Por Félix Sánchez Rodríguez [1]
Cierra un año que ha sido muy importante para mí como
celebración personal. Muchos años han pasado ya —nada menos que treinta y
cinco— de aquel momento en que tuve la dicha de trabar contacto, por primera
vez de manera organizada, con las revolucionarias ideas filosóficas, económicas
y políticas de Carlos Marx. Ocurrió en la Escuela Nacional de Cuadros de la
UJC, una espaciosa y moderna instalación de prefabricado erigida en Habana del
Este, cerca de la costa norte y también de ese marinero pueblecito de Cojímar
con su sobrio y vigilante busto de Hemingway.
En aquel Curso Básico, de apenas un año, destinado a los
cuadros juveniles de todo el país (se me había incorporado a él por ser
Instructor para el Trabajo de la UJC en una Sección Política de Regimiento),
recibíamos varias asignaturas de las llamadas políticas. Y de la mano de un
brillante profesor, José Ángel Pérez, Pepe, de muy baja estatura, y apasionado
y locuaz hasta la seducción —a sus espaldas lo llamábamos “el pequeño Marx”—,
que impartía Economía Política del Capitalismo, nos adentramos un poco todos,
soñadores y jubilosos, por el ancho mundo de las categorías y las leyes que
rigen la producción social.
Para esa fecha ya había publicado yo en una modesta
antología de los cuentos que el jurado del Premio David 1975 estimó mejores
entre los presentados a concurso, y obtenido premios en los Encuentros Debates
Nacionales de los Talleres Literarios, y creo que mi incipiente mirada de
escritor aficionado empezaba a prestar más atención a las curiosidades, las
paradojas y las metáforas presentes hasta en las ciencias, sobre todo en las
humanísticas, que a un aprendizaje mecánico, útil para sumarme debidamente
pertrechado y disciplinado a la obra de la construcción socialista.
Esto, como lo veo al paso de los años, debió ser la causa de
que el tema que más me apasionara entonces de todo el apretado programa de
estudio fuese el del salario (presente en el capitalismo y en el socialismo),
quizás porque, entre otras cosas, eso de denominarlo Marx “forma metamorfoseada
del valor de la fuerza de trabajo” le daba un toque de literaturidad. Ya
Gregorio Sansa no era, pues, a mi poco entender, tan original.
No sé si por casualidad, por norma docente, o porque el
profesor Pepe intuyó que el asunto del salario me cautivaría, tuvo la idea de
que yo, monitor de su asignatura, impartiese el tema en el grupo de clase. Nada
de repaso, el tema en su debut. Él me ayudaría en la preparación, por supuesto.
Fue un acto de confianza y de riesgo. No lo hice muy mal, al menos así lo
apreció el profesor Pepe, ya que al terminar la clase me felicitó y obsequió un
manual de Economía Política en cuya dedicatoria me auguraba un notable futuro
como interpretador de aquella teoría que nos hacía tan visible el paraíso en el
horizonte.
No cumplí en verdad con las expectativas del profesor Pepe,
pero, eso sí, pocos temas de la Economía Política he olvidado menos que aquel
en estas tres décadas y media. Me atrapó sin dudas la facilidad con la que ese
Marx de solo veintinueve años, incisivo y lúcido cual un detective inglés,
abría un agujero y miraba en la trastienda de una palabra tan llevada y traída,
y veía lo oculto, las verdades solapadas, las relaciones matemáticas y sociales
que quedaban fuera del juicio del ciudadano común. Me pareció, pues, muy
justificado y revolucionario su interés en dotar a los trabajadores, a partir
de estas revelaciones, de una conciencia clara de su desventajosa situación en
relación con el capital (y sus dueños).
Tal categoría, en manos de Marx, se transformaba en un faro
y actuaba, lo creo más ahora, como El Aleph de Borges. Donde unos habían visto
solo un dinero que recibes por el trabajo realizado, Marx sacaba y ponía ante
las masas unos apellidos adecuados para esa palabra clave (nominal, real,
relativo), y desde ahí, incorporando otras categorías como dinero, plusvalía,
ganancia, relaciones de distribución, necesidades, precio, fuerza de trabajo, a
su análisis integral, iluminaba dialécticamente todo el cuadro explotador de la
sociedad capitalista.
