Dicen que de tan solo escuchar el primer acorde aquella
mujer quedó en éxtasis. No se apresuró a abrir la ventana, como suele hacerse
en esos casos de serenatas inesperadas, sino que dejó correr el tiempo para
disfrutar más de la sorpresa.
Sea ficción o realidad lo que se cuenta, la verdad es que
ese momento marcó un antes y un después, aunque es posible que esa
manifestación de cantarle a la mujer amada, no haya sido estrenada con esa
canción que nos marca a los bayameses, pero sí puede considerarse la más
significativa de todas.
Luz Vázquez no podía imaginar que al abrir su ventana, se
encontraría con los felices rostros de aquellos hombres que, sin proponérselo,
entraron de manera tan hermosa a la historia de la incipiente música cubana de
entonces.
Hoy esa inspiración, con la letra y la música desgranadas en
noche bohemia, es uno de los símbolos de la ciudad de Bayamo, y sus habitantes
se estremecen cada vez que tienen la ocasión de escucharla, porque resume,
aglutina, el amor a la mujer de la Numancia Cubana.
Aquel día, se empinaron las luces para iluminar el claro
sentido de una canción que desde entonces, nos acompaña en todos los momentos,
para homenajear o para despedir a las mujeres que distinguen a esta ciudad, a
la que rinden tributo con su belleza.
Céspedes, Fornaris y del Castillo han dejado un legado
inolvidable, pero repetible porque cada mujer bayamesa lleva en su alma, como
estandarte del amor que recibe, esa maravillosa canción que merece todos los
días, cuando el sol despunta en el amanecer o cuando en el ocaso las sombras
dibujan el fin del día.
Ojalá que hoy los bayameses regalen una flor a cuanta mujer
de esta ciudad se encuentren a su paso, y la premien con un beso en la mejilla,
como delicada expresión de amor y de lealtad a aquellos que hace 158 años nos
honraron con una canción que nos une y dulcifica el espíritu.
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