Julio César Pérez Verdecia
Hace ya días escribí Dubitaciones, cuento que desde la ficción medita sobre uno de los grandes problemas cubanos, la vivienda, y el que al parecer indujo profusas interpretaciones. Ahora no hablo desde la ficción y sí desde la realidad objetiva para evitar malos entendidos.
Recuerdo que la Revolución nunca ha estado alejada de querer
solucionarlo, es el problema de la vivienda uno de los que Fidel trató en su
histórico alegato La Historia me Absolverá.
Problema que desde el mismo 1959, además del problema de la
educación, la salud, la institucionalización, la ciencia, la seguridad social,
la discriminación en todas sus formas, junto a un rosario bien extenso de
problemáticas de todo tipo se tratan de resolver desde un punto de vista
humanista.
Entonces aparecieron planes de desarrollo donde nunca los
hubo, en mi pueblito natal, Pilón, por ejemplo, se construyó una comunidad muy
confortable a los pescadores, igual pasó con las cooperativas agropecuarias
campesinas. Se fabricaron además los edificios tipo Girón, que resolvieron el
problema de muchos afectados.
Apareció el Plan Microbrigada en toda Cuba donde la gente
construía sus propias casas y colaboraba en la edificación de la de los demás.
Pero para ser justo el fondo habitacional estaba en muy malas condiciones, era
el legado del subdesarrollo capitalista y en eso no hay discusión.
No olvidar que cada vez que un huracán destroza miles de
casas el gobierno revolucionario desarrolla programas de apoyo a los
damnificados, los que reciben una buena parte de los materiales de forma
gratuita según sea el caso o a costo mínimo, sin contar los bienes que casi
siempre son gratuitos.
En el caso de los poblados del Sur de Granma puedo decir que
son casi en su totalidad pueblos nuevos, como consecuencia de estos programas
constructivos.
Sin embargo, el problema de la vivienda existe todavía,
miles de jóvenes parejas necesitan hogares para el establecimiento de sus
nuevas familias, las que traerán consigo el anhelado crecimiento poblacional,
sin contar los miles de albergados que por una causa u otra permanecen en
espera de solución, o los miles de ciudadanos que se pasan la vida entera
construyendo una casa que no terminan nunca. ¿Por qué?
El problema tiene un carácter multifactorial. Entre ellos
está la crisis económica nacional e internacional y por supuesto el bloqueo que
echa por tierra la gestión comercial de nuestro país con proveedores de
materias primas para nuestra industria de la construcción, muchas veces ya
consolidados estos mercados. Se suma a ello los bajos ingresos en comparación
con el costo de los materiales.
Otro factor es la pérdida de las infraestructuras que en la
década del 1980 se desarrollaron y que producían materiales de la construcción,
ya fuera: canto, piso, arena, polvo de piedra, ladrillos, bloques o tierra
blanca, entre otros, que facilitaban el proceso en los municipios, pues sólo se
necesitaba cemento, acero y otros insumos específicos que aseguraba el programa
a nivel nacional.
Reconozco que hoy se trabaja en el rescate de estas
infraestructuras, pero entonces aparece la mala distribución, la falta de
transporte y la corrupción, esta última como una espada de Damocles. Vaya a uno
de los puntos de venta de materiales establecidos por toda Cuba y encontrará
las listas ocultas, los intermediarios y el lesivo oportunismo de algunos
empleados.
La corrupción no deja de estar relacionada con el
incumplimiento de lo establecido por el gobierno y sus políticas, a mi juicio
muy bien pensadas, pero tras las que sobrevive una tendencia burocrática
tremenda, baste iniciar un proceso de nueva construcción y ya usted verá, a lo
mejor tiene suerte y aparece la clásica palanca, pero sino, tendrá que hacer
acopio de paciencia con el papeleo.
El proceso de distribución de las parcelas para la
construcción por esfuerzo propio es otra de las grandes barreras. Me incluyo en
el grupo de los que pueden enfrentar la construcción de una vivienda modesta
con sus ahorros o la ayuda de familiares y créditos, pero aún así el proceso es
demasiado engorroso; o “está parado por más de dos años” como en el caso de la
provincia de Matanzas.
Cosa difícil de entender, la gente sigue iniciando nuevas
viviendas, pero oficialmente el proceso continúa detenido. Algunos plantean que
prefieren pagar la multa de la ilegalidad constructiva y correr el riesgo de
demolición, e incluso intentar el método clásico del soborno. Pero, ¿y los que
no nos ajustamos a esa práctica indecorosa? como mi compañera y yo, ambos
profesores universitarios.
Se nos escapa el tiempo de crear una familia propia mientras
seguimos esperando, porque eso sí, comprendemos lo complejo del tema de las
ilegalidades y que es esta la causa principal de todo este fenómeno. ¿Cuándo se
resolverá y qué nuevas estrategias traerá consigo? ¿En qué lugar quedan las
personas como nosotros? ¿A quién acudir?
La realidad es que mientras el vulgo comenta de la madre que
regalará una casa de ensueño a su quinceañera, o del supertipo con cinco casas
a nombre de fulanos y menganos, o de la odisea de construir; yo, un poco
surrealista o soñador, mantengo mi fe en las instituciones. Todos los países
tienen sus defectos y limitaciones; ¡superarlos! en ello radica la grandeza de
su condición cívica y ética. Mientras espero, escribo cuentos como Dubitaciones
y continúo mi vida de profesor marxista comprometido.
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