domingo, 19 de enero de 2014

Mi Marx entre el salario real y la nostalgia



Por Félix Sánchez Rodríguez [1]


Cierra un año que ha sido muy importante para mí como celebración personal. Muchos años han pasado ya —nada menos que treinta y cinco— de aquel momento en que tuve la dicha de trabar contacto, por primera vez de manera organizada, con las revolucionarias ideas filosóficas, económicas y políticas de Carlos Marx. Ocurrió en la Escuela Nacional de Cuadros de la UJC, una espaciosa y moderna instalación de prefabricado erigida en Habana del Este, cerca de la costa norte y también de ese marinero pueblecito de Cojímar con su sobrio y vigilante busto de Hemingway.

En aquel Curso Básico, de apenas un año, destinado a los cuadros juveniles de todo el país (se me había incorporado a él por ser Instructor para el Trabajo de la UJC en una Sección Política de Regimiento), recibíamos varias asignaturas de las llamadas políticas. Y de la mano de un brillante profesor, José Ángel Pérez, Pepe, de muy baja estatura, y apasionado y locuaz hasta la seducción —a sus espaldas lo llamábamos “el pequeño Marx”—, que impartía Economía Política del Capitalismo, nos adentramos un poco todos, soñadores y jubilosos, por el ancho mundo de las categorías y las leyes que rigen la producción social.

Para esa fecha ya había publicado yo en una modesta antología de los cuentos que el jurado del Premio David 1975 estimó mejores entre los presentados a concurso, y obtenido premios en los Encuentros Debates Nacionales de los Talleres Literarios, y creo que mi incipiente mirada de escritor aficionado empezaba a prestar más atención a las curiosidades, las paradojas y las metáforas presentes hasta en las ciencias, sobre todo en las humanísticas, que a un aprendizaje mecánico, útil para sumarme debidamente pertrechado y disciplinado a la obra de la construcción socialista.

Esto, como lo veo al paso de los años, debió ser la causa de que el tema que más me apasionara entonces de todo el apretado programa de estudio fuese el del salario (presente en el capitalismo y en el socialismo), quizás porque, entre otras cosas, eso de denominarlo Marx “forma metamorfoseada del valor de la fuerza de trabajo” le daba un toque de literaturidad. Ya Gregorio Sansa no era, pues, a mi poco entender, tan original.

No sé si por casualidad, por norma docente, o porque el profesor Pepe intuyó que el asunto del salario me cautivaría, tuvo la idea de que yo, monitor de su asignatura, impartiese el tema en el grupo de clase. Nada de repaso, el tema en su debut. Él me ayudaría en la preparación, por supuesto. Fue un acto de confianza y de riesgo. No lo hice muy mal, al menos así lo apreció el profesor Pepe, ya que al terminar la clase me felicitó y obsequió un manual de Economía Política en cuya dedicatoria me auguraba un notable futuro como interpretador de aquella teoría que nos hacía tan visible el paraíso en el horizonte.

No cumplí en verdad con las expectativas del profesor Pepe, pero, eso sí, pocos temas de la Economía Política he olvidado menos que aquel en estas tres décadas y media. Me atrapó sin dudas la facilidad con la que ese Marx de solo veintinueve años, incisivo y lúcido cual un detective inglés, abría un agujero y miraba en la trastienda de una palabra tan llevada y traída, y veía lo oculto, las verdades solapadas, las relaciones matemáticas y sociales que quedaban fuera del juicio del ciudadano común. Me pareció, pues, muy justificado y revolucionario su interés en dotar a los trabajadores, a partir de estas revelaciones, de una conciencia clara de su desventajosa situación en relación con el capital (y sus dueños).

Tal categoría, en manos de Marx, se transformaba en un faro y actuaba, lo creo más ahora, como El Aleph de Borges. Donde unos habían visto solo un dinero que recibes por el trabajo realizado, Marx sacaba y ponía ante las masas unos apellidos adecuados para esa palabra clave (nominal, real, relativo), y desde ahí, incorporando otras categorías como dinero, plusvalía, ganancia, relaciones de distribución, necesidades, precio, fuerza de trabajo, a su análisis integral, iluminaba dialécticamente todo el cuadro explotador de la sociedad capitalista.