Para preparar aquella clase que mi intrepidez no me dejó
rechazar, el profesor Pepe me envió a leer varios textos sobre el tema. Uno de
ellos fue “Trabajo asalariado y capital”, de Marx, con un prólogo de Engels a
la publicación en 1891. Esta obra del joven Marx, de 1847, antecedió en veinte
años al primer tomo de El Capital, y fue peldaño en ese largo camino de
estudios y reflexiones recorrido por Marx y que culminaría en la considerada su
obra magna.
Para Marx, descubrí ya entonces, la palabra “salario” no
constituye una categoría elemental, es casi como un artilugio, una trampa
económica, lógica y lingüística. Dice él en un momento, antes de entrar en sus
diáfanas ejemplificaciones: “Lo que el
obrero percibe, en primer término, por su fuerza de trabajo, es una determinada
cantidad de dinero. ¿Acaso el salario se halla determinado exclusivamente por
este precio en dinero?” Interrogante provocadora, propia de alguien que
confesaría alguna vez a sus hijas que “Duda de todo” constituía su lema
favorito.
Quién mejor que aquel Marx de “Trabajo asalariado y capital”
para motivar a cualquier ser humano a adentrarse en el tema, sobre todo si se
es un asalariado, sea en Cuba, Wisconsin o Nueva Deli,
“En el invierno de
1847, a consecuencia de una mala cosecha, subieron considerablemente los
precios de los artículos de primera necesidad: el trigo, la carne, la
mantequilla, el queso, etc. Suponiendo que los obreros hubiesen seguido
cobrando por su fuerza de trabajo la misma cantidad de dinero que antes ¿no
habrían disminuido sus salarios? Indudablemente. A cambio de la misma cantidad
de dinero obtenían menos pan, menos carne, etc. Sus salarios bajaron, no porque
hubiesen disminuido el valor de la plata, sino porque aumentó el valor de los
víveres”.[2]
“Sus salarios bajaron porque aumentó el valor de los
víveres”. Con qué claridad explicaba el asunto en 1847 Carlos Marx, hace ¡166!
años. No digo yo si no lo iban a tomar como uno de sus mejores guías los
obreros y, asimismo, como uno de sus peores enemigos los explotadores del
mundo. Con razonamientos así, Marx abría los ojos al asalariado: si recibes el
mismo dinero como paga, pero los precios de los artículos de primera necesidad
han subido, tu salario ha disminuido. Cuidado, pues, con andar atento a tu salario
únicamente y no a los precios de las mercancías que fijan los propios
burgueses.
Allí Marx introdujo par de categorías esenciales que debí yo
exponer y ejemplificar como pude a mis nobles condiscípulos en aquella clase
más de un siglo después: “salario nominal” y “salario real”.
“Como vemos, la
expresión monetaria del precio del trabajo, el salario nominal, no coincide con
el salario real, es decir, con la cantidad de mercancías que se obtienen
realmente a cambio del salario. Por consiguiente, cuando hablamos del alza o de
la baja del salario, no debemos fijarnos solamente en la expresión monetaria
del precio del trabajo, en el salario nominal”.[3]
“No fijarnos solamente en el salario nominal”. Una alerta en
la auténtica voz de Marx. Indudablemente, cuando se haga un balance bien
científico (aún tarea pendiente) de cómo los socialismos del siglo XX se
torcieron y mantuvieron a los supuestos dueños formales alejados del poder
efectivo durante décadas (tan alejados que mirarían cruzados de brazos, indiferentes
o festivos, el derrumbe), habrá que dedicar un capítulo a lo que se hizo para
que la clase obrera no aprendiera suficiente marxismo, un marxismo que siguiera
siendo “revolucionario” dentro de la revolución. La clase obrera en el poder
conoció menos la teoría marxista, fue menos marxista que la de los países
capitalistas. En el capitalismo sabían y saben que hay unos dueños explotadores
que piensan día y noche en quitarles más y darles menos de lo que merecen, y en
el socialismo se les dijo: “todo ha cambiado, estás en el poder, ya no tienes
que preocuparte, no tienes que luchar porque te quieren dar menos de lo que te
corresponde, que ir a las huelgas, porque el estado de nuevo tipo, tu estado,
lo hará por ti, él ha llegado para defender como nadie tus derechos”.
¿Por qué, si Marx demuestra convincentemente que lo menos
visible pero más importante, más “real”, es el “salario real”, esa categoría no
se tuvo en el centro de miras de la economía socialista, y se utilizó
“salario”, así a secas, como única categoría, y sinónimo de lo que Marx había
llamado muy diferenciador “salario nominal”?
