sábado, 21 de diciembre de 2013

Personajes de Bayamo


Por Armando Yero La O

Calle General García, entre Saco y Figueredo, en algún momento de 1955.
Como en otras ciudades y pueblos de Cuba, en Bayamo también hubo personajes que quedaron en la memoria colectiva, unos por las habilidades inherentes a su oficio, otros, simplemente por el humor con que enfrentaron los avatares de la vida, dejando una larga lista de anécdotas y leyendas.

 Algunos de ellos identifican a Bayamo, como Rita la Caimana, quien desde hace años quedó inmortalizada en un gracioso son montuno del dúo Los Compadres y más recientemente, en una figura en el Museo de Cera de la ciudad, el único de su tipo en el país.

Con su mugrienta indumentaria y ofensivos olores, Rita la Caimana hacía reír a los viandantes cuando comenzaba a bailar frenéticamente al compás de la música cubana. Su creatividad danzaria, sus humos y las situaciones que protagonizó, trascendieron los límites de la ínsula, convirtiéndola con el tiempo en esa especie de emblema que los bayameses reservan para sí como uno de sus rasgos más representativos.

Como Rita, otros personajes no menos famosos por sus ocurrencias y características, también contribuyeron a crear aquella galería de gente estrafalaria que daba un toque único a la ciudad y que hoy ya no existe. Tal es el caso de Valdés, animador de espectáculos y locutor empírico, cuya mano izquierda siempre suspendida a la altura del ombligo, se balanceaba rítmicamente al compás de su marcha irregular, matizada por el arrastre de su pie contrario.

Valdés en sí mismo era un espectáculo. Siempre de saco y corbata bajo el calcinante sol del trópico, se le veía indistintamente en plazas y espacios públicos animando bailes y verbenas. Tenía una imaginación y agilidad mental asombrosas que aprovechaba para improvisar memorables discursos, la mayor parte de los cuales, sólo él entendía.

La peculiar manera de caminar de Valdés lo hacía irrepetible. Parecía que se iba a caer en el siguiente paso, pero no ocurría. Continuaba su andar impertérrito, absorto en no se sabe qué pensamientos abstractos, eso sí, listo siempre para deleitar con sus disparatadas presentaciones a cuantos estuvieran en disposición de soportarlo.

De la Vega era otro de esos personajes que permanecen en el recuerdo de los bayameses gracias a su rocambolesca erudición, que muchos creían producto de la locura, pero otros sospechaban, tal vez con más razón, resultado de una vasta cultura adquirida en los libros y en el cine.

Tenía este supuesto loco una figura que parecía salida de una novela de caballería. De facciones regulares, bien proporcionado cráneo, barba canosa y delgado cuerpo, De la Vega recorría los cuatro puntos cardinales de la ciudad dictando conferencias sobre temas humanos y divinos. Los menos avisados se reían de sus arengas elípticas, fuera del alcance de su magro entendimiento. Otros, los menos, advertían en cada palabra suya la finísima inteligencia de un ser, que como El Quijote, iba y venía entre el desvarío y la más legítima cordura.

¿Y quién se acuerda de El Suave? Cuando lo escuché por primera vez en la calle Saco anunciando sus pasteles, se me heló la sangre. Tenía un vozarrón que podía rivalizar con el cañón de un tanque de guerra. No he oído nunca más una voz como esa. ¡Suaaaaaaveee! decía por lo bajo en sus caminatas por el centro urbano de la ciudad al despuntar el día. Vendía pasteles de guayaba y aunque se esforzaba por vocear bajito, no podía impedir despertar a todos a su paso.

Debido a su estentórea voz, agentes del orden público le advirtieron que no molestara más a los vecinos de la villa. El pobre hombre preguntó al oficial cómo iba a vender su mercancía si no la anunciaba y el policía le respondió: dígalo suave. Y suavemente comenzó a hacerlo al día siguiente, sólo que el chorro imponente de su voz lo hizo quedar mal.

Pero de todos los personajes pintorescos que adornaron Bayamo, el más inefable, el de más sutil y difusa individualidad fue Che, un humilde pero pulcro demente que deambulaba por la ciudad ofreciendo a quienes lo quisieran escuchar, sus explicaciones acerca de los inextricables misterios de la existencia humana.

Caminaba arrastrando una pierna y la mirada perdida en los insondables límites de un horizonte que sólo él veía. De momento detenía su peregrinaje y comenzaba a “atender” a su público respondiendo todo tipo de preguntas. ¿Qué fue primero, el huevo o la gallina? Para tan vieja e inexplicable interrogante, Che tenía “su” respuesta.

A diferencia de otros, Che nunca fue víctima del escarnio callejero. Por el contrario, la gente lo estimaba y se dirigían a él con cariño. Tenía una apacible presencia física y hablaba quedamente, con delicadeza y sustancia.

Hoy, en la era de la Internet, ya no quedan personajes como éstos y otros muchos que anduvieron por aquí. Sólo uno ha llegado hasta nuestros días, el único vivo, al que se le puede ver cada mañana en su puesto de labor: Feliciano Telmo Mojena Guerrero, Memo, el limpiabotas.Alto, cobrizo, callado, enfundado en su habitual overol azul, lustra calzado desde hace 60 años, un verdadero record laboral que difícilmente alguien más tenga en Cuba.

De origen muy humilde y escasa instrucción,se puede decir, sin embargo, que tiene una gran cultura, por lo menos cinematográfica y beisbolera. Puede sentar cátedra sobre ambos temas con la ingenua tranquilidad que caracteriza su temperamento mientras le saca brillo a los zapatos.

Personajes populares, categoría que se va perdiendo en la bruma del tiempo. Ya no los tenemos, se fueron a otra dimensión…

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