Julio César Pérez Verdecia
(julio.verdecia@umcc.cu)
Una vieja enfermedad resurge en Cuba como maldita ave fénix. Es el oprobioso egoísmo, al parecer simulado en miles de formas y lugares; solapado y perverso, trastocando todo a su paso, de luz a estiércol.
No hablo de la fea avaricia que a veces nace en ciertos
individuos, y que por lo general va aparejada a la mala educación, los malos
ejemplos y las insanas posturas individualistas. Me refiero al más terrible
egoísmo: el de los hombres pluma, cuya estirpe vuela a merced de las
circunstancias y se valen de todo artificio para ponerlas siempre a su favor,
aunque con ello pasen sobre la felicidad de muchos.
Hablo de los que creen su verdad única, omnipotente,
omnipresente e irrefutable, y casi siempre impuesta a partir del mal uso del
poder que le fue otorgado por la Revolución para representar los intereses de
muchos, lejos de toda ética y sabiduría, negando con su postura el espíritu
mismo de la Revolución.
Administrativos, dirigentes, responsables de diversos
frentes o tareas que, encumbrados en la vanagloria y la apariencia, son los
repartidores de culpas, errores, fracasos; llevándose para sí los triunfos,
logros y aciertos de otros.
Son estos los que niegan el talento joven, la crítica
revolucionaria, los que roban a la cara de todos con la supuesta impunidad de
sus responsabilidades, los que minimizan la capacidad del buen trabajador, los
que arman componenda contra el revolucionario intransigente, los que olvidan la
ética y el tacto político, los aplaudidos, los intocables desde el poder de sus
relaciones, y los que atentan contra el prestigio de la obra revolucionaria.
Martí, que en su tiempo sufrió los ataques de está enfermiza
casta, recordaba la siempre probable ingratitud de los hombres, pero reconocía
que por ley del equilibrio universal hay que ser abundante en lo que los demás
son escasos.
Nadie venga a decir que denuncie, que dé nombres, no es eso
a lo que vengo. Vengo a recordar que la Revolución se hace en el día a día, en
la entrega incondicional, porque ella está por sobre todas las individualidades
y jerarquías. Que la felicidad colectiva es su cima.
Muchos reconocerán esta verdad, otros sabrán que hablo de
ellos y renegarán el escrito. Pero lo cierto es que los cubanos sufrimos de
forma demasiado cotidiana esta situación.
La virtud política está en que cada cubano aporte su mejor
esfuerzo por el bien común de la Patria, por la felicidad de todos, sea quien
sea, esté donde esté. Acaso no era eso lo que definía Martí por política, el
arte de hacer felices a los hombres, desde una República con todos y para el
bien de todos, lejos de todo oportunismo, favoritismo o abuso de poder.
No hablo de la generación de guerreros que bajó de la Sierra
Maestra a construir una Cuba mejor, hablo de los que parados bajo la sombra de los
sacrificados, invitan al trabajo desde sus cómodas oficinas, enquistados como
están en su condición de jefe.
Ya va siendo hora que en el vigente proceso de actualización
se tomen medidas efectivas para consultar y evaluar objetivamente con las masas
trabajadoras subordinadas, el protagonismo de aquellos que tienen el deber de
guiarles. Líderes entregados y dignos es lo que necesita el pueblo, no jefes
que muchas veces salen del sombrero del mago, a pesar de la discutida política
de cuadro.
Inconmensurable daño se le hace a la Revolución al darles
crédito a personas así. Sé que no es voluntad de nuestra máxima dirección, pero
entonces ¿qué pasa que constantemente se escucha la queja popular? Pensar y
repensar nuestra realidad para mejorar su funcionamiento, ese es el reto.
Ejemplo sobrado existen de entrega y amor patrio, mírese la
dura realidad de Ramón, Antonio y Gerardo. ¿Cómo no asquearnos del egoísmo
corrupto de los oportunistas teniendo que ver la dura e incondicional entrega
de otros?
Sé que vivimos una Cuba imperfecta, que tenemos miles de
problemas por resolver, retos y tareas complejas que enfrentar, pero al
corrupto, al oportunista y al egoísta empoderado, hay que hacerle la guerra.
Encontrarlos será fácil, apestan más que un perro muerto, y así corrompen y
niegan lo que hay de bueno a su alrededor.
El corrupto egoísta es nuestro peor enemigo, sobre todo
cuando no parece que lo es. Retomemos entonces la olvidada por algunos,
consigna de ¡Patria o Muerte!, y defendamos en cada espacio con total entrega
la virtud política, la verdad compartida, los intereses colectivos y estaremos
defendiendo el espíritu superior de la Revolución.
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