En el muy difundido y reverenciado Manual de Economía Política del Socialismo de Iván Oleinik (1980)
todavía podía leerse: “… el pago del
trabajo se manifiesta como el salario nominal (cantidad de dinero que recibe el
productor) y el salario real (cantidad de artículos de consumo y servicio que
puede recibir el trabajador por el pago en dinero de su trabajo). Con el
desarrollo de la producción socialista el salario real crece constantemente”.
Pero ya Lecciones de Economía Política de la Construcción del Socialismo, de
1991, texto básico elaborado por la Dirección de Marxismo Leninismo del
Ministerio de Educación Superior se olvida totalmente del “salario real”.
¿Causas de este “olvido”? Creo que la razón esencial fue
alejar una categoría “conflictiva” y poder maniobrar así la burocracia
socialista con los costos reales, los salarios y los precios, de una economía
en insuficiencia crónica, sin que la clase obrera interfiriera, sin que notase
su empantanada pobreza y sus sacrificios, y a la vez presentarse siempre ante
ella el Estado como un ente bondadoso, paternalista, al que se debía infinita
gratitud. Respetamos tu salario (nominal), te ofrecemos un salario (nominal) decoroso,
somos el único Estado que lo hace. La gratitud desmedida, lo sabemos, genera en
la psiquis subordinación.
Así mientras en los países capitalistas los obreros se
amotinaban con sus carteles en una plaza nada más les tocaban su salario real
aumentando diez centavos el billete del ferrocarril o tres céntimos al pan, los
obreros socialistas firmaban dóciles sus nóminas mensuales, donde “se les
respetaba el salario” (solo salario nominal) y aceptaban desorientados e
impotentes los aumentos de precios que, como era de esperar los economistas y
los políticos les presentaban sin vincularlos a su salario, y como una
“necesidad insoslayable”, una “medida estratégica”, un “reajuste para estimular
la producción” (los argumentos utilizados darían para un voluminoso cuaderno).
Con Marx aprendieron temprano los obreros que no cualquier
aumento de precio los afecta por igual, que deben estar atentos especialmente a
los precios de los artículos y servicios de primera necesidad (perjudica más tu
salario real el aumento en cinco centavos del precio del kilo de azúcar que el
incremento en 100 pesos del valor de una sierra portátil para alpinistas), y,
sobre todo, que para rebajar un centavo de sus salarios reales hay que
dialogar, ponerse de acuerdo, porque no puede existir un derecho justo que
establezca que alguien está autorizado por ley a restarle unilateralmente valor
real a tu salario, a devaluártelo, aprovechando tu ignorancia económica, y tú
solo a asentir y acatar.
En “Salario, precio y ganancia”, dieciocho años más tarde
(1865) insistió Marx en este asunto capital: “… si los salarios no suben, o no suben en la proporción suficiente
para compensar la subida en el valor de los artículos de primera necesidad, el
precio del trabajo descenderá por debajo del valor del trabajo, y el nivel de
vida del obrero empeorará”. [4]
Mantener así a la clase obrera, solo atenta al salario
nominal, haciéndole creer que no se le daña el salario —y su nivel de vida no
empeora— si esa nómina de pago viene cada mes con el mismo monto, es un modo
muy censurable de manipulación. Y el socialismo estatista del siglo XX llevó a
cabo esa cruel manipulación, hay que decirlo, con efectividad, teniendo como
cómplices —conscientes e inconscientes— a economistas, sociólogos, periodistas,
juristas, filósofos, y a un movimiento obrero cuya dirigencia perdió la
autonomía y dejó de cumplir su obligación primordial. Nunca se contó por el
trabajador socialista con órganos, aparatos, sistemas, para el estudio y
monitoreo del salario real, nunca tuvo la clase obrera economistas
verdaderamente de su lado, fieles, incondicionales, que vigilaran y batallaran
por sus derechos económicos. Prohibido hablarle al obrero socialista del
salario real. Prohibido convertirlo en un ojo vigilante, en un ente batallador.
Desterrado ese Marx subversivo de informes y balances de los “crecientes y
sostenidos logros económicos”. Todo fue entonces en verdad muy fácil.
¿Cómo explicar hoy, a tantos años de calar Marx en los
entretelones del salario, que un obrero cubano, en pleno siglo XXI, y tras
cincuenta años “en el poder”, crea que debe reclamar porque en su nómina de
pago (salario nominal) hayan rebajado sin explicación uno o dos pesos —proteste
airado, se niegue incluso a cobrar—, y acepte sin embargo, conformista, como
algo que no ve, o cree que está fuera de su alcance, que suban una y otra vez
los precios de las mercancías y servicios y se le baje así, automáticamente, y
en gran escala su salario real?