Para preparar aquella clase que mi intrepidez no me dejó rechazar, el profesor Pepe me envió a leer varios textos sobre el tema. Uno de ellos fue “Trabajo asalariado y capital”, de Marx, con un prólogo de Engels a la publicación en 1891. Esta obra del joven Marx, de 1847, antecedió en veinte años al primer tomo de El Capital, y fue peldaño en ese largo camino de estudios y reflexiones recorrido por Marx y que culminaría en la considerada su obra magna.

Para Marx, descubrí ya entonces, la palabra “salario” no constituye una categoría elemental, es casi como un artilugio, una trampa económica, lógica y lingüística. Dice él en un momento, antes de entrar en sus diáfanas ejemplificaciones: “Lo que el obrero percibe, en primer término, por su fuerza de trabajo, es una determinada cantidad de dinero. ¿Acaso el salario se halla determinado exclusivamente por este precio en dinero?” Interrogante provocadora, propia de alguien que confesaría alguna vez a sus hijas que “Duda de todo” constituía su lema favorito.

Quién mejor que aquel Marx de “Trabajo asalariado y capital” para motivar a cualquier ser humano a adentrarse en el tema, sobre todo si se es un asalariado, sea en Cuba, Wisconsin o Nueva Deli,
“En el invierno de 1847, a consecuencia de una mala cosecha, subieron considerablemente los precios de los artículos de primera necesidad: el trigo, la carne, la mantequilla, el queso, etc. Suponiendo que los obreros hubiesen seguido cobrando por su fuerza de trabajo la misma cantidad de dinero que antes ¿no habrían disminuido sus salarios? Indudablemente. A cambio de la misma cantidad de dinero obtenían menos pan, menos carne, etc. Sus salarios bajaron, no porque hubiesen disminuido el valor de la plata, sino porque aumentó el valor de los víveres”.[2]

“Sus salarios bajaron porque aumentó el valor de los víveres”. Con qué claridad explicaba el asunto en 1847 Carlos Marx, hace ¡166! años. No digo yo si no lo iban a tomar como uno de sus mejores guías los obreros y, asimismo, como uno de sus peores enemigos los explotadores del mundo. Con razonamientos así, Marx abría los ojos al asalariado: si recibes el mismo dinero como paga, pero los precios de los artículos de primera necesidad han subido, tu salario ha disminuido. Cuidado, pues, con andar atento a tu salario únicamente y no a los precios de las mercancías que fijan los propios burgueses.

Allí Marx introdujo par de categorías esenciales que debí yo exponer y ejemplificar como pude a mis nobles condiscípulos en aquella clase más de un siglo después: “salario nominal” y “salario real”.
“Como vemos, la expresión monetaria del precio del trabajo, el salario nominal, no coincide con el salario real, es decir, con la cantidad de mercancías que se obtienen realmente a cambio del salario. Por consiguiente, cuando hablamos del alza o de la baja del salario, no debemos fijarnos solamente en la expresión monetaria del precio del trabajo, en el salario nominal”.[3]

“No fijarnos solamente en el salario nominal”. Una alerta en la auténtica voz de Marx. Indudablemente, cuando se haga un balance bien científico (aún tarea pendiente) de cómo los socialismos del siglo XX se torcieron y mantuvieron a los supuestos dueños formales alejados del poder efectivo durante décadas (tan alejados que mirarían cruzados de brazos, indiferentes o festivos, el derrumbe), habrá que dedicar un capítulo a lo que se hizo para que la clase obrera no aprendiera suficiente marxismo, un marxismo que siguiera siendo “revolucionario” dentro de la revolución. La clase obrera en el poder conoció menos la teoría marxista, fue menos marxista que la de los países capitalistas. En el capitalismo sabían y saben que hay unos dueños explotadores que piensan día y noche en quitarles más y darles menos de lo que merecen, y en el socialismo se les dijo: “todo ha cambiado, estás en el poder, ya no tienes que preocuparte, no tienes que luchar porque te quieren dar menos de lo que te corresponde, que ir a las huelgas, porque el estado de nuevo tipo, tu estado, lo hará por ti, él ha llegado para defender como nadie tus derechos”.

¿Por qué, si Marx demuestra convincentemente que lo menos visible pero más importante, más “real”, es el “salario real”, esa categoría no se tuvo en el centro de miras de la economía socialista, y se utilizó “salario”, así a secas, como única categoría, y sinónimo de lo que Marx había llamado muy diferenciador “salario nominal”?

