Clara Maylín Castillo CULTURA / Música
Tremenda descarga la de estos jóvenes músicos cuabanos en Bayamo |
Los diletantes, músicos, poetas y actores que estuvimos allí
sentimos en la piel la buena onda de “Yerbabuena”, una energía electrizante que
manaba de la propia música y que canalizaba muy bien, diríase excepcionalmente,
el carisma de la voz líder y director del grupo Alejandro González.
Solo seis artistas estaban sobre el escenario. Seis artistas
manejaban a su antojo, cual voluntad de dioses paganos, los encantos del son,
la guaracha, el chachachá, el bolero, el pop-rock y la fusión, pausando por
unos minutos la apoteosis de los ritmos nacionales, para cruzar fronteras y
océanos en busca de la rumba flamenca y el recuerdo de Joan Manuel Serrat.
En poco más de una hora el grupo capitalino saboreó su
primera vez en Granma, estableció una química singular con nuestro público y se
dejó medir por un destinatario que, aun cuando conocía su nombre, aguardaba sin
sugestión a que sus integrantes demostraran su valía.
El resultado fue unánime: un coro de voces y aplausos, una
aceptación notoria ante los 11 números propuestos y ante el virtuosismo de cada
ejecutante.
La tierra de Pablo Milanés se honró con un estreno del
grupo, “Serenata”, una canción más dedicada al amor, pero distinguida por la
progresión del bolero al chachachá y la forma espontánea, cubanísima, de
abordar el tema.
Otra pieza me hizo evocar el filme “La vida es bella”, el
conflicto de Guido al pretender mostrar la situación fascista a los ojos de la
inocencia, solo que en “A mi hija Sofía” la estrategia no tenía nada de lúdico,
de ilusorio, sino la fascinación de un tierno realismo.
En este tema Alejandro González apuntó hacia el entorno
económico, político y social, con las insoslayables inflación y pérdida de
valores humanos, del mismo modo que en canciones como “Gallego” y “Mulata de
Mayarí” puso el lente sobre las relaciones interculturales en la nación, la
fuerza de nuestra modalidad idiomática y la belleza de la simbiosis de razas, elementos
representativos de nuestra identidad.
Para remachar el culto a lo autóctono, “Yerbabuena”
seleccionó entre lo mejor del repertorio isleño y ofreció no podría decirse dos
temas, sino dos himnos nacionales, “Te doy una canción” y “Pequeña serenata diurna”,
nada más y nada menos que del reconocido ídolo Silvio Rodríguez.
Para el colofón del concierto el grupo reservó el número que
le da nombre y titula además su único disco. Fue ese momento la prueba
indefectible de su miscelánea rítmica, de su desenfado propio del nativo, de la
fibra poética que palpita en cada letra sometida a la noble función de soñar.
Quienes vivimos la experiencia nos convencimos de recibir
las emanaciones artísticas de un grupo talentoso; tal vez a alguien le quede
alguna duda por una pre-concepción estética. Lo cierto es que nadie puede negar
una verdad irrefutable. Allí anoche hubo cubanía.
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