¿Nos dimos cuenta alguna vez, alguien se preocupó porque lo
notáramos los trabajadores, de que al pasarse a precios liberados un producto
tan de primera necesidad como lo es el jabón, un obrero cubano debe invertir
hoy en su núcleo de 4 personas ya no 88 centavos al mes sino 36 pesos por
aquellos mismos ocho jabones, lo que hablando “marxistamente” significa que su
salario se ha rebajado de un golpe no en un peso sino en mucho más, en ¡35
pesos y doce centavos!? La prensa fiel, obviamente, celebró la “liberación” y
se calló lo demás.
¿Sabemos hoy, siguiendo la lógica impecable de Marx, cuánto
se disminuyó el salario real aquel año en que el pasaje local se llevó de 5
centavos a 20 (un incremento del 300%), y 60 viajes al mes nos costarían no 3
pesos sino 12, es decir 9 pesos más?¿Conocemos cuánto se le redujo el salario
real a los trabajadores desde aquel día en que un breve decreto estipuló, en
una tarifa leonina, que los 200 kilowatts que consumía de electricidad su hogar
pasarían a costarle ya no 18 sino 44 pesos, es decir, 26 pesos adicionales (un
incremento de más del 150% que debe ser casi récord Guinness en su categoría)?
¿Alguien vio a su tiempo que el cambio en el precio del café
normado (de 10 centavos a un peso la onza), significó para un núcleo de cuatro
personas dedicar a la misma cantidad de café mensualmente no 1,60 sino 16
pesos, más de 14 pesos por el mismo “volumen de mercancías”? ¿Algún economista
reparó en que por los dos mismos tubos de pasta dental que se desembolsaba 1,20
un día hubo que empezar a invertir 16 pesos, 14,80 del salario nominal que se
esfumarían sin respaldo alguno en bienes y servicios?
¡Cuántos descensos continuos del salario real de nuestros
trabajadores en el poder en los últimos tiempos! ¡Cuántos recortes sin que una sola voz proletaria o aliada
se alzase para exigir mesura o explicación al menos¡ Solo en esos 5 indicadores
tomados de muestra —la lista sería larga— se deben destinar hoy por todo núcleo
de cuatro personas ya no 24,60 pesos del salario nominal sino 124, un monto de
casi 100 pesos más. Cien pesos que antes podíamos convertir en mercancías y
ahora, aunque permanecen en la nómina, se esfuman tranquilamente,
improductivos, ante nuestros ojos.
¿Reacciones lógicas desencadenadas por esas drásticas
reducciones del salario real? Ninguna, por supuesto, imposibles ellas en el
marco establecido por la burocracia. Indiferencia armónica de los medios de
difusión, los sindicatos y la academia.
Por ese terrible y absurdo silencio coral es que me han
resultado mucho más destacables, como si se trataran ellas de un osado destello
de luz, las aseveraciones auténticamente marxistas del Doctor en Ciencias
Económicas, Omar Everleny Pérez Villanueva, contenidas en una entrevista suya
que encontré días atrás, claro está, no en el Granma, sino en un sitio digital,
Cubahora:
Usted les puede
aumentar el ingreso salarial a los trabajadores, pero realmente no significaría
mucho para el cubano, debido a los precios que existen en la economía real. Uno
analiza la serie nominal y cada vez suben más los salarios en Cuba, pero el
salario promedio oscila entre los 400 y 500 pesos, y eso, cuando se traduce en
bienes y servicios, realmente da como resultado una cantidad irrisoria,
teniendo en cuenta las necesidades del cubano.
Obvio, en nuestra prensa de amplio consumo usted no
encuentra hoy textos de tal hondura, realismo y honestidad. Los hay más en el
otro extremo, como este, titulado “Alimentación-salud: una depende de la otra”
(qué descubrimiento), publicado nada menos que en el órgano de los trabajadores
el pasado 14 de octubre y contentivo de afirmaciones así de increíbles: “La política de alimentación en Cuba
garantiza seguridad alimentaria y nutricional para toda la población (…) No
obstante los malos hábitos alimentarios prevalecen en la población cubana (…)
el 24% de los adultos consultados no tiene costumbre de desayunar”.
Para esta “especialista” no desayunamos no porque solo los
niños y los enfermos tienen la leche a precios asequibles sino por “malos
hábitos alimentarios”. No es que la gente no tenga en su despensa leche,
tostadas, mantequilla, yogurt, huevos, jamón, queso, galletas, para desayunar,
sino que no tiene “costumbre”, así de sencillo.
