martes, 11 de febrero de 2014

Pedro Luis Ferrer: Me quedan muchos fósforos



Por Mónica Rivero Cabrera


Barbas de profeta, una voz vibrante, profunda. Tiene la sonrisa limpia y los ojos buenos. También es limpio lo que sale por su boca, sea en canción o conversación, si es que limpio es puro, si puro significa que no hubo proceso secundario. Pedro Luis Ferrer lo dice como lo concibe, como lo elabora de una vez, sin demasiado repaso medidor, sin precavida autocensura elemental, sin permiso de sí mismo. O con todo el permiso concedido de antemano.

Era un niño cuando empezó a cantar. “Siempre me gustó mucho. En realidad yo fui siendo músico y artista porque nunca se me ocurrió ser otra cosa”. Esto también obedecía al medio en que creció: “En mi casa había ambiente de poesía, mi padre hacía décimas, dos tías profesoras de piano… Mi casa era un centro de afluencia de trovadores y poetas”.

“Fui haciendo música y me fue saliendo bien y la gente me embulló. Y así me hice profesional un día. Fui profesional primero en términos de ganarme la vida con la música antes de ponerme a estudiar a fondo. Soy más bien de formación autodidacta pero he estudiado –creo– casi todo lo que se debe estudiar para ser un profesional de la música: la orquestación, la composición, la armonía…

Mi adolescencia se desenvolvió en Santo Suárez, en un ambiente de barrio, de músicos también. Al lado de mi casa había una peña, curiosamente, de tango y música suramericana. Ahí conocí la obra de Atahualpa Yupanqui, Chabuca Granda, la música de Gardel. Aprendí mucha música del sur en esa peña y en los días en que no había, ese vecino mío, Lorenzo, me enseñó mucha música tradicional cubana. Yo tenía bastante de ese mundo en mi psiquis cuando vine a vivir a La Habana, con todo lo que acabo de contar sobre mi familia en Yaguajay.

MR: ¿Qué conforma tu canto, en lo que a tu selección se refiere?

PLF: Para mí todos los temas son válidos. Yo creo que el arte se da en una relación con el mundo poético y es la visión que tiene el artista de lo que le toca vivir. Sin Beethoven, la música de Beethoven no existiría. Quizás un descubrimiento de la ciencia hecho por algunos científicos, otro hubiera llegado también, porque se trata de descubrir la realidad con independencia de nuestra conciencia. Sin embargo, el arte se trata de lo contrario: confundir esa objetividad con la subjetividad. Sin la subjetividad del artista no hay arte.

Yo siempre pensé primero instintivamente que cualquier tema era cantable. Quizás por la influencia de mi padre, de mi tío, que de alguna manera pensaban así y vi muchas veces hermosos poemas hechos en mi casa de las cosas aparentemente más triviales. Todo está en dependencia de lo que tú seas capaz de percibir de ese mundo que te toca vivir.

¿Y de qué depende que decida hacer una canción? Bueno, tengo un cuaderno de apuntes larguísimo y a veces anoto las ideas y el tiempo va decidiendo si resisten. Ya no me gusta trabajar con ideas inmediatas, porque uno se enamora de muchas cosas que después no resisten. Prefiero, aun cuando me encarguen un trabajo, buscar en mi material de archivo si hay algo que tenga que ver y que haya resistido la prueba del tiempo. Aunque también creo en la crónica, que también juega un papel en la dinámica de la vida.

MR: Te has referido a tu familia como “revolucionaria y fidelista”. ¿Cómo la heredas, teniendo en cuenta además la enorme influencia que reconoces en ella?

PLF: En eso no me diferencio mucho de la media del pueblo de Cuba. Aquí hay muchas cosas que se heredan independientemente de que en la práctica vayamos viendo que no funcionaron. Hay cosas que te ligan por afectos y no por resultados. Mi padre fue un hombre que amó la Revolución, se entregó casi religiosamente a ella con independencia de los resultados que él haya tenido en la vida; porque, además, lo hizo sin oportunismo y no creo que haya tenido beneficios inmediatos.

Esas cosas yo las admiro más allá de que pueda entender hoy que sus conceptos, sus ideas, en muchos aspectos, no me servirían a mí. Creo que ni siquiera los podría sustentar él mismo hoy si estuviera vivo.

