Clara Maylín Castillo
CULTURA / Artes Escénicas
Fotos: Luis C. Palacios
Fotos: Luis C. Palacios
Yaima Sáez, toda una revelación en la cancionística cubana. |
Dondequiera que se ha presentado la superproducción musical
“Amigas”, de la Compañía de Ballet Lizt Alfonso, la reacción del público ha
sido la misma. La crítica y la opinión popular, con diferente terminología, han
coincidido en que la puesta en escena es sencillamente espectacular, valoración
que también yo sostengo, teniendo en cuenta en primer lugar el acierto en el
reflejo de la cubanía, sin la trillada presencia de los estereotipos y clichés
que limitan la visión universal sobre este archipiélago.
La proyección danzaria insinuaba el delicioso sustrato del
flamenco, mezclado con insuperable sutileza con ritmos folclóricos como la
rumba, el mambo, el chachachá, y complementado con los movimientos del tango y
el rock and roll que, no obstante a ser foráneos, se integraron a la cultura
musical de Cuba en el periodo en que se ambienta la historia, los prolíficos
años 50 del pasado siglo.
Debe reconocerse que se logra una perfecta complicidad entre
el baile y la música, lo cual obedece tanto al talento de la compañía como a la
calidad vocal de cantantes invitadas; me estoy refiriendo a las populares Sory
y Niurka Reyes.
La factura de este teatro musical no deja lugar a dudas
sobre la exquisitez de la dirección y el calibre profesional de todos los
involucrados. Sin embargo, al calar en la entrega artística de forma general,
no pude más que reconocer que desde el fondo emergía con fuerza un talento
especial hasta mucho más allá de la superficie. Y es que en una joyería de
altos quilates siempre una prenda acapara la atención, ya sea por la
fastuosidad, el valor del metal o el acabado.
De esa forma descollaba en el teatro Bayamo la joven
camagüeyana Yaima Sáez Bejarano, cuya voz escuché por primera vez el 31 de mayo
último, con una suerte de convicción de estar ante una artista privilegiada con
los mismos dones esparcidos sobre Omara Portuondo o la emblemática Elena Burke.
Si no me lo hubiera confesado ella misma, jamás habría creído que una cantante
de solo 33 años, ataviada su garganta con el escaso registro de contralto,
capaz de eclipsar en escena a figuras establecidas en el pentagrama actual,
pudiera haber llegado a la palestra artística por la canal del empirismo.
Cuánto puso de su propio carácter, no lo sé; hasta dónde logró llegar la marea
del histrionismo, ni lo imagino. Solo sé que esta artista novel en los grandes
escenarios cubanos fue capaz de ofrecer un personaje fascinante, temperamental,
rebosante de sensualismo, una Caridad vulnerable a la vorágine de la pasión,
emotiva, ágil en ganar la simpatía del público.
No hubo una voz que se acercara más a aquella edad dorada
para la música de Cuba, a aquellos tiempos en que el amor era lo mismo que el
bolero, en que la vida destilaba su néctar y sus hieles a través del feeling.
Profundo era el sentimiento, tan fuerte como su decisión incorruptible de
defender la canción.
Tal vez fue eso lo que sobró en la interpretación de
“Perdóname, conciencia”, como para que en lugar de suscitarse la rápida
comparación con la estelar Moraima, se produjera una especie de catarsis a
teatro lleno. Prácticamente nadie de los que la escucharon conocían su pasado,
nadie sabía que años atrás se había licenciado en Cultura Física, nadie sabía
exactamente de dónde había salido; no la encontraban en el archivo personal de
las cantantes que están en la cima.
Su participación deslumbrante en el espectáculo "Amigas", parece ser el principio de su consagración definitiva como excepcional intérprete de la canción. |
Pero yo, que ya la había incitado a hablar de todo su ayer,
de sus presentaciones en centros nocturnos de La Habana, en el “Gato Tuerto”,
“Dos gardenias”, su expresión del fatalismo que envuelve como niebla a las
nuevas generaciones de solistas, su certeza de que no es muy conocida en Cuba,
su confesión de que sigue aprendiendo lo que es cantar, experimenté un asombro
tal vez diferente al que sintieron otros tantos, muy ligado a la maravilla que
solo causan los talentos naturales.
Para quienes la oyeron cantar, sería difícil creer que fue
la última vocalista en entrar al elenco de “Amigas” en sustitución de Ivette
Cepeda. Con menor tiempo de preparación, Yaima aplicó de nuevo el carácter de
su carrera de siete años, al estilo meteórico, y supo arrasar con las ovaciones
del público.
Su carisma, la emotividad, su expresividad, la levantan en
la escena, aunque a simple vista se advierte que no hacen falta sobreesfuerzos,
pues su voz se impone por sí misma. Hay en ella una potencia vital, un deseo
vehemente de “rescatar a la cancionera”, una intransigencia profesional que le
brota en pura cubanía cuando habla. Indiscutiblemente, en su frente está
estampado el sello invisible de los que van a triunfar. No hace falta conocerla
mucho, solo escuchar un bolero en su voz, para desearle logre pararse un día
donde solo pueden las estrellas.
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