Por Clara Maylín Castillo Góngora
Cuando Alexander Orlando Rodríguez Aedo nació, su madre miró
a otro lado. Se había preparado tanto para la llegada de una hembra que le
resultaba difícil lidiar con el desvanecimiento de sus expectativas. La
decepción la absorbió durante los tres primeros años de la criatura. Entonces
endilgó el cuidado del niño a la abuela, ajena al modo irónico en que la
complacería el destino.
En un periodo incipiente de la infancia, Alexander comenzó a
mostrar predilección por las muñecas. Un poco más avanzada la niñez, asumía el
rol de madre en los juegos “a la casita”; al salir de la escuela primaria
Roberto Coco Peredo se anudaba la camisa del uniforme y se ajustaba el cinto
para ganar cintura, e incluso el pudor le impedía descubrirse el pecho en las
clases de educación física.
“Se reían de mí en la escuela”, recuerda Alexander, hoy
conocido por otro nombre. “Me llamaban la gorda, pájara, y por todo eso yo
lloraba, hasta dejaba de ir a la escuela para huir de las ofensas de mis
compañeros”.
En aquel tiempo le tildaban de afeminado; veían en su
carácter a un futuro gay. Ni siquiera él sabía que la discordancia entre su
identidad de género y su sexo biológico rebasaba la homosexualidad y el
travestismo para definirse como transexualidad.
Por suerte para Alexander, la transfobia de sus compañeros
de clase era neutralizada por el cariño familiar. No recuerda una actitud
violenta ni una burla de sus parientes a pesar de que en el hogar ayudaba a su
abuela en el fregado, el lavado, la limpieza, y hasta colaba café. La sexualidad
que espigaba en él, muy distinta a la norma, no provocó acciones drásticas en
quienes le criaban, pero sí motivó intentos solapados de revertir su condición.
A sus 10 años lo llevaron a una consulta infructuosa con un
psicólogo; luego su abuela procuró consagrarlo a la Iglesia Pentecostal. En la
Casa de Dios intentaron persuadirlo de cambios en la voz, en la forma de
vestir, de volverse más “crudo”, sin resultado alguno.
“Me aparté porque un día dieron un tema de que uno oraba por
la persona que le gustaba. Yo empecé a orar por un muchacho que se llamaba
Josué. Tenía 17 años y tocaba la tumbadora en el grupo musical de la Iglesia.
Al final se lo conté a mi abuela. Ella me dijo ‘Naciste así y así te vas a
morir’ ”.
La etapa de la adolescencia le trajo cambios que
radicalizaron su identidad sexual. Empezó a vestir como mujer, transformándose
detrás de los arbustos, y a los 14 años el nombre de Alexander quedó en el
olvido, gracias a una actuación humorística en una actividad del barrio El
Almirante.
A partir de entonces se convirtió en Margot, reina de las
carrozas de su comunidad, líder de las aficionadas al arte, vecina amada por
todos, respetada incluso al punto de fungir años más tarde en su área como
activista de la Federación de Mujeres Cubanas.
Como toda adolescente, Margot celebró sus 15 años, conforme
a sus posibilidades económicas.
“Mi abuela vivía de una chequerita y me tiró cuatro fotos.
Una amiga de ella tenía un vestido rosado de encaje, me buscaron un implante de
pelo, me pintaron y me fotografiaron. Después hicimos una comida en la casa con
la familia, yo vestida con una licra azul marino”.
Romántica confesa, soñadora incurable, Margot evoca su
primera relación amorosa con luces en la mirada y música de fondo.
“Él tenía 21 años; vivía en Jesús Menéndez. En su casa
tomamos una botellita de menta y me puso un tema muy bello que no recuerdo de
quién era, pero decía ‘Vivir, vivir, lo nuestro/ sin que nadie nos obstruya el
pensamiento/Volar, volar, muy lejos/como palomas libres, tan libres como el
viento’.”
Esa relación la llevó a su primer matrimonio, que duró unos
cinco años. Finalizado el idilio, conoció el dolor más agudo que le provocaría
su condición de transexual.
“Él quería tener una mujer y estar también conmigo, pero yo
no acepté. Estaba traumatizada. Intenté suicidarme, hasta dije que me iba a
picar los genitales con una lata”.
“Ese ha sido un sufrimiento terrible para mí. Imagínate que
me hormoné a los 15 años con pastillas anticonceptivas para que me crecieran
los senos. Yo actúo como mujer, me siento mujer, hasta uso ropa interior
femenina, orino sentada, y es duro para mí tener que toparme siempre con mis
genitales de hombre”.
HACIA EL PUNTO QUE NO ADMITE VUELTA ATRÁS
Con el desarrollo médico – quirúrgico, las personas
transexuales tienen la posibilidad de completar el cambio de sexo. Esto se
logra mediante cirugías de reconstrucción genital (vaginoplastia,
metadoioplastia o faloplastia), operaciones feminizantes o masculinizantes de
caracteres sexuales no genitales (cirugía facial o mastectomía) y terapias de
reemplazo hormonal.
En el artículo “Vaginoplastia: cirugía de reasignación de
sexo de hombre a mujer”, Lynn Conway menciona a la neoyorkina Christine
Jorgensen como “la primera transexual en presumir orgullosa su condición” tras
ser operada en 1952 por el médico danés Christian Hamburger.
A finales de los años 50, el cirujano estético francés
Georges Burov inventó el método moderno de cirugía de reasignación de sexo de
hombre a mujer: el de la inversión del pene. La innovación consistía en
utilizar los genitales varoniles como fuente de piel y tejido sensible erótico
para crear los nuevos genitales femeninos, vagina incluida.