En el muy difundido y reverenciado Manual de Economía Política del Socialismo de Iván Oleinik (1980) todavía podía leerse: “… el pago del trabajo se manifiesta como el salario nominal (cantidad de dinero que recibe el productor) y el salario real (cantidad de artículos de consumo y servicio que puede recibir el trabajador por el pago en dinero de su trabajo). Con el desarrollo de la producción socialista el salario real crece constantemente”. Pero ya Lecciones de Economía Política de la Construcción del Socialismo, de 1991, texto básico elaborado por la Dirección de Marxismo Leninismo del Ministerio de Educación Superior se olvida totalmente del “salario real”.

¿Causas de este “olvido”? Creo que la razón esencial fue alejar una categoría “conflictiva” y poder maniobrar así la burocracia socialista con los costos reales, los salarios y los precios, de una economía en insuficiencia crónica, sin que la clase obrera interfiriera, sin que notase su empantanada pobreza y sus sacrificios, y a la vez presentarse siempre ante ella el Estado como un ente bondadoso, paternalista, al que se debía infinita gratitud. Respetamos tu salario (nominal), te ofrecemos un salario (nominal) decoroso, somos el único Estado que lo hace. La gratitud desmedida, lo sabemos, genera en la psiquis subordinación.

Así mientras en los países capitalistas los obreros se amotinaban con sus carteles en una plaza nada más les tocaban su salario real aumentando diez centavos el billete del ferrocarril o tres céntimos al pan, los obreros socialistas firmaban dóciles sus nóminas mensuales, donde “se les respetaba el salario” (solo salario nominal) y aceptaban desorientados e impotentes los aumentos de precios que, como era de esperar los economistas y los políticos les presentaban sin vincularlos a su salario, y como una “necesidad insoslayable”, una “medida estratégica”, un “reajuste para estimular la producción” (los argumentos utilizados darían para un voluminoso cuaderno).

Con Marx aprendieron temprano los obreros que no cualquier aumento de precio los afecta por igual, que deben estar atentos especialmente a los precios de los artículos y servicios de primera necesidad (perjudica más tu salario real el aumento en cinco centavos del precio del kilo de azúcar que el incremento en 100 pesos del valor de una sierra portátil para alpinistas), y, sobre todo, que para rebajar un centavo de sus salarios reales hay que dialogar, ponerse de acuerdo, porque no puede existir un derecho justo que establezca que alguien está autorizado por ley a restarle unilateralmente valor real a tu salario, a devaluártelo, aprovechando tu ignorancia económica, y tú solo a asentir y acatar.

En “Salario, precio y ganancia”, dieciocho años más tarde (1865) insistió Marx en este asunto capital: “… si los salarios no suben, o no suben en la proporción suficiente para compensar la subida en el valor de los artículos de primera necesidad, el precio del trabajo descenderá por debajo del valor del trabajo, y el nivel de vida del obrero empeorará”. [4]

Mantener así a la clase obrera, solo atenta al salario nominal, haciéndole creer que no se le daña el salario —y su nivel de vida no empeora— si esa nómina de pago viene cada mes con el mismo monto, es un modo muy censurable de manipulación. Y el socialismo estatista del siglo XX llevó a cabo esa cruel manipulación, hay que decirlo, con efectividad, teniendo como cómplices —conscientes e inconscientes— a economistas, sociólogos, periodistas, juristas, filósofos, y a un movimiento obrero cuya dirigencia perdió la autonomía y dejó de cumplir su obligación primordial. Nunca se contó por el trabajador socialista con órganos, aparatos, sistemas, para el estudio y monitoreo del salario real, nunca tuvo la clase obrera economistas verdaderamente de su lado, fieles, incondicionales, que vigilaran y batallaran por sus derechos económicos. Prohibido hablarle al obrero socialista del salario real. Prohibido convertirlo en un ojo vigilante, en un ente batallador. Desterrado ese Marx subversivo de informes y balances de los “crecientes y sostenidos logros económicos”. Todo fue entonces en verdad muy fácil.

¿Cómo explicar hoy, a tantos años de calar Marx en los entretelones del salario, que un obrero cubano, en pleno siglo XXI, y tras cincuenta años “en el poder”, crea que debe reclamar porque en su nómina de pago (salario nominal) hayan rebajado sin explicación uno o dos pesos —proteste airado, se niegue incluso a cobrar—, y acepte sin embargo, conformista, como algo que no ve, o cree que está fuera de su alcance, que suban una y otra vez los precios de las mercancías y servicios y se le baje así, automáticamente, y en gran escala su salario real?