Lo cierto es que uno no nace de la nada. Uno, con virtudes y defectos, viene del mundo que le tocó vivir. Como un niño aprende a ser judío porque nació en un ambiente judío, yo nací en un ambiente de personas fidelistas y comunistas. Pero también tuve gente que, si bien no le gustaba que le dijeran anticomunista, no era comunista y rebatía mucho las ideas del comunismo. Mi tío Pfeifer, austríaco, casado con mi tía Lilia, por ejemplo. Siempre lo oí discutir con mis tíos y mi padre en un ambiente bastante armónico y de respeto. (Porque para discrepar no hay que desamarse). Vi eso en mi casa, vi la polémica. Y estaba mi tía católica, que no era malquerida por mi tío a pesar de que él era comunista. Fue muy importante estar al lado de un hombre que se decía materialista, pero afirmaba que el materialismo no puede negar a Dios totalmente porque, en última instancia, Dios existe aunque sea en la consciencia del hombre.

Aprecio haber tenido gente con visiones tan amplias, y mi tío, que fue un educador –a pesar de que tuvo un sobrino tan analfabeto como yo–, hizo obra, tiene un quehacer por el beneficio de la sociedad. Son cosas que me siguen quedando porque me parece que fueron hombres que hicieron buenas acciones.

Todas las ideas al final caducan, porque el mundo es cambiante totalmente por millones de razones. Me parece que son las contradicciones lógicas del desarrollo y por supuesto no he estado nunca de acuerdo con la tendencia a imponer dogmas ni he estado dispuesto a apoyar a personas que piensan que sus ideas son invencibles y que son las únicas ideas o las ideas que no perecen. En todo hay algo que sobrevive y en todo hay algo que perece, en cualquier idea, en la mejor. Hasta en la ciencia, los resultados a los que se llega, todos los días son rectificados. Entonces, como yo sé que es así, no me siento defraudado por nada. ¡Allá los que creyeron que era de otra manera! Yo, por suerte, poco a poco, me fui dando cuenta de que no había verdad definitiva, y en esto de pensar hay tantas mentes como seres humanos existen.

MR: ¿Te consideras por eso irreverente o polémico?

PLF: Yo puedo ser irreverente como puede serlo cualquiera. Hay gente que merece irreverencia, porque les han exigido a los demás en demasía reverencias que no se merecen. Pero no soy una persona irreverente, soy bastante comprensivo y sé cuándo tengo delante personas que pueden estar equivocadas o no, pero son buenas personas y uno a pesar de no estar de acuerdo con ellas, no es irreverente. La capacidad de ser respetuoso yo la tengo. Pero tengo también la de ser irreverente con otros. Cuando haya que serlo, lo soy. Muerto de risa.

MR: ¿Cómo definirías disentir?

PLF: Disentir, para mí, es un acto natural del hombre… disentir y que se tenga en cuenta la capacidad de disentir del otro, porque disentir en sí mismo no significa nada. Se puede disentir equivocadamente también, se puede no tener la razón. Pero ese derecho del ser humano tiene que existir siempre.

En otras épocas, en el Medioevo, donde la Iglesia y la vida política y todo estaban confundidos, era un pecado disentir y había que aceptar las cosas como dogma; pero en esta época no puede ser así. En esta época las iglesias y los estados se separaron, y los partidos no pueden convertirse en iglesias, y las revoluciones no son religiones.

Todo eso me dice que uno tiene que tener la capacidad de disentir y esa capacidad no se puede perder nunca; pero tampoco garantiza eso que uno tenga la razón. Yo creo que la razón tiene que ser bien compartida.

No hemos tenido verdaderamente una visión de lo que es la democracia porque, por otro lado, los parámetros que a veces nos quieren imponer son los de la democracia en el mundo capitalista, que se ha viciado tanto y que ha tenido tantos problemas. Entonces eso sirve para decir que la democracia no existe.

Yo creo que la democracia puede existir si se reconoce la diversidad y se viabiliza que esa diversidad se realice. Solo que aquí venimos de capitanes generales, de presidentes que, habiendo sido mambises, fueron después unos hijos de la gran… porque hicieron horrores. Todo el mundo habla del machadato, pero nadie dice que Machado fue mambí, ni se dice que muchos mambises eran racistas. Se crea una píldora de la Historia que no nos sirve para reflexionar que somos un país imperfecto.

Batista gobernó desde el ejército y puso y quitó presidentes. Y se habla –esto lo oí en Miami cuando estuve allá– de “la gran democracia que había en Cuba”, cuando aquí se resolvían los diferendos políticos a tiros en la calle. ¿Qué democracia es la que había, con 5 millones de habitantes nada más y todo el dinero “se lo metía” un grupito de gente y el resto muriéndose de hambre? Todo esto sin necesidad porque había suficiente riqueza como para que fuera distinto.

