Todos los niños cubanos tienen garantizada su educación. |
Cuando Roberto Ortiz
Carranza llegó a los primeros meses de vida, sus padres creyeron que jamás
tendría un futuro, que su ceguera total lo sumiría en un mundo de oscuridad.
Hoy, gracias a la dedicación de educadoras pletóricas de sensibilidad, este
niño de tres años comienza a relacionarse con el universo, llevado de la mano
por una senda que lo conducirá a insospechadas posibilidades.
Robertico es uno más entre los siete niños que ocupan el salón especial anexo al círculo infantil “Pedro Pompa” de Bayamo. Allí su destino ominoso podría desviarse hacia la luz, al igual que el de Fray Andrés Padrón, aquejado por una ceguera congénita, o el de Marcos Antonio La O, quien padece un trastorno de lenguaje.
En sus 18 años de existencia, esta aula destinada a niños discapacitados ha preparado para la vida adulta independiente a pequeños con diversas y complejas patologías como el Síndrome de Kabuky, el de Down (más frecuente), retraso mental, parálisis cerebral y autismo.
La maestra terapeuta Doris Rodríguez Yánez ha tenido la oportunidad de trabajar con estos menores en un periodo de un lustro, sintiéndose cada día tan conmovida como la primera vez en la atención a estos niños que pueden tener solo unos meses y no rebasan la edad de seis años.
“Desarrollo sus habilidades motrices a través del ensarte, de introducir objetos por ranuras, arman rompecabezas, les enseño a reconocer los colores y trato de que tengan un control de esfínter según su edad y potencialidades, aunque muchos no lo logran. También los preparo para el futuro ayudándolos con el autovalidismo, haciendo que coman solos, que tomen los vasos por sí mismos, les enseño a usar servilletas y otros hábitos en la mesa”.
En la instalación se persigue además desarrollar el lenguaje de los niños. De ello se encarga la logopeda Ileana Peña Rodríguez, Máster en Ciencias de la Educación Especial, validada por dos décadas de experiencia en esa enseñanza.
“Actualmente atiendo 5 niños. Todos los días los llevo al gabinete logopédico, donde les doy tratamiento de 15 a 20 minutos según la discapacidad de cada cual. El retraso que presentan en el lenguaje yo lo voy compensando mediante el enriquecimiento de su vocabulario en el trabajo con láminas, cuentos, poesías”.
“Cuando llegan aquí reflejan una falta de estimulación del propio hogar y a medida que pasa el tiempo vemos cómo van adquiriendo todo ese conocimiento”.
Si tuvieran la oportunidad de pedir todos los recursos que
necesitan para el óptimo desempeño de sus funciones, las especialistas pasarían
un largo rato elaborando la lista de implementos. Cómo se abren paso en un
campo tan delicado es una pregunta que me hice al dialogar con las maestras, a
lo que ellas respondieron sin necesidad de que se la explicitara.
La clave es amar a esos pequeños como si fueran suyos y en
tributo a ello convertirse en magas: fabricar medios de enseñanza de
carpintería (tabletas de planchar, por ejemplo), juegos de sala y elaborar el
papel maché para las funciones de roles.
Gracias a la iniciativa de las maestras, sus educandos
disfrutan hoy de una enseñanza minuciosa, en la cual cuentan como factores
insoslayables las actividades de socialización que desarrollan fuera del
centro. Ahí se incluyen la modesta participación en programas artísticos
concebidos por el círculo infantil, visitas al Museo Provincial, a la Casa
Natal de Carlos Manuel de Céspedes y el contacto semanal con la naturaleza más
pura en las áreas del parque Granma.
Ningún esfuerzo que se haga en beneficio de estos infantes
es vano, dado al placer que proporciona su evolución. Tal es el criterio de
todas las educadoras del aula, en especial de Doris Rodríguez:
“Mi mayor satisfacción ha sido haber incorporado un niño a
la enseñanza normal. Se logró vencer los tabúes de que todos salen de aquí
directo a la especial. Cuando hay un trabajo esmerado, sistemático, se logra”.
