Por Clara Maylín Castillo
Aunque los organizadores de la Feria afirmen que el evento fue un éxito, esta imagen los deja muy mal parados. |
Cuando recuerdo la Feria del Libro 2013 en Bayamo, la
primera palabra que asoma a mi mente es “caos”. Actividades pospuestas,
eliminadas, repentinos cambios de planes, desorientación. En ese momento, el
fiasco se debió al deceso de Hugo Chávez, con la conmoción y el duelo que
acompañaron esa pérdida tan sentida por los cubanos.
Tras valorar el desarrollo de la última edición del evento
(2014) recién finalizada, creo al Centro del Libro de Granma le habría sentado
de maravilla otra tragedia que lo salvara de la deshonra. Pero Dios no es tan
benévolo. Así que al tejado de vidrio de la entidad han ido a parar las piedras
de cuantos se han considerado timados con la presunta “gran fiesta del libro”.
Antes del 5 de marzo una podía imaginar el despliegue del
suceso cultural. Bastaba con conocer que ningún texto reciente de las
editoriales Bayamo y Orto representaría al gremio de escritores del patio
debido a la falta de máster para imprimir.
El hecho de que no se comercializara ningún título granmense
tampoco equivale a un infortunio popular, porque – seamos objetivos – el lector
común no persigue la salida de volúmenes de sellos locales ni se disputa su
compra. En realidad, esa ausencia es imperdonable por implicar la irreverencia
de la entidad literaria ante sus autores y ante el propósito mismo de una feria
provincial.
El problema se agiganta cuando analizamos que la falla no es
sino un sacrificio al Olimpo institucional, pues las obras que se imprimieron
con solo veinte ejemplares fueron enviadas a la Feria Internacional de La
Habana, donde escasamente se venden.
A lo mejor a los directivos del Centro les dolió no
decantarse por su pueblo, pero de seguro cavilaron que mayor sería el dolor si
el Instituto Cubano del Libro descubría su improductividad. Por eso sacaron
todas las cubiertas en cuatricromía – algo inédito en la historia editorial de
Granma – y hasta hay quien lo justifica como el empuje de la evolución, como si
fuera complicado adivinar el trasfondo de disimulo, sobre todo cuando corren
rumores de que la impresión se hizo en el sector no estatal y que el
presupuesto destinado a los planes de publicación se acabó de dilapidar en
caprichos promocionales.
Hablando del cadáver insepulto de la promoción, debo decir
que empedraron el camino del Infierno con las “buenas intenciones”. Creyendo
que disminuían la falta, se presentaron varios de esos libros fantasmas en
instituciones y comunidades, lo que supuso una continuidad del malgasto
económico sin finalidad concreta, pues ¿dónde y cuándo puede adquirir el
público las obras? Para colmo, se llegó a concebir la promoción de textos que
ni siquiera han visto la luz, pospuestos una y otra vez desde el 2012, como “De
la opinión al verso” de Yulexis Ciudad Sierra, aunque a última hora no se
hicieron las presentaciones.
¿Fue acertada la selección del lugar para la presentación de libros? A las claras se aprecia que el público asistente es de "relleno". |
Como en el resto del país, en Bayamo la Feria se extiende
más allá de su epicentro, a centros laborales, de estudio y a los barrios. Este
acercamiento del libro a los diferentes destinatarios es meritorio, pero estimo
que la programación requiere un perfeccionamiento, en especial un estudio de
públicos. Proponer a autores de literatura para adultos en escuelas primarias,
mezclar actos literarios serios con el humorismo y la realización de
actividades en escenarios inconvenientes con públicos arreados, fueron algunos
de los puntos débiles de la programación, además de la falta de coordinación
entre los espacios. Esta última deficiencia me obligó a esforzarme en el Museo
Provincial, durante la mesa teórica dedicada a Rolando Rodríguez, para escuchar
al Premio Nacional de las Ciencias Sociales y obviar los temas de Laritza
Bacallao amplificados sin misericordia en el parque aledaño.
La confluencia de literatura, música, teatro, artes
plásticas y cine suele ser una fortaleza de la celebración. Sin embargo,
resultaría más válida si no quedara la impresión de que olvidan al libro como
objeto primordial del evento. Para el pueblo, la Feria no es la conferencia que
se hace en la Casa de la Nacionalidad, ni la lectura en el patio de la UNEAC,
ni un espectáculo infantil en la Casa de la Cultura. Para el pueblo, la Feria
son los puntos de venta.
Los ilusos se esperanzan cada año con los anuncios del
evento de La Habana. Como resultado de ese ensueño, desde el primer día escuché
a amantes de la literatura colgar calificativos denigrantes a la Feria, con
toda razón. Maestro en el arte de recalentar la cena, el Centro del Libro
ofreció lo mismo de siempre (quioscos de librerías municipales, de centros
universitarios, con volúmenes de años) y para variar sacó mercancía del
almacén, en su mayoría literatura infantil y político – social, nada oxigenada
con las brisas editoriales que refrescaron la Feria capitalina. De hecho, en las
jornadas iniciales no había obras de Nersys Felipe ni de Rolando Rodríguez,
personalidades a las que se dedicó el evento.
De esta realidad, cada vez los lectores exigentes sacan el
mismo axioma: somos platos de segunda mesa. Y aun se equivocan, porque específicamente
somos platos de tercera. Es indignante ver cómo se repite la incertidumbre en
plena Feria, la espera de la famosa rastra de libros proveniente de Santiago de
Cuba. En esta edición el ángel de la guarda llegó en la noche del viernes,
invocado por el Gobierno y no por el Centro del Libro, con una mercancía que de
seguro pasó el filtro del festín santiaguero, es decir, pura sobra destinada a
venderse prácticamente en la clausura.
Esta XXIII Feria, es justo reconocer, no cocinó hipocresías.
Fue una transparente demostración de cómo funciona el Centro Provincial del
Libro y la Literatura, ese icono de la ineficiencia que necesitará taumaturgos
para sobrevivir cuando deje de ser entidad subvencionada.
El resultado del evento está más que claro: la
insatisfacción del público y de los escritores. Los únicos realmente
complacidos con esta farsa fueron los niños (a quienes hemos de perdonar el
desconocimiento, incluso la impotencia) y aquellos que compran un libro por
primera vez o para estar en sintonía con el contexto. Por ende, no he de
asombrarme si en estos días alguien me refuta. Tal vez vea la imagen de un
menor bayamés con un libro en la mano, esplendorosamente feliz, seguida de la
afirmación de que la Feria fue todo un éxito.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario