Por Armando Yero La O
…pero jamás, en su choza de guano, deja de
ser
el hombre majestuoso que siente e
impone la dignidad de la patria…
José Martí
Los historiadores le deben a Céspedes la página honda que
reclaman su reciedumbre moral y su
magisterio ético. Los biógrafos, la que demanda su capacidad de ruptura y
fundación, la de hombre puente entre la mudez y el grito, entre la sombra y la
luz.
Unos, demasiado apegados a los determinismos económicos que
impiden sondear el profundo abismo en el que reverberan, espumosas, las
esencias de un nuevo linaje; los otros, carentes de la habilidad necesaria para
quitar la hojarasca y llegar al fuste del árbol bajo cuya sombra nos cobijamos.
Historiadores y biógrafos siempre arrancan y terminan en los
mismos lugares: el campanazo inaugurador, la pugna Céspedes-Cámara de
Representantes, deposición-muerte.
Los poetas, en cambio, han sabido aprehender mejor la
dimensión histórica y humana del fundador, proyectándola en el anchoroso
horizonte de la nacionalidad cubana en gestación.
Es sin dudas José Lezama Lima quien despojado de la retórica
de los historiadores, logra penetrar, con su ojo mitográfico, en la esencia
humana de Céspedes.
El genio evocador de Lezama nos sitúa en la agreste
geografía en donde recomienza la inacabable espiral cespediana:
“Su hijo va recogiendo los cabellos que, al ser arrastrado,
han quedado con su sangre en las rocas…”
En este solo párrafo ha podido Lezama sintetizar la
verdadera dimensión fundacional de Carlos Manuel de Céspedes en la historia
cubana ¿Habrá acaso imagen más reveladora que ésta? La sangre del héroe
fecundando la tierra en que ya ha comenzado a cocerse la identidad nacional.
La grandeza de Céspedes, según la interpretación lezamiana,
radica en su inconmensurable sentido humanista. Y tal humanismo, en las
circunstancias del siglo XIX cubano, habría de llevarlo a “la soledad aromosa”
que Lezama apunta como “la soledad de la nación en su alumbramiento”.
“El siglo XIX nuestro fue creador desde su pobreza. Desde
los espejuelos modestos de Varela hasta la levita franciscana de Martí. Todos
nuestros hombres esenciales fueron maestros pobres”, refiere Lezama.
Cualquiera diría al leer estas líneas, que el poeta olvidó o
excluyó deliberadamente a Céspedes y sus seguidores señoriales del 68, pero la
duda se disipa enseguida:
“Claro que hubo hombres ricos en el siglo XIX que
participaron de la integración nacional. Pero comenzaron por quemar su riqueza,
por morirse en el destierro, por dar en toda la extensión de sus campiñas una
campanada que volvía a la pobreza más esencial, a la lejanía, a comenzar de
nuevo en una forma primigenia y desnuda”.
Lezama nos recalca: “La vigilia y la agudeza del pobre lo
llevan a una posibilidad infinita” ¿Y cómo engarza el poeta a la figura de
Céspedes desde el asa dorada de su riqueza con ese concepto de la pobreza
material que lleva a “la posibilidad infinita”?
Precisamente, ahí es donde Lezama advierte como nadie, las
esencias cespedianas y nos devuelve por boca del propio Céspedes la
identificación del héroe con la pobreza fecundante.
“…Yo estoy satisfecho con lo que tengo. Vivo en una choza.
Ando vestido y calzado de una manera grotesca, pero honesto. No tengo
necesidades”.
Céspedes ha sacrificado su riqueza en aras del ideal
libertario, conscientemente, sin el menor atisbo de arrepentimiento, sin
reservas. Y nos lo confirma:
“Paramos el 6 en boca de Báguanos donde presencié el
espectáculo de la marca después de tres años y medio que dejé de verla en La
Demajagua. Me trajo a la memoria, entre otros recuerdos, mi antiguo estado de
señor de esclavos, en que todo me sobraba; lo comparé con éste en que ahora me
veo, falto de todo, pero libre del yugo de la tiranía española. Y eso me bastó:
primero, mi actual estado”.
Tiene razón Lezama al ubicar la verdadera grandeza humana y
moral de Céspedes en su consciente pobreza material, la pobreza fecundante que
al decir del poeta, puso al héroe en la senda de la hazaña iluminadora.
Podemos así compartir con Lezama su visión trascendente de
la estatura ética de Céspedes. Frente a su gesto de desprendimiento no habría
ni antes ni después, asideros equiparables.
Y cuando Céspedes renunció a todo bienestar material, sabía
que estaba unciendo lo aristocrático a lo revolucionario. Estaba transformando
las serviles costumbres en civilidad. Es un ejemplo supremo de superación de sí
mismo, sin renunciar a las raíces que quiere integrar al nuevo estatus.
Él mismo nos da la oportunidad de comprobarlo el 10 de
diciembre de 1873 durante una sesión de la Cámara cuando uno de sus más
enconados enemigos se refiere a su persona despectivamente: “…no se trata más
que de un simple ciudadano”.
“Dijo que yo no era más que un simple ciudadano. Cabalmente,
en eso se cifra mi más legítimo orgullo”, replica Céspedes.
¡Y admitir que aún hoy, algunos lo califican como ansioso de
poder, él, que todo lo sacrificó, menos la dignidad!
Martí lo afirma: “Y no fue más grande cuando proclamó a su
patria libre, sino cuando reunió a sus siervos y los llamó a sus brazos como
hermanos”. Fue este el más grande ejemplo de civilidad que diera cubano alguno.
En Céspedes no sólo
se dan la convicción del ideal patriótico y la visión política, también el amor
encuentra en él un majestuoso arcano. Su trayectoria nos revela dimensiones
inéditas de su amor por los hombres. Un apunte suyo, cuando la conspiración de
la Cámara era ya una realidad indetenible, nos lo demuestra:
“Se marcharon el Marqués y Machado. Dícese que aquí
estuvieron induciendo a Barreto para que no siguiera en la Secretaría de Guerra
y a mis amigos para que me aconsejaran que renuncie a la Presidencia porque
nadie me quiere en Cuba. Ay, pobre de mí ¡Yo que a todos los quiero!”
Poco más de 20 años después, otro cubano fundador reeditaría
el drama cespediano casi en idénticas circunstancias. Martí supera con creces
las contradicciones entre el modo republicano de los civiles y el militar de
los generales, remontándose, como Céspedes, al plano celeste de la inmolación.
Al igual que Céspedes, Martí se sembró a sí mismo para que otros cosecharan.
Y Céspedes, como Martí, no admite comentario. Por su gesto
inicial, por ese rapto de divina resolución, se ha situado fuera del juicio de
la crítica. No es más grande ni menos grande que… o tan grande como… es,
simplemente, el símbolo cristalizado en acto. Y para los símbolos no existen
jerarquías. Con decir Céspedes basta. Todos sentimos y comprendemos lo que significa
en la perdurabilidad infinita de la Cuba eterna.
que hay de cierto que usted hubo de censurar en su blog la entrevista al escritor Fernandez Pequeno
ResponderBorrarInteresante post amigo mío. Admiro a Céspedes, ese hombre que inició el combate por la independencia nacional contra España en el siglo XLX y sacrificó sus bienes a la causa anticolonial e impulsó trascendentales medidas. Su recia personalidad revolucionaria marcó un hito dentro del sector terrateniente, le ganó el sobrenombre de Padre de la Patria.
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