Por Clara Maylín Castillo
En todas las épocas los artistas verdaderamente
revolucionarios han resultado incómodos a quienes portan el cetro. Las tácticas
de silenciamiento o censura podrían calificarse de innumerables. En Cuba, hoy
pudiera creerse en una sinergia entre arte y política para conservar el
sustrato socialista de una nación que experimenta cambios en su modelo
económico. Basta con haber asistido a la Asamblea previa al VIII Congreso de la
Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba en Granma para suponer tal
complicidad.
Ante una presidencia de naturaleza variada, constituida por
líderes de instituciones culturales y por las máximas autoridades política y
gubernamental del territorio, fueron leídas las Relatorías de las cinco
Comisiones creadas al calor del proceso previo al cónclave, documentos
elaborados en común por los miembros de la UNEAC en esta provincia.
Aunque todos los textos patentizaban el compromiso social de
los artistas – más allá del seco reclamo por mejorar las condiciones de
creación, promoción y comercialización -, la Relatoría de la Comisión de
Educación, Cultura y Sociedad descolló como la más profunda, revolucionaria y,
en algunas cláusulas, como la más improcedente.
En el plano educacional, el informe proponía soluciones a
problemas ingentes como la deficitaria instrucción cívica de la población, las
carencias cognitivas de docentes, las fisuras de los paradigmas educativos y el
privilegio que gozan en las escuelas los ritmos foráneos por encima de los
autóctonos.
Con aplomo similar, la comunidad artística propugnaba la
creación de mecanismos para el fomento de la cultura nacional, el empleo de
artistas de la plástica en la ambientación de instalaciones públicas y la
primacía de las entidades culturales en la toma de decisiones con respecto al
carnaval a fin de revertir su desnaturalización.
Indudablemente, las anteriores demandas son tiros al blanco
de viable aplicación. Es en el tema de Sociedad donde subyace una paradoja que
enuncia al mismo tiempo un tino excelente para señalar problemáticas puntuales
y un carácter irremediablemente romántico.
Exterminar las prácticas racistas y la violencia contra la
mujer salta a la vista como un reclamo cíclico, teniendo en cuenta que no se ha
conseguido en 55 años de Revolución (como tampoco se logra en otros países),
pero al cabo puede ser un acuerdo factible en cuanto al desarrollo de acciones
concretas. Tampoco me parece altisonante la demanda de proteger la Salud como
conquista de nuestro sistema político social, a pesar de los cambios operados
en la mentalidad y la proyección de muchos profesionales del sector ungidos con
las misiones internacionalistas.
Es en la cláusula relacionada con la prensa donde empieza la
emulsión de la catarsis. Según el documento, esta “debe convertirse en guardián
del orden y el progreso”, frase diplomática equivalente a “debe ser más
incisiva”. Los artistas e intelectuales (sobre todo estos últimos) tienden a
desarrollar una antipatía hacia los periodistas. Como el resto del pueblo,
consideran su trabajo demasiado contemplativo, anquilosado y, por consiguiente,
mediocre. Reconozco que no tienen el más mínimo problema de percepción. Lo
imperdonable es que sigan inculpando a la prensa sin detenerse a analizar por
qué el marasmo periodístico amenaza con eternizarse cuando el mismo General de
Ejército Raúl Castro la ha llamado al cambio.
La corrupción ya es un flagelo reconocido por las
autoridades de nuestro país y la convocatoria a minarla desde todos los frentes
está hecha. Nuestros artistas, en muestra sin par de raciocinio, proponen
combatirla en todos los estratos sociales sin que nadie esté eximido por
militancia o cargo. No sé por qué razón,
lo confieso, cuando escuché tal propuesta me pregunté si también habrían
descubierto la cura contra el cáncer.
Otro de los pronunciamientos tuvo que ver con la selección
de los dirigentes a partir de la experiencia como único mérito, un requisito
necesario para alcanzar una economía sustentable.
Quien no acceda a Internet en estos tiempos tiene vedadas la
actualización del conocimiento, gran parte de la superación profesional y la
posibilidad de la autopromoción virtual. Por tal razón, ampliar el servicio de
la red de redes y llevarla al sector residencial a un precio muy inferior a los
4.50CUC por hora, con prioridad para los profesionales, es otra de las
aspiraciones de la UNEAC en la provincia.
A esta petición se conecta “el aumento de salarios y la
disminución de los precios para salvar a la población de la inflación y
facilitarle la adquisición de bienes”.
Estos últimos reclamos evidencian el patriotismo de nuestros
artistas, su más hondo sentir como ciudadanos, incluso su pasión exacerbada de
seres dotados con una supersensibilidad, pero de algún modo desentonan en el
panorama actual de los isleños. Un documento de esa naturaleza solo pudo
redactarse como mismo se formula una plegaria de espaldas al contexto, a un
entorno sacudido cada día por la monstruosa oferta y demanda en el sector
privado y pasmado en enero con la liberación de la venta de autos a precios
inalcanzables para el obrero común. A lo mejor me equivoco y, muy al contrario,
el informe se concibió de frente al tsunami económico, con plena conciencia del
suicidio.
De toda esta exposición, lo verdaderamente paradójico reside
en que estas demandas sean tan necesarias en nuestro contexto social, y sin
embargo un receptor no menos objetivo las asimile como un paquete ilusorio. A
estas alturas, no sé si condenar a los artistas de Granma por confiar en el
poder de la repetición o quedar indiferente al flujo y reflujo de su
romanticismo. Tal vez en el futuro su idealismo halle absolución con la
eficacia de los actuales cambios. En 1865 Julio Verne escribió “De la tierra a
la luna”.
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