Se inventan todas esas mentiras. Y venimos de ahí, venimos de un mundo totalmente adulterado donde no había ninguna democracia. Y después del 59 hasta se hablaba de “la dictadura del proletariado”. Pero esa es la historia nuestra: unos decretando que esto era una maravilla antes del 59, que es mentira, y otros diciendo que esto ha sido una maravilla después del 59, que es mentira también. Se han hecho muchas cosas buenas, no digo que no. Todo lo bueno hay que reconocerlo, aunque no todo se haya hecho después del 59. Hoy mira cuántos cambios y cuántas cosas estamos haciendo… Vamo´a ver.

MR: ¿Cuándo y por qué dejan de ponerte en los medios? ¿Fue algo expreso, o sucedió espontáneamente?

PLF: En relación con eso quiero aclarar algo: se consideran medios nada más que la radio y la televisión, y se olvida que la sociedad tiene cierta autonomía y tiene medios autónomos. Decía mi tío Raúl que la televisión no es masiva solo por el alcance que tenga, sino por la masividad con que sea atendida. Y hoy por hoy nadie ve un programa de televisión que no le interese y hoy por hoy la gente no ve exclusivamente la película que le pongan en televisión sino la que quiere ver; porque el desarrollo científico-técnico ha hecho que las personas puedan tener un ordenador en su casa. Y si no lo tienes tú, lo tiene un amigo o un primo, lo tiene un vecino.


Ya la música que se oye no es la de los discos que publica la EGREM ni nadie. La música que se oye es la que quiere oír la gente. La gente graba en la sala de una casa y escucha.

Cuando yo tuve cierto percance con el aparato burocrático aquí, tenía plena conciencia de que esa realidad existía y que estaban jugando a una prepotencia que no correspondía con la realidad. En la época en que dice la gente que yo desaparecí de los medios, se escucharon y se hicieron famosas canciones mías que nunca pusieron en la radio –algunas no las han puesto todavía–. Y voy a un teatro a cantarlas, y todo el mundo las corea. Así que eso de que desaparecí de los medios… ¿de cuáles medios? Eso es seguir jugando a la idea de que esos medios son absolutos y que son los únicos que existen, como si la sociedad no tuviera cierta autonomía en relación con la difusión.

Agradezco mucho la difusión que tuvo La vaquita Pijirigua, que tuvo La artillera, que tuvieron ciertas canciones mías, pero que nadie piense que otras canciones no han sido divulgadas espontáneamente por la sociedad. Como dicen los chinos: El pueblo es viento. El artista es trueno y el pueblo es viento.

MR: ¿Qué opinión te merece la política cultural como agente regulador? ¿Qué sentido consideras que tiene?

PLF: Yo sí creo en todo lo que se haga bien. Nosotros podemos luchar por que los medios masivos, esos que conocemos, sean representativos de todos los quehaceres, incluso de manifestaciones que pueden no estar a favor de lo que está haciendo el gobierno, siempre que las cosas se digan con respeto. A lo que más debemos temer es a la chapucería y a la falta de respeto. Sí creo que con respeto se puede lograr de todo.

El problema no está en que tú creas o no creas en el Che o que tú creas o no creas en Dios; el problema es que si tú llegas a una reunión de católicos y empiezas por “defecarte en Dios”, qué razón tienes para hacer eso. No todos pensamos igual, pero hay que suponer que todo el mundo cree en lo suyo por alguna razón.

Aprender a discrepar con respeto es una de las grandes tareas que tienen los medios de difusión precisamente, porque los medios de difusión aquí muchas veces han sido voceros de una sola manera de pensar, de un solo punto de vista, y se han dedicado en ocasiones a denigrar y a hablar mal de otras maneras de pensar, hasta sin respeto.

Sí creo en una política de difusión que le dé espacio a todo. Como dice una canción que voy a estrenar en estos días: lo que mata no es la bala: mata la velocidad. Me pongo un plomo en la frente y no pasa nada: lo que mata es la velocidad. El problema no está en que si el reguetón o si la nueva trova, el problema es que haya mesura. No puedes llenar toda la radio de música sinfónica, tiene que haber espacios para la música sinfónica, espacios para el reguetón, espacios para la salsa… y que la gente escoja. Somos un pueblo pequeño, pero muy diverso. Los medios de difusión deben reflejar esa diversidad que tenemos y no empecinarse con una sola manera.