No recuerdo exactamente hoy, es mucho tiempo treinta y cinco
años, todos los ejemplos que utilicé en aquella clase que me alabó magnánimo y
didáctico el querido profesor Pepe — me ha alegrado saber que se desempeña hoy
en el Centro de Investigaciones de la Economía Mundial—. Pero creo que si la
asumiera ahora, cumpliendo con el deber pedagógico de actualizar y
contextualizar, pues recordaría mi experiencia y mi dolor como testigo personal
del “derrumbe” soviético —viví, estudié y padecí en Moscú durante tres años,
entre 1987 y 1990— y echaría mano a esos casos del aumento del precio del jabón
en Cuba, o de la pasta dental, o del transporte, o la electricidad, o del café,
para ilustrar lo que cuesta y condena a una clase obrera —incluso considerada
ella en el poder— no saber mucho, casi nada, de economía política marxista.
Eso sí, destacaría al final, tercamente optimista, y
confiado en el porvenir, cuan útil sigue siendo Marx hoy para otros obreros del
mundo. Contrastaría esa ignorancia de la clase obrera cubana con un ejemplo muy
diferente, llegado en una noticia todavía fresca y nacida, para más alegría, no
en la vieja Europa sino aquí, en la América nuestra. Me referiría a la
sabiduría marxista de los trabajadores brasileños que hace unos meses atrás
casi paralizan el país y ponen contra el precipicio a su buen gobierno de
izquierda con el rechazo firme a un “módico” incremento de 20 centavos en el
precio del pasaje local.
¿Qué ocurrió solo hace unos meses atrás en este gran país
hoy quinta economía mundial? Es realmente muy fácil de explicar llevados
siempre de la mano firme de Marx y su pensamiento económico. Nadie habló allí
de disminución de salarios, de pagarles menos a los padres de la zamba y el
fútbol bonito, pero se dieron cuenta ellos solos de que con ese aumento en el
precio del transporte les reducirían su salario real (el que vale a fin de
cuentas) y dijeron no. No y no. Y se lanzaron decididos a la calle. Y con esa
presión popular exigieron escuchar sus justas razones. Y obligaron al gobierno
a negociar. Y ganaron la batalla. Nada de ridiculez: “Solo 20 centavos, sí,
pero es que son mis 20 centavos. Y cuando tome sesenta veces el ómnibus en un
mes serán no 20 centavos sino 12 reales (pesos) los que no desaparecerán de la
nómina de pago (salario nominal), pero sí de mi salario real. ¿Es que creen que
no se ha traducido la obra de Marx al portugués?”
Cuanto reconforta esa conducta de los trabajadores brasileños,
prueba ella del auténtico aliento revolucionario, marxista, que recorre nuestra
América, empeñada gran parte de ella en construir un socialismo distinto al del
siglo XX, el del siglo XXI (un día conoceremos las diferencias). Fue esta otra
batalla ganada más que deberá anotársele justamente al expediente de victorias
de ese genio de Tréveris, cuyo espíritu por suerte sigue bien vivo, y que hará
pronto treinta y cinco años conocí yo, ya decía, apenas un poco.
Pero volvamos a la praxis, a nuestra ínsula y sus obreros, y
su tensa realidad. ¿De qué vale proclamarse una y otra vez que el salario es
sagrado (consigna de aparente radicalismo proletario) si solo se hace
referencia en ella al salario nominal? ¿Cómo puede velar seriamente por los
derechos de sus miembros una organización sindical que acata toda elevación de
precios sin molestarse en razonar en cuanto baja ello el salario real de los
que representa y defiende, en cuanto —hablando sin tapujos— los empobrece?
Ni siquiera una sola vez he podido encontrar “salario real”
en alguno de los balances, informes, análisis oficiales sobre nuestra vida
económica. Un documento tan actual como los Lineamientos de la Política
Económica y Social del Partido y la Revolución, revolucionario en sus
propósitos, no dice una palabra sobre él, solo habla del otro, del nominal, ese
que bien nos dejó claro Marx podríamos llamarle “irreal”, “aparente” o
“ficticio”. Nada se dice de él tampoco, y es más alarmante, en el Anteproyecto
de Ley Código de Trabajo.