Según datos ofrecidos en el 2010 al sitio web Cubadebate por
Mariela Castro Espín, directora del Centro Nacional de Educación Sexual, en la
década de los años 80 se hizo la primera intervención de este tipo en Cuba.
Paralizado por la crisis económica, el programa de cirugías se reanudó en el
2008, cuando el Ministerio de Salud lo incluyó en su presupuesto.
Las operaciones eran realizadas por médicos belgas y cubanos
a isleños de forma gratuita, en contraste con los altos precios que varían en
el mundo. En España, por ejemplo, la vaginoplastia oscila entre los 12 mil y
los 18 mil euros, mientras la faloplastia puede alcanzar los 24 y los 36 mil.
La noticia de que su mayor sueño era posible le llegó a
Margot hace algunos años. En un primer momento dudó que esa fuera su
oportunidad, pues ya portaba el Virus de Inmunodeficiencia Humana. No fue hasta
inicios del 2013 que se decidió a dar el primer paso. Gracias a la gestión de
Zeida Santisteban, presidenta de la Comisión Provincial de Educación Sexual en
Granma, Margot fue aceptada por el CENESEX para someterse a un proceso multidisciplinario
que determinará su idoneidad para la operación.
En el último semestre, Margot ha asistido a seis consultas
de psicología, psiquiatría, endocrinología, cirugía plástica y genética. Hace
unos cinco meses consume dos androcur y una cipresta al día, como parte de un
tratamiento hormonal que redistribuye la grasa hacia las caderas y los pechos,
disminuye el vello corporal y feminiza los rasgos físicos.
En relación al proceso, comentó:
“No es fácil. Son muchos viajes a La Habana, a veces dos
consultas en el mismo mes. Me quedo en casa de un amigo y todos los gastos
corren por mi cuenta. El proceso dura dos años y hasta más; muchas no aguantan
eso”.
Margot afronta los obstáculos sin un ápice de vacilación.
Para ello recibe el apoyo de sus colegas en el departamento de Recursos Humanos
del policlínico Jimmy Hirtzel de Bayamo y, más importante aún, el de su familia
y el de su pareja Yorisbel Castillo Reyes, con quien se casó en boda simbólica
hace dos años.
“Yo en realidad no necesito que se opere, pero es su sueño y
la voy a apoyar hasta el fondo”, afirma el cónyuge. “Ella es mi madre, mi
amiga, mi otro yo. Es la mujer que me hizo dejar atrás una vida de problemas y
me convirtió en una persona distinta”.
De someterse a una vaginoplastia, Margot se arriesgaría a
sufrir complicaciones como infecciones graves, desangramiento, daños a la
vejiga, la próstata o a los nervios principales, así como a una fístula vaginal
rectal, úlceras y la estenosis (estrechamiento de un conducto), todo ellos
agravado por la enfermedad del VIH-SIDA. No obstante, ninguna de estas sombras
oscurece su energía.
“He visto tres mujeres operadas y estaban muy bien, muy
bonitas. Dicen que el primer mes es el más doloroso por una maqueta de pene que
te ponen durante 15 días para adaptar la vagina. Dicen que si me opero voy a
llorar de dolor, pero que después todo es felicidad, aunque dicen que no pueden
tener orgasmos vaginales”.
-¿Ellas mismas te han dicho que no pueden conseguir orgasmos
vaginales?
Sí.
-Es extraño, porque hay estudios que indican lo contrario.
En 1999, Ram Birnbaum midió científica y fisiológicamente la capacidad
orgásmica de las mujeres transexuales posoperativas en el Club Eros de San
Francisco. Lo hizo para una tesis doctoral cuyas conclusiones determinaron que
la transexual posoperativa puede retener y/o adquirir la capacidad orgásmica.
Bueno, eso fue lo que ellas me dijeron.
-De todas formas, si crees que de operarte tu vagina no será
sexualmente funcional, ¿para qué correrías tantos riesgos?
Para saber que no tengo un pene y que soy una verdadera
mujer. Luego tendría otro carné y me cambiaría el nombre. No me llamaría
Margot, que en realidad no me gusta, sino Yeni, como me conocen todos fuera de
Granma.
-No pocos transexuales se han suicidado después de la
cirugía de reasignación sexual. De hecho, hace algo más de una semana varios
medios de prensa, entre ellos informativostelecinco.com, difundieron la noticia
de la muerte del transexual belga Nathan Verhelst, quien se sometió a la
eutanasia después de varias operaciones por la insatisfacción que le ocasionó
su cuerpo. ¿Estás segura de que no te arrepentirás si das ese paso?
Para nada. Quisiera que me la hicieran ya. Ese es mi sueño.
-A tus 33 años, ¿qué le pedirías a la vida?
Que me operen y que Dios me de muchos años de vida para
poder verme como una verdadera mujer.
-Entonces crees en Dios.
Sí. Por eso le pido tanto.
-Si crees en Dios, crees en el pecado. Al pretender cambiar
tu sexo biológico, ¿no piensas que lo estás desafiando?
Sí, porque estoy actuando de una manera distinta a como él
me creó.
-Entonces estás convencida de que te espera el Infierno,
toda una eternidad en el fuego, una existencia sin tiempo en el lloro y el
crujir de dientes.
Margot me mira fijamente, con algo de suicida y extravío en
los ojos; una actitud imposible de definir, probablemente ese
rescoldo de herejía que se inflama ante el rostro de la divinidad cuando se
trata de defender lo humano:
“Si tengo que arder, ardo…como una mujer”.
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