¿Nos dimos cuenta alguna vez, alguien se preocupó porque lo notáramos los trabajadores, de que al pasarse a precios liberados un producto tan de primera necesidad como lo es el jabón, un obrero cubano debe invertir hoy en su núcleo de 4 personas ya no 88 centavos al mes sino 36 pesos por aquellos mismos ocho jabones, lo que hablando “marxistamente” significa que su salario se ha rebajado de un golpe no en un peso sino en mucho más, en ¡35 pesos y doce centavos!? La prensa fiel, obviamente, celebró la “liberación” y se calló lo demás.

¿Sabemos hoy, siguiendo la lógica impecable de Marx, cuánto se disminuyó el salario real aquel año en que el pasaje local se llevó de 5 centavos a 20 (un incremento del 300%), y 60 viajes al mes nos costarían no 3 pesos sino 12, es decir 9 pesos más?¿Conocemos cuánto se le redujo el salario real a los trabajadores desde aquel día en que un breve decreto estipuló, en una tarifa leonina, que los 200 kilowatts que consumía de electricidad su hogar pasarían a costarle ya no 18 sino 44 pesos, es decir, 26 pesos adicionales (un incremento de más del 150% que debe ser casi récord Guinness en su categoría)?

¿Alguien vio a su tiempo que el cambio en el precio del café normado (de 10 centavos a un peso la onza), significó para un núcleo de cuatro personas dedicar a la misma cantidad de café mensualmente no 1,60 sino 16 pesos, más de 14 pesos por el mismo “volumen de mercancías”? ¿Algún economista reparó en que por los dos mismos tubos de pasta dental que se desembolsaba 1,20 un día hubo que empezar a invertir 16 pesos, 14,80 del salario nominal que se esfumarían sin respaldo alguno en bienes y servicios?

¡Cuántos descensos continuos del salario real de nuestros trabajadores en el poder en los últimos tiempos! ¡Cuántos recortes sin que una sola voz proletaria o aliada se alzase para exigir mesura o explicación al menos¡ Solo en esos 5 indicadores tomados de muestra —la lista sería larga— se deben destinar hoy por todo núcleo de cuatro personas ya no 24,60 pesos del salario nominal sino 124, un monto de casi 100 pesos más. Cien pesos que antes podíamos convertir en mercancías y ahora, aunque permanecen en la nómina, se esfuman tranquilamente, improductivos, ante nuestros ojos.

¿Reacciones lógicas desencadenadas por esas drásticas reducciones del salario real? Ninguna, por supuesto, imposibles ellas en el marco establecido por la burocracia. Indiferencia armónica de los medios de difusión, los sindicatos y la academia.

Por ese terrible y absurdo silencio coral es que me han resultado mucho más destacables, como si se trataran ellas de un osado destello de luz, las aseveraciones auténticamente marxistas del Doctor en Ciencias Económicas, Omar Everleny Pérez Villanueva, contenidas en una entrevista suya que encontré días atrás, claro está, no en el Granma, sino en un sitio digital, Cubahora:

Usted les puede aumentar el ingreso salarial a los trabajadores, pero realmente no significaría mucho para el cubano, debido a los precios que existen en la economía real. Uno analiza la serie nominal y cada vez suben más los salarios en Cuba, pero el salario promedio oscila entre los 400 y 500 pesos, y eso, cuando se traduce en bienes y servicios, realmente da como resultado una cantidad irrisoria, teniendo en cuenta las necesidades del cubano.

Obvio, en nuestra prensa de amplio consumo usted no encuentra hoy textos de tal hondura, realismo y honestidad. Los hay más en el otro extremo, como este, titulado “Alimentación-salud: una depende de la otra” (qué descubrimiento), publicado nada menos que en el órgano de los trabajadores el pasado 14 de octubre y contentivo de afirmaciones así de increíbles: “La política de alimentación en Cuba garantiza seguridad alimentaria y nutricional para toda la población (…) No obstante los malos hábitos alimentarios prevalecen en la población cubana (…) el 24% de los adultos consultados no tiene costumbre de desayunar”.

