Texto y foto: David Rodríguez
SOCIEDAD / Personalidades
Cuando una mujer se propone alcanzar los altos valores que
su talento le proporciona, estamos en presencia de un ejemplo a seguir.
Cuando una mujer se propone embellecer la obra de un pueblo
en Revolución estamos en presencia del protagonismo femenino más auténtico,
delicado y humano.
Y si esa mujer, además de esas virtudes del sentimiento,
tiene la formación para desempeñarse como evangelio en el campo de la
educación, estamos en presencia de una madre que, desde el aula, mantiene vivo
los preceptos martianos.
Y si esa mujer, camagüeyana de nacimiento y bayamesa por
derecho propio mantiene vigente la obra del Padre de la Patria, entonces su
alto valor humano se multiplica y alcanza el justo nivel del respeto.
Hablar de ella constituye una honra que la honra a ella,
desde aquellos tiempos de su magisterio en la primaria superior número dos,
frente a la actual funeraria de Bayamo, cuyos alumnos la siguen venerando como
el primer día.
Su andar por estas tierras, del llano o la montaña,
caminando, en mulo o a caballo, le granjeó el amor de quienes la conocieron, y
más aún de aquellos que comenzaron a ver la luz de la enseñanza desde sus
pupilas insomnes.
Dicen que es poetisa, y no lo dudo, pues un maestro desde la
más humilde aula, crea todos los días los más hermosos versos, armando las
estrofas sublimes que impiden morir a la esperanza.
Sus hermosos ojos guardan miles de imágenes, ella misma es
un cofre abierto colmado de la riqueza más importante: bondad, cubanía,
solidaridad, amor.
Quizás estas palabras no basten para proyectar su imagen,
las palabras no siempre pueden dibujar la grandeza y el espíritu de esa mujer,
cuyo nombre es María Mercedes Cossío Montejo.
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