lunes, 10 de marzo de 2014

La Feria bayamesa del Libro: propuesta excepcional para iletrados



Por Clara Maylín Castillo

Aunque los organizadores de la Feria afirmen que el evento fue un éxito, esta imagen los deja muy mal parados.

Cuando recuerdo la Feria del Libro 2013 en Bayamo, la primera palabra que asoma a mi mente es “caos”. Actividades pospuestas, eliminadas, repentinos cambios de planes, desorientación. En ese momento, el fiasco se debió al deceso de Hugo Chávez, con la conmoción y el duelo que acompañaron esa pérdida tan sentida por los cubanos.

Tras valorar el desarrollo de la última edición del evento (2014) recién finalizada, creo al Centro del Libro de Granma le habría sentado de maravilla otra tragedia que lo salvara de la deshonra. Pero Dios no es tan benévolo. Así que al tejado de vidrio de la entidad han ido a parar las piedras de cuantos se han considerado timados con la presunta “gran fiesta del libro”.

Antes del 5 de marzo una podía imaginar el despliegue del suceso cultural. Bastaba con conocer que ningún texto reciente de las editoriales Bayamo y Orto representaría al gremio de escritores del patio debido a la falta de máster para imprimir.

El hecho de que no se comercializara ningún título granmense tampoco equivale a un infortunio popular, porque – seamos objetivos – el lector común no persigue la salida de volúmenes de sellos locales ni se disputa su compra. En realidad, esa ausencia es imperdonable por implicar la irreverencia de la entidad literaria ante sus autores y ante el propósito mismo de una feria provincial.

El problema se agiganta cuando analizamos que la falla no es sino un sacrificio al Olimpo institucional, pues las obras que se imprimieron con solo veinte ejemplares fueron enviadas a la Feria Internacional de La Habana, donde escasamente se venden.

A lo mejor a los directivos del Centro les dolió no decantarse por su pueblo, pero de seguro cavilaron que mayor sería el dolor si el Instituto Cubano del Libro descubría su improductividad. Por eso sacaron todas las cubiertas en cuatricromía – algo inédito en la historia editorial de Granma – y hasta hay quien lo justifica como el empuje de la evolución, como si fuera complicado adivinar el trasfondo de disimulo, sobre todo cuando corren rumores de que la impresión se hizo en el sector no estatal y que el presupuesto destinado a los planes de publicación se acabó de dilapidar en caprichos promocionales.

Hablando del cadáver insepulto de la promoción, debo decir que empedraron el camino del Infierno con las “buenas intenciones”. Creyendo que disminuían la falta, se presentaron varios de esos libros fantasmas en instituciones y comunidades, lo que supuso una continuidad del malgasto económico sin finalidad concreta, pues ¿dónde y cuándo puede adquirir el público las obras? Para colmo, se llegó a concebir la promoción de textos que ni siquiera han visto la luz, pospuestos una y otra vez desde el 2012, como “De la opinión al verso” de Yulexis Ciudad Sierra, aunque a última hora no se hicieron las presentaciones.

¿Fue acertada la selección del lugar para la presentación de libros? A las claras se aprecia que el público
asistente es de "relleno".
Como en el resto del país, en Bayamo la Feria se extiende más allá de su epicentro, a centros laborales, de estudio y a los barrios. Este acercamiento del libro a los diferentes destinatarios es meritorio, pero estimo que la programación requiere un perfeccionamiento, en especial un estudio de públicos. Proponer a autores de literatura para adultos en escuelas primarias, mezclar actos literarios serios con el humorismo y la realización de actividades en escenarios inconvenientes con públicos arreados, fueron algunos de los puntos débiles de la programación, además de la falta de coordinación entre los espacios. Esta última deficiencia me obligó a esforzarme en el Museo Provincial, durante la mesa teórica dedicada a Rolando Rodríguez, para escuchar al Premio Nacional de las Ciencias Sociales y obviar los temas de Laritza Bacallao amplificados sin misericordia en el parque aledaño.

La confluencia de literatura, música, teatro, artes plásticas y cine suele ser una fortaleza de la celebración. Sin embargo, resultaría más válida si no quedara la impresión de que olvidan al libro como objeto primordial del evento. Para el pueblo, la Feria no es la conferencia que se hace en la Casa de la Nacionalidad, ni la lectura en el patio de la UNEAC, ni un espectáculo infantil en la Casa de la Cultura. Para el pueblo, la Feria son los puntos de venta.

Los ilusos se esperanzan cada año con los anuncios del evento de La Habana. Como resultado de ese ensueño, desde el primer día escuché a amantes de la literatura colgar calificativos denigrantes a la Feria, con toda razón. Maestro en el arte de recalentar la cena, el Centro del Libro ofreció lo mismo de siempre (quioscos de librerías municipales, de centros universitarios, con volúmenes de años) y para variar sacó mercancía del almacén, en su mayoría literatura infantil y político – social, nada oxigenada con las brisas editoriales que refrescaron la Feria capitalina. De hecho, en las jornadas iniciales no había obras de Nersys Felipe ni de Rolando Rodríguez, personalidades a las que se dedicó el evento.

De esta realidad, cada vez los lectores exigentes sacan el mismo axioma: somos platos de segunda mesa. Y aun se equivocan, porque específicamente somos platos de tercera. Es indignante ver cómo se repite la incertidumbre en plena Feria, la espera de la famosa rastra de libros proveniente de Santiago de Cuba. En esta edición el ángel de la guarda llegó en la noche del viernes, invocado por el Gobierno y no por el Centro del Libro, con una mercancía que de seguro pasó el filtro del festín santiaguero, es decir, pura sobra destinada a venderse prácticamente en la clausura.

Esta XXIII Feria, es justo reconocer, no cocinó hipocresías. Fue una transparente demostración de cómo funciona el Centro Provincial del Libro y la Literatura, ese icono de la ineficiencia que necesitará taumaturgos para sobrevivir cuando deje de ser entidad subvencionada.

El resultado del evento está más que claro: la insatisfacción del público y de los escritores. Los únicos realmente complacidos con esta farsa fueron los niños (a quienes hemos de perdonar el desconocimiento, incluso la impotencia) y aquellos que compran un libro por primera vez o para estar en sintonía con el contexto. Por ende, no he de asombrarme si en estos días alguien me refuta. Tal vez vea la imagen de un menor bayamés con un libro en la mano, esplendorosamente feliz, seguida de la afirmación de que la Feria fue todo un éxito.

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