Por Randy Saborit Mora
Vivir en Martí es el mayor desafío que tiene
un ser humano en vísperas del 160 aniversario del natalicio de aquel que supo
convertir sus palabras en actos.
Gana más cada individuo al aplicar las
enseñanzas del Apóstol que si cita frases de memoria de su obra. Hay que leerlo
mucho, y ejercitarlo más.
Innumerables son los caminos que conducen a la
savia del Maestro, pero lo más importante es la transformación que ocurra en
uno tras devorar miles de sus cuartillas, incluidas sus epístolas,
imprescindibles para entenderlo de carne y hueso.
Alguien contó a Prensa Latina que en un taller
martiano se leyó a los niños varios textos del escritor paradigmático, como el
primero de sus Versos Sencillos: “yo soy un hombre sincero...”.
La testigo comentó que los pequeños aquel día
confesaron a sus padres varias de sus mentiras piadosas. Los progenitores,
asombrados, llamaron a la escuela para saber qué le habían dicho a sus hijos.
Todos, al saber lo ocurrido, quedaron sorprendidos con el efecto mágico de
Martí.
Si cambios como esos lo experimentaron “los
que saben querer” y quienes son “la esperanza del mundo”, como definió el
Maestro a los infantes, entonces todo su
tiempo invertido en vivir y morir con luz en la frente habría tenido
sentido.
¿Cuánto no tendríamos que aprender los
mortales de él cuando se nos sube el ego a la cabeza? ¿Acaso olvidamos que
aquel comunicador de altos quilates decidió echar su suerte con los pobres de
la tierra? ¿Obviamos por instante a quien escuchó atento a los veteranos de la
guerra de los Diez Años (1868-1878)? ¿O borramos de la memoria al que tomó nota
en su Diario de Campaña sobre la sabiduría de los guajiros cubanos?
Sería bueno que cada persona se propusiera
descubrir “en vivo y en directo” al guía de tantas generaciones. Debemos
aprender de su virtud para sumar voluntades y multiplicar afectos.
Martí es inabarcable y todo futuro, como
sostuvo el estudioso CintioVitier, fallecido en 2009 a los 88 años, después de
tantos años bebiendo de la savia del inmortal.
En tantos artículos y crónicas memorables que
esparció por periódicos decimonónicos se revela un mismo propósito: contribuir
a la redención personal de los humanos y al equilibrio de la Patria Grande (la
América desde México hasta Argentina y Chile), y el mundo.
Su prédica constante fue convocar a los seres
a crecer hasta la estatura de los buenos como su Meñique de La Edad de Oro,
revista siempre joven y nacida en julio de 1889 en Nueva York.
“Sin defender no sé vivir”, confesó a su
queridísimo amigo mexicano Manuel Mercado. Él, perfecto enamorado de la vida,
murió en combate “de cara al sol”, como poetizó en sus Versos Sencillos y “en
el campo de batalla”, según la profecía en su poema dramático “Abdala”, escrito
cuando iba a cumplir 16 años.
El mejor homenaje al Apóstol nuestro que está,
es dedicar unos minutos del día a verificar si nuestros actos cotidianos son
dignos de alguien que vive en Martí.
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