Para esta “especialista” no desayunamos no porque solo los niños y los enfermos tienen la leche a precios asequibles sino por “malos hábitos alimentarios”. No es que la gente no tenga en su despensa leche, tostadas, mantequilla, yogurt, huevos, jamón, queso, galletas, para desayunar, sino que no tiene “costumbre”, así de sencillo.

No recuerdo exactamente hoy, es mucho tiempo treinta y cinco años, todos los ejemplos que utilicé en aquella clase que me alabó magnánimo y didáctico el querido profesor Pepe — me ha alegrado saber que se desempeña hoy en el Centro de Investigaciones de la Economía Mundial—. Pero creo que si la asumiera ahora, cumpliendo con el deber pedagógico de actualizar y contextualizar, pues recordaría mi experiencia y mi dolor como testigo personal del “derrumbe” soviético —viví, estudié y padecí en Moscú durante tres años, entre 1987 y 1990— y echaría mano a esos casos del aumento del precio del jabón en Cuba, o de la pasta dental, o del transporte, o la electricidad, o del café, para ilustrar lo que cuesta y condena a una clase obrera —incluso considerada ella en el poder— no saber mucho, casi nada, de economía política marxista.

Eso sí, destacaría al final, tercamente optimista, y confiado en el porvenir, cuan útil sigue siendo Marx hoy para otros obreros del mundo. Contrastaría esa ignorancia de la clase obrera cubana con un ejemplo muy diferente, llegado en una noticia todavía fresca y nacida, para más alegría, no en la vieja Europa sino aquí, en la América nuestra. Me referiría a la sabiduría marxista de los trabajadores brasileños que hace unos meses atrás casi paralizan el país y ponen contra el precipicio a su buen gobierno de izquierda con el rechazo firme a un “módico” incremento de 20 centavos en el precio del pasaje local.

¿Qué ocurrió solo hace unos meses atrás en este gran país hoy quinta economía mundial? Es realmente muy fácil de explicar llevados siempre de la mano firme de Marx y su pensamiento económico. Nadie habló allí de disminución de salarios, de pagarles menos a los padres de la zamba y el fútbol bonito, pero se dieron cuenta ellos solos de que con ese aumento en el precio del transporte les reducirían su salario real (el que vale a fin de cuentas) y dijeron no. No y no. Y se lanzaron decididos a la calle. Y con esa presión popular exigieron escuchar sus justas razones. Y obligaron al gobierno a negociar. Y ganaron la batalla. Nada de ridiculez: “Solo 20 centavos, sí, pero es que son mis 20 centavos. Y cuando tome sesenta veces el ómnibus en un mes serán no 20 centavos sino 12 reales (pesos) los que no desaparecerán de la nómina de pago (salario nominal), pero sí de mi salario real. ¿Es que creen que no se ha traducido la obra de Marx al portugués?”

Cuanto reconforta esa conducta de los trabajadores brasileños, prueba ella del auténtico aliento revolucionario, marxista, que recorre nuestra América, empeñada gran parte de ella en construir un socialismo distinto al del siglo XX, el del siglo XXI (un día conoceremos las diferencias). Fue esta otra batalla ganada más que deberá anotársele justamente al expediente de victorias de ese genio de Tréveris, cuyo espíritu por suerte sigue bien vivo, y que hará pronto treinta y cinco años conocí yo, ya decía, apenas un poco.

Pero volvamos a la praxis, a nuestra ínsula y sus obreros, y su tensa realidad. ¿De qué vale proclamarse una y otra vez que el salario es sagrado (consigna de aparente radicalismo proletario) si solo se hace referencia en ella al salario nominal? ¿Cómo puede velar seriamente por los derechos de sus miembros una organización sindical que acata toda elevación de precios sin molestarse en razonar en cuanto baja ello el salario real de los que representa y defiende, en cuanto —hablando sin tapujos— los empobrece?

Ni siquiera una sola vez he podido encontrar “salario real” en alguno de los balances, informes, análisis oficiales sobre nuestra vida económica. Un documento tan actual como los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución, revolucionario en sus propósitos, no dice una palabra sobre él, solo habla del otro, del nominal, ese que bien nos dejó claro Marx podríamos llamarle “irreal”, “aparente” o “ficticio”. Nada se dice de él tampoco, y es más alarmante, en el Anteproyecto de Ley Código de Trabajo.