“Ahora tenemos el caso de Marco Antonio. Él tiene un
trastorno de lenguaje, pero con un trabajo conjunto de la logopeda, la escuela
y la familia, se puede llevar a la enseñanza normal o a una escuela donde se
eduque a los niños con retraso leve, donde se les enseñe a hacer algo útil para
el futuro”.
“Ver a un niño con parálisis cerebral, con retraso mental o
autismo y que sea capaz de valerse por sí solo, ese ya es un regocijo que yo
siento como maestra”.
Cualquier madre, trabaje o no, cuyo niño tenga diagnosticada
una patología o discapacidad, puede incorporarlo al cuidado de estas
especialistas, confiada en que además de recibir conocimientos elementales,
será asistido desde el punto de vista psicológico.
De esta parte se encarga la
psicopedagoga Yanet Vázquez Selva, con énfasis en la motivación, la
socialización y la aceptación por parte de sus progenitores: “En ocasiones nuestros niños provienen de hogares
disfuncionales. Hay padres que traen al niño y se desvinculan totalmente de él;
a veces no asisten ni a las reuniones que convocamos. Esta es una forma de
manifestar la no aceptación. Porque no siempre yo acepto a mi hijo cuando le
estoy brindando techo y alimentación”.
La psicóloga Yanet Vázquez siempre es optimista frente a casos complejos. |
“Hay padres que les brindan esas posibilidades; sin embargo,
encontramos respuestas negativas cuando hay alguna anormalidad en el niño,
cuando le decimos al padre que consulte a determinado especialista y tenemos
que ser reiterativos para lograr lo que queremos. A veces miran a nuestras especialistas
como las cuidadoras del niño”.
NO ES UNA CRUZ
Un padre resentido con la vida por tener un hijo
discapacitado, resentido consigo mismo por haberlo engendrado y resentido con
el niño por considerarlo un fardo molesto, pudiera arremeter contra las
palabras de Yanet Vázquez, acusándola de no saber a ciencia cierta de lo que
habla. Sin embargo, este no es el caso del que se expresa sin bases sólidas. De
hecho, no creo exista una especialistas de esta clase más idónea para hablar de
aceptación.
La psicóloga Yanet Vázquez, antes trabajadora del Ministerio
del Interior, no llegó hace seis meses al salón especial por cuestiones de
suerte ni por mera elección laboral. Llegó allí con un empeño que trasciende lo
profesional y que hoy la lleva a aprehender todo lo posible de esa enseñanza
para convertirse en cuidadora de su propio hijo.
Hace 14 años dio a luz a José Edilberto Pérez Vázquez, quien
emigró a nuestro mundo con una parálisis cerebral, enfermedad a la cual tiene
asociadas 12 patologías y un retraso mental moderado. En su desarrollo el
adolescente ha involucionado, habiéndosele diagnosticado recientemente un foco
no epiléptico que le afecta la memoria y una atrofia en el medio óptico que le
dificulta considerablemente la visión. El niño se encuentra en la escuela
especial “Graciela Bustillo”, en silla de ruedas, pero requiere ya de un
maestro ambulatorio en casa debido a su precario estado de salud.
A la dualidad madre – maestra aspira Yanet Vázquez, a la
posibilidad de fusionar amor y enseñanza para su propio descendiente, a su
oportunidad de mostrar al mundo una experiencia de crecimiento personal en
aceptación y humanismo.
“Yo decía que toda madre, cuando va a tener un hijo, aspira
a que ese sea el futuro donde va a descansar después de haberle encaminado ante
la vida y la sociedad. A partir de que comencé a conocer la discapacidad de mi
niño, digo y mantengo que mi niño no es un problema, no es una cruz, no es un
destino; es básicamente mi hijo”.
“Su enfermedad está diagnosticada, lo he ingresado nueve
veces en Holguín y en La Habana y ya conozco que me ha tocado vivir con un niño
con necesidades educativas especiales. Hoy yo estoy dispuesta a todo por él, y
creo que es por una razón: mi hijo es especial, y se dice que a hijos
especiales Dios da madres especiales”.
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