Por Armando Yero La O
Calle General García, entre Saco y Figueredo, en algún momento de 1955. |
Como en otras ciudades y pueblos de Cuba, en Bayamo también
hubo personajes que quedaron en la memoria colectiva, unos por las habilidades
inherentes a su oficio, otros, simplemente por el humor con que enfrentaron los
avatares de la vida, dejando una larga lista de anécdotas y leyendas.
Algunos de ellos identifican a Bayamo, como Rita la Caimana,
quien desde hace años quedó inmortalizada en un gracioso son montuno del dúo
Los Compadres y más recientemente, en una figura en el Museo de Cera de la
ciudad, el único de su tipo en el país.
Con su mugrienta indumentaria y ofensivos olores, Rita la
Caimana hacía reír a los viandantes cuando comenzaba a bailar frenéticamente al
compás de la música cubana. Su creatividad danzaria, sus humos y las
situaciones que protagonizó, trascendieron los límites de la ínsula,
convirtiéndola con el tiempo en esa especie de emblema que los bayameses
reservan para sí como uno de sus rasgos más representativos.
Como Rita, otros personajes no menos famosos por sus
ocurrencias y características, también contribuyeron a crear aquella galería de
gente estrafalaria que daba un toque único a la ciudad y que hoy ya no existe.
Tal es el caso de Valdés, animador de espectáculos y locutor empírico, cuya
mano izquierda siempre suspendida a la altura del ombligo, se balanceaba
rítmicamente al compás de su marcha irregular, matizada por el arrastre de su
pie contrario.
Valdés en sí mismo era un espectáculo. Siempre de saco y
corbata bajo el calcinante sol del trópico, se le veía indistintamente en
plazas y espacios públicos animando bailes y verbenas. Tenía una imaginación y
agilidad mental asombrosas que aprovechaba para improvisar memorables
discursos, la mayor parte de los cuales, sólo él entendía.
La peculiar manera de caminar de Valdés lo hacía
irrepetible. Parecía que se iba a caer en el siguiente paso, pero no ocurría.
Continuaba su andar impertérrito, absorto en no se sabe qué pensamientos
abstractos, eso sí, listo siempre para deleitar con sus disparatadas
presentaciones a cuantos estuvieran en disposición de soportarlo.
De la Vega era otro de esos personajes que permanecen en el
recuerdo de los bayameses gracias a su rocambolesca erudición, que muchos
creían producto de la locura, pero otros sospechaban, tal vez con más razón,
resultado de una vasta cultura adquirida en los libros y en el cine.
Tenía este supuesto loco una figura que parecía salida de
una novela de caballería. De facciones regulares, bien proporcionado cráneo,
barba canosa y delgado cuerpo, De la Vega recorría los cuatro puntos cardinales
de la ciudad dictando conferencias sobre temas humanos y divinos. Los menos
avisados se reían de sus arengas elípticas, fuera del alcance de su magro
entendimiento. Otros, los menos, advertían en cada palabra suya la finísima
inteligencia de un ser, que como El Quijote, iba y venía entre el desvarío y la
más legítima cordura.
¿Y quién se acuerda de El Suave? Cuando lo escuché por
primera vez en la calle Saco anunciando sus pasteles, se me heló la sangre.
Tenía un vozarrón que podía rivalizar con el cañón de un tanque de guerra. No
he oído nunca más una voz como esa. ¡Suaaaaaaveee! decía por lo bajo en sus
caminatas por el centro urbano de la ciudad al despuntar el día. Vendía
pasteles de guayaba y aunque se esforzaba por vocear bajito, no podía impedir
despertar a todos a su paso.
Debido a su estentórea voz, agentes del orden público le
advirtieron que no molestara más a los vecinos de la villa. El pobre hombre
preguntó al oficial cómo iba a vender su mercancía si no la anunciaba y el
policía le respondió: dígalo suave. Y suavemente comenzó a hacerlo al día
siguiente, sólo que el chorro imponente de su voz lo hizo quedar mal.
Pero de todos los personajes pintorescos que adornaron
Bayamo, el más inefable, el de más sutil y difusa individualidad fue Che, un
humilde pero pulcro demente que deambulaba por la ciudad ofreciendo a quienes
lo quisieran escuchar, sus explicaciones acerca de los inextricables misterios
de la existencia humana.
Caminaba arrastrando una pierna y la mirada perdida en los
insondables límites de un horizonte que sólo él veía. De momento detenía su
peregrinaje y comenzaba a “atender” a su público respondiendo todo tipo de
preguntas. ¿Qué fue primero, el huevo o la gallina? Para tan vieja e
inexplicable interrogante, Che tenía “su” respuesta.
A diferencia de otros, Che nunca fue víctima del escarnio
callejero. Por el contrario, la gente lo estimaba y se dirigían a él con
cariño. Tenía una apacible presencia física y hablaba quedamente, con
delicadeza y sustancia.
Hoy, en la era de la Internet, ya no quedan personajes como
éstos y otros muchos que anduvieron por aquí. Sólo uno ha llegado hasta
nuestros días, el único vivo, al que se le puede ver cada mañana en su puesto
de labor: Feliciano Telmo Mojena Guerrero, Memo, el limpiabotas.Alto, cobrizo,
callado, enfundado en su habitual overol azul, lustra calzado desde hace 60
años, un verdadero record laboral que difícilmente alguien más tenga en Cuba.
De origen muy humilde y escasa instrucción,se puede decir,
sin embargo, que tiene una gran cultura, por lo menos cinematográfica y
beisbolera. Puede sentar cátedra sobre ambos temas con la ingenua tranquilidad
que caracteriza su temperamento mientras le saca brillo a los zapatos.
Personajes populares, categoría que se va perdiendo en la
bruma del tiempo. Ya no los tenemos, se fueron a otra dimensión…
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