sábado, 4 de enero de 2014

Los “rudos” y los… ¿delicados?



Por Armando Yero La O


Hace poco presencié un acto que por su expresión violenta y discriminatoria, me pareció indigno. Un joven de tranquila apariencia fue brutalmente sacado de una cola donde pretendía comprar algunos productos agrícolas. ¿La razón? Era un “flojito”, según la opinión de quienes la emprendieron a empujones y amenazas contra él.

No sé si era lo que los cavernícolas del molote le gritaban o no, pero de lo cual sí estoy seguro es de que se trataba de un ser humano cuya dignidad personal fue ultrajada gratuitamente, sin una razón lógica y mucho menos aceptable.

Que alguien sea “blandito” o “rarito” (en lenguaje cubano empleamos un epíteto de mayor sonoridad y contundencia, por ejemplo, MARICÓN) no es razón suficiente para conculcar su derecho de comprar unos boniatos o caminar libremente por las calles de este país.

Sentí compasión por el muchacho, quien con lágrimas de impotencia, se esfumó del lugar lleno de miedo, por lo que pudiera sucederle a manos de aquellos trogloditas obnubilados por el alcohol y la intolerancia.

Por contraste, el incidente me hizo recordar la película cubana Fresa y Chocolate (1993), de los directores Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío, que puso sobre el tapete el escabroso tema de la homosexualidad, abriendo con ello una polémica nacional aceptada por unos y otros, es decir, por quienes presumen de su masculinidad de acero-níquel y los que llevan en el alma el delicado aleteo de las mariposas.

A partir del ya clásico filme de Titón, varios productos comunicativos audiovisuales difundidos por la televisión cubana mostraron, unas veces de manera tangencial y otras de forma más directa, a personajes homosexuales. También en el teatro, las artes plásticas y la literatura, la gelatinosa figura del gay era presencia habitual.

Quedó clara, al menos en las manifestaciones artísticas de los años noventa, una mayor libertad a la hora de expresar la diversidad sexual. Parecía haber quedado atrás la fuerte actitud homofóbica en todos los planos de la sociedad cubana que entre los años 60-80 obligó a muchos homosexuales a esconder su orientación sexual y en casos extremos a marcharse del país.

Por tanto, me pareció contradictorio que en una Revolución, que rompió con los más disímiles estereotipos, todavía mucha gente no haya podido desconstruir tal modelo, pero sucede que estos procesos interactúan en las complicadas matrices de las identidades masculinas, poco dadas a los cambios por decretos.

A pesar de que hoy la sociedad cubana es mucho más multirracial y diversa en su sexualidad, que en épocas anteriores, la intolerancia contra quienes tienen preferencias sexuales distintas continúan rayando en peligrosas manifestaciones de vandalismo como la narrada al inicio de esta columna.

La Revolución ha luchado contra las expresiones del machismo relacionado con las mujeres, pero se ha mantenido intransigente con respecto a los propios hombres: no se han cambiado los valores de la masculinidad hegemónica, lo cual lleva a la negación de lo diferente y de ahí a la discriminación y la violencia.

Contribuir a transformar modelos de masculinidades encerradas en soluciones sin salidas, podría ser uno de los más loables aportes de los estudios sobre la diversidad sexual. Pero estos cambios, ahí está la historia del feminismo para demostrarlo, tardan años y hasta siglos para llegar a resultados concretos. Ojalá las reflexiones y el debate, ayuden finalmente a respetar la libre decisión de quienes prefieren ser “ellas” y no ellos.

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