
En el contexto actual, hacer política es cada vez más
necesario pero algunos siguen viendo mal que los ciudadanos la hagan, así como
siguen siendo escasos los funcionarios públicos que la hacen como debe ser. En
este país tan instruido, tenemos mucha menos cultura política de la que
presumimos y necesitamos. En un país de tantas encrucijadas, hacemos menos
política de la que debiéramos. Pero estamos a tiempo.
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