Miremos incluso en nuestra Ley de leyes. La progresista
Constitución del 40 consagraba uno de sus diecinueve títulos, el VI, denominado
“Del trabajo y de la propiedad”, a fijar aspectos esenciales relacionados con
la actividad laboral y su remuneración, conteniendo su “Sesión primera.
Trabajo” nada menos que 27 artículos. El segundo artículo de esa sesión, el 61,
establecía una relación vinculante y dinámica entre el salario mínimo y las
necesidades del trabajador que se echará de menos en la Constitución Socialista
de 1976 (donde no hay capítulos dedicados al trabajo y la palabra salario
apenas se utiliza dos veces). Refrendaba este artículo 61 que:
“Todo trabajador
manual o intelectual de empresas públicas o privadas, del Estado, la Provincia
o el Municipio, tendrá garantizado un salario o sueldo mínimo, que se
determinará atendiendo a las condiciones de cada región y a las necesidades
normales del trabajador en el orden material, moral y cultural, y
considerándolo como jefe de familia. La Ley establecerá la manera de regular
periódicamente los salarios sueldos mínimos por medio de comisiones paritarias
para cada rama del trabajo, de acuerdo con el nivel de vida y con las
peculiaridades de cada región y de cada actividad industrial, comercial o
agrícola”.
Nada más claro en aquel 1940: “…un salario o sueldo mínimo, que se determinará atendiendo a las
condiciones de cada región y a las necesidades normales del trabajador en el
orden material, moral y cultural…” Un sueldo mínimo determinado no
caprichosamente sino, escuchando a Marx, por las “necesidades normales” del
trabajador. ¿Por qué retrocedimos en 1976?
“Trabajo asalariado y capital”, un texto del joven Marx, de
1847, y “Salario, precio y ganancia”, también suyo, de 1865. Textos que veo que
no han envejecido nada y que todos los asalariados debiéramos conocer y
comprender, y utilizar como combustible para alimentar la llama
anticapitalista, antiexplotadora, antidogmática, antiestatista y
antiburocrática del auténtico espíritu revolucionario. Una llama que se
alimenta esencialmente de la verdad, la fidelidad y de un férreo sentido del
deber. Sobre todo de la verdad. Ya decía Martí que “hallar una verdad regocija
como ver nacer un hijo”. Así lo recordaría incluso nuestro actual presidente
aquel 23 de enero de 1960, hace más de 50 años, vale recordarlo, cuando en una
conferencia en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, nos expresó:
“La calidad del
revolucionario se revela en su radicalidad, en sentido martiano. La verdad, por
dura que sea, por difícil que sea, ha de normar la acción revolucionaria. El
revolucionario va a las raíces de las cosas, no lo detiene ni el perjuicio ni
los falsos valores, ni los convencionalismos, ni los intereses creados”.
[5]
Marx y el salario real y los asalariados. La necesidad
revolucionaria de la verdad, de ir siempre el revolucionario a las raíces de
las cosas sin detenerse por perjuicios, falsos valores o convencionalismos. Mis
nobles y también jóvenes condiscípulos y nuestro animoso y despierto profesor
Pepe. Los he recordado a todos con nostalgia y gratitud en estos días, y lo
celebraré, ya lo estoy haciendo con estas palabras memoriosas.
Treinta y cinco largos años han pasado. Casi la mitad de una
vida. Fue allá, ya he dicho, en 1978, bien cerca del mar y de Cojímar y de
Hemingway, y en aquellos lejanos y juveniles días que en este 2013 que expira,
tal vez por muchas más razones y deberes, algunos riesgosos y propios del
soldado, he revivido con una profunda y algo de rebelde nostalgia.
________________________________________
[1] Ciego de Ávila (1955). Licenciado en Ciencias Sociales
(Moscú, 1990). Su novela Zugzwang alcanzó el Premio “Cirilo Villaverde” de la
UNEAC en 2004. En 2010 obtuvo el Premio Internacional de Cuento “Julio
Cortázar”.
En 2010 obtuvo el Premio
Internacional de Cuento “Julio Cortázar”.
[2] Carlos Marx: “Trabajo asalariado y capital”, en C. Marx. F. Engels.
Tomo I. Obras Escogidas (en 3 Tomos), Editorial Progreso, Moscú, 1974, p.
167.
[4] Carlos Marx: “Salario, precio y ganancia”, en C. Marx. F. Engels.
Tomo II. Obras Escogidas (en 3 Tomos), Editorial Progreso, Moscú, 1974, p.
66.
[5] Documentos de la Revolución Cubana. 1960, Editorial de Ciencias
Sociales, La Habana, 2007, p. 241.
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