FerrerEl exceso es lo que mata, lo que hace daño. Cuando las cosas están en demasía es cuando dañan, cuando no hay un equilibrio de todo lo que somos. Una buena política de difusión haría mucho bien porque la gente sentiría la necesidad de apelar menos a esos medios autónomos, pero cuando la difusión no refleja ese sentir diverso, la sociedad se olvida de esos medios de difusión y apela a los suyos propios… Es como las instituciones: si no defienden lo que tienen que defender, la gente se olvida de ellas y crea sus propias instituciones. Y eso es malo para un Estado, eso destruye los Estados.

El problema está en que cada cosa juegue su papel y que cada institución haga lo que tenga que hacer. El que tiene que defender a los trabajadores, que los defienda, porque si las instituciones que se crean para defender a los trabajadores no funcionan, los trabajadores crean sus propias instituciones para defenderse.

Con la difusión y la música y todo pasa igual: si hay reflejo en los medios de difusión de todo lo que acontece y de toda la diversidad que tenemos, esos medios son más representativos de lo que somos, y la sociedad no se siente enajenada, siente que esos medios le pertenecen.

MR: ¿Que expreses siempre lo que piensas se puede considerar una osadía, un desafío?

PLF: Todo está en dependencia de cómo tú hagas las cosas. Creo que el arte tiene la capacidad de decir cualquier cosa, por muy a favor o en contra, y siempre que lo resuelvas en el terreno del arte. Aquí en ese sentido no ha habido verdaderamente un problema, aunque a veces lamentablemente el mensaje de crítica política es aparentemente chocante… Lo que sí es chocante es ver cierto nivel de grosería y de mal quehacer artístico. El arte tiene sus leyes y su base.

Vivimos en una sociedad donde hay personas que están convencidas de unas cosas y otras están convencidas de otras, y tienes que respetar al otro. No significa que yo tenga que estar de acuerdo contigo, yo puedo abordar cualquier asunto y creo que en el arte aquí se ha sido bastante abierto en ese sentido. No me he sentido limitado por eso. Y yo he hecho también ciertas canciones de mensajes muy directos y también he chocado, pero aun en el mensaje más directo que yo haya podido dar en mi vida, siempre he tratado de ser los más respetuoso posible. No con el gobierno o con el poder: respetuoso con la convicción del otro, del que tengo al lado, del que tengo en el público; porque –yo no sé– hay gente que cree que todo el que es fidelista es un oportunista y yo no lo veo así. Mi padre no era ningún oportunista y fue fidelista y creyó en la Revolución y nunca se enriqueció con nada ni hizo nada por ambición. Como yo vi eso, como yo vi gente que ha creído en la Revolución muy auténticamente, soy muy cuidadoso con eso. Y creo que cualquiera tiene que tener derecho a no estar de acuerdo con el Che ni estar de acuerdo con las políticas y los pensamientos del Che, pero tiene que tener en cuenta siempre que hay personas que sí están de acuerdo y sí creen; como pasa con Dios.

Tenemos que desarrollar la cultura de la discrepancia en una sociedad que tiene que vivir en armonía. Armonía no es que yo deje de decir lo que pienso: armonía es que yo diga lo que pienso con respeto al otro. Respeto no es miedo al Estado ni miedo al poder. Armonía es respetar al otro que tiene su convicción. Pero además tienes que hablarle a todo el mundo, no puedes hablarle nada más al que piensa igual que tú. Si tú estás convencido de que esto no es correcto y este no tiene la razón, cuaja un discurso que haga que el otro te atienda también y cambie.

Es como yo lo veo. No soy la vara de medir las cosas, solo estoy diciendo cómo yo me he guiado.

En ese sentido siento que puedo decir casi todo lo que he querido. Es verdad que en un momento dado, con 100% cubano o Marucha la jinetera, etc. me pude haber buscado algunos problemas con una burocracia intransigente y absurda. Pero eso no duró mucho, no sobrevivió; al contrario, creo que ahora las políticas van a favor de ciertas canciones y ciertas cosas.

Creo que el arte es infinito y es muy profundo y la capacidad artística está precisamente también ahí donde la censura no te puede tocar. A la censura no se le puede dar ni un granito así. Tienes que buscar la manera de que la censura se quede sin adversario.

Yo me sigo proyectando a favor de la libertad del hombre y de cuestionar todo lo que haya que cuestionar y no estar de acuerdo con lo que no hay que estar de acuerdo, venga de donde venga, me da igual. Me da lo mismo si lo hace un vecino o si lo hace el gobierno, que se equivoca y se sigue equivocando en algunos aspectos.