Miremos incluso en nuestra Ley de leyes. La progresista Constitución del 40 consagraba uno de sus diecinueve títulos, el VI, denominado “Del trabajo y de la propiedad”, a fijar aspectos esenciales relacionados con la actividad laboral y su remuneración, conteniendo su “Sesión primera. Trabajo” nada menos que 27 artículos. El segundo artículo de esa sesión, el 61, establecía una relación vinculante y dinámica entre el salario mínimo y las necesidades del trabajador que se echará de menos en la Constitución Socialista de 1976 (donde no hay capítulos dedicados al trabajo y la palabra salario apenas se utiliza dos veces). Refrendaba este artículo 61 que:

“Todo trabajador manual o intelectual de empresas públicas o privadas, del Estado, la Provincia o el Municipio, tendrá garantizado un salario o sueldo mínimo, que se determinará atendiendo a las condiciones de cada región y a las necesidades normales del trabajador en el orden material, moral y cultural, y considerándolo como jefe de familia. La Ley establecerá la manera de regular periódicamente los salarios sueldos mínimos por medio de comisiones paritarias para cada rama del trabajo, de acuerdo con el nivel de vida y con las peculiaridades de cada región y de cada actividad industrial, comercial o agrícola”.

Nada más claro en aquel 1940: “…un salario o sueldo mínimo, que se determinará atendiendo a las condiciones de cada región y a las necesidades normales del trabajador en el orden material, moral y cultural…” Un sueldo mínimo determinado no caprichosamente sino, escuchando a Marx, por las “necesidades normales” del trabajador. ¿Por qué retrocedimos en 1976?

“Trabajo asalariado y capital”, un texto del joven Marx, de 1847, y “Salario, precio y ganancia”, también suyo, de 1865. Textos que veo que no han envejecido nada y que todos los asalariados debiéramos conocer y comprender, y utilizar como combustible para alimentar la llama anticapitalista, antiexplotadora, antidogmática, antiestatista y antiburocrática del auténtico espíritu revolucionario. Una llama que se alimenta esencialmente de la verdad, la fidelidad y de un férreo sentido del deber. Sobre todo de la verdad. Ya decía Martí que “hallar una verdad regocija como ver nacer un hijo”. Así lo recordaría incluso nuestro actual presidente aquel 23 de enero de 1960, hace más de 50 años, vale recordarlo, cuando en una conferencia en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, nos expresó:

“La calidad del revolucionario se revela en su radicalidad, en sentido martiano. La verdad, por dura que sea, por difícil que sea, ha de normar la acción revolucionaria. El revolucionario va a las raíces de las cosas, no lo detiene ni el perjuicio ni los falsos valores, ni los convencionalismos, ni los intereses creados”. [5]

Marx y el salario real y los asalariados. La necesidad revolucionaria de la verdad, de ir siempre el revolucionario a las raíces de las cosas sin detenerse por perjuicios, falsos valores o convencionalismos. Mis nobles y también jóvenes condiscípulos y nuestro animoso y despierto profesor Pepe. Los he recordado a todos con nostalgia y gratitud en estos días, y lo celebraré, ya lo estoy haciendo con estas palabras memoriosas.

Treinta y cinco largos años han pasado. Casi la mitad de una vida. Fue allá, ya he dicho, en 1978, bien cerca del mar y de Cojímar y de Hemingway, y en aquellos lejanos y juveniles días que en este 2013 que expira, tal vez por muchas más razones y deberes, algunos riesgosos y propios del soldado, he revivido con una profunda y algo de rebelde nostalgia.
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[1] Ciego de Ávila (1955). Licenciado en Ciencias Sociales (Moscú, 1990). Su novela Zugzwang alcanzó el Premio “Cirilo Villaverde” de la UNEAC en 2004. En 2010 obtuvo el Premio Internacional de Cuento “Julio Cortázar”.
En 2010 obtuvo el Premio Internacional de Cuento “Julio Cortázar”.
[2] Carlos Marx: “Trabajo asalariado y capital”, en C. Marx. F. Engels. Tomo I. Obras Escogidas (en 3 Tomos), Editorial Progreso, Moscú, 1974, p. 167.
[3] Ídem, p. 168.
[4] Carlos Marx: “Salario, precio y ganancia”, en C. Marx. F. Engels. Tomo II. Obras Escogidas (en 3 Tomos), Editorial Progreso, Moscú, 1974, p. 66.
[5] Documentos de la Revolución Cubana. 1960, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2007, p. 241.

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