Por Armando Yero La O
En el restaurante La Sevillana no hay ni una "gota" de madera. |
La uniformidad es nociva en muchas actividades humanas,
particularmente en la Arquitectura. Cuando ello sucede, es como si todos
acatáramos la orden de vivir en edificaciones iguales, renunciando
voluntariamente a la diversidad que nos ha hecho únicos desde las cavernas
hasta hoy.
Parece que por estos días la madera ha sido prohibida en los
proyectos arquitectónicos. Las puertas y ventanas de todos los establecimientos
públicos son metálicos y, además, del mismo tipo y color. Cerraduras idénticas,
agarraderas similares, cristales ahumados de igual apariencia, en fin, lo mismo. Al menos así
sucede en Bayamo.
Trinidad, la extraordinaria villa que sin dejar de
evolucionar parece congelada en el tiempo, es un ejemplo de lo contrario. ¡Qué
exquisito trabajo de conservación y respeto hacia la Historia y las
tradiciones! También Camagüey y Santiago de Cuba han sabido respetar sus
legados arquitectónicos con inteligencia y creatividad. Y no han renunciado
tampoco a la modernidad, sólo que introducen los cambios con mesura y buen
tino. Pero en Bayamo no.
Por decisiones no siempre felices, comenzaron a predominar
en el ambiente citadino las estructuras metálicas, principalmente en el paseo
de General García, justo en el corazón urbano de la ciudad, por donde transitan
a diario cientos de turistas y visitantes de otras regiones del país.
Después fueron los parques con bancos que parecen escapados
de ilustraciones infantiles por su pequeñez, junto a enormes jardineras cuyas
gigantescas dimensiones contribuyen a resaltar la fealdad y el desequilibrio
urbanístico.
Lo peor es que algunos se maravillan de los cambios ocurridos
en Bayamo. Y es cierto, la ciudad ha cambiado mucho, pero una parte de tales
transformaciones está anulando lo que queda del patrimonio arquitectónico
bayamés.
Si el gusto por lo metálico continúa, Bayamo será una ciudad
sin rostro a la vuelta de pocos años. Párese en cualquier tramo de General
García y mire hacia ambas aceras. Una cafetería idéntica a la oficina de al
lado, la que a su vez es igual a un estudio fotográfico que junto a una óptica
parecen trillizas. Y un mercado agropecuario similar a toda una cadena de
tiendas de ropa, y así, una lista interminable de establecimientos públicos.
Quien haya tenido la oportunidad de ver fotos antiguas de
Bayamo sabrá de qué se está hablando. Y no se trata de retroceder al pasado,
sino de respetar más el entorno y usar bien la cabeza, que no está sobre los
hombros sólo para llevar el sombrero.
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