MR: ¿Qué argumentos darías a quienes se preguntan por qué no te fuiste de Cuba?

PLF: Yo no me fui de Cuba, pero he ido al resto del mundo. El concepto de irse de Cuba estuvo ligado a un concepto de destierro y de un derecho que se ha sentido determinada gente aquí, por una ideología que tiene y un punto de vista político, de decirle a otro cubano que Cuba es más suya que de él. Nunca acepté eso. Yo me quedé en Cuba en primer lugar porque este es mi país.

Pero yo he ido al mundo y he vivido en otros lugares también, sin irme de Cuba. Nunca le acepté a nadie que esto dejaba de ser mío. Este país es tan mío como de cualquiera, también he hecho cosas por él y también he puesto mi grano de arena para la felicidad de este pueblo y de la sociedad.

El mundo nos pertenece también y al mundo hay que ir, en el mundo se aprende, se llevan también las visiones, las realidades de uno. Así que yo ni acepté que tenía que irme definitivamente de Cuba ni acepté que el mundo no me pertenecía. Yo hice las dos cosas: me quedé en Cuba y fui al mundo.

MR: ¿Cómo valoras la repercusión de la reforma migratoria en la relación entre artistas cubanos dentro y fuera de la Isla?

PLF: Yo no hablaría solo de los artistas, sino de todos. Creo que el derecho a tener un país es incuestionable, en primer lugar. Y bajo ningún concepto ese derecho se puede atar a ninguna medida que diga que para tener un país hay que ceder el derecho a viajar y vivir libremente donde se escoja. Muchos años fue así. Lamentablemente eso creó muchos traumas, problemas. Se confundieron muchos valores y se hizo mucho daño.


Ahora la gente conoce otras historias, como que para viajar hay que tener, además, visa y dinero; pero por lo menos tiene el permiso tácito de viajar cuando quiera, sin depender de que se lo conceda un burócrata ni nadie. Es un derecho que tiene.

Me parece excelente, es una de mis grandes alegrías. Creo que va a cambiar casi todo en Cuba y que es una de las medidas estratégicas más importantes que se han tomado. Ha habido una historia de muchos atropellos, de visiones totalmente equivocadas, que son cosas heredadas del estalinismo y de todo ese mundo gris; pero debe tenerse claro que el que implementó la política de pedir permiso para salir de Cuba fue Fulgencio Batista. Antes del triunfo de la Revolución ya eso existía en Cuba, después se añadió el permiso para entrar. Lo increíble es que no haya desaparecido antes una cosa como esa. O no: eso estaba bajo el clima de las agresiones a Cuba, de las invasiones, los atentados…, de una contrarrevolución activa que generó un cierre, que, como siempre, casi todas las cosas que se implementan para los enemigos terminan siendo las cosas que más maltratan a los amigos. No es posible que las cosas que se implementan para los enemigos sean las mismas que te apliquen a ti. El CDR estaba para vigilar a la contrarrevolución y terminó siendo una institución que se metía en la vida privada de todo el mundo invadiendo espacios personales y agrediendo derechos constitucionales. Ese es el mal manejo de las cosas.

Lo más importante que tiene que tener un ser humano es su libertad. Sin esa libertad no hay nada que hacer. Todo lo demás lo puedes tirar a la basura.

MR: “Cuando me quede un fósforo, me cuidaré del viento”, es un verso de Raúl Ferrer que has referido alguna vez. ¿Has tenido tú que cuidarte del viento?

PLF: Sí, hay que cuidarse del viento, siempre. Lo que pasa es que a mí me quedan muchos fósforos… Pero cuando me quede un fósforo, me cuidaré del viento. No puedo fallar. Uno no puede fallar, tiene que ser certero.

El tema está en la capacidad de renuncia que tenga la gente, lo que la gente considera que es su libertad y su felicidad.

Todo el mundo tiene que pagar un precio, yo pago el precio de mi libertad, de sentirme feliz diciendo lo que yo pienso y lo que yo quiero. La cuestión es la capacidad de renuncia y de conciliación que uno tenga con las cosas. Yo sigo con mi fósforo. ¡La cuestión es el fósforo que tú quieras tener en tu vida! El fósforo es tu capacidad de estar vivo, de ser feliz, de vibrar, de tener pensamiento, ideas y, sobre todo, eso: la de ser feliz, que yo la tengo. Tengo mucha capacidad de ser feliz, son muy poquitas cosas las que me pueden quitar.

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