sábado, 15 de febrero de 2014

Quinquenio Gris: la música “prohibida”



Por Harold Cárdenas Lema

"Esta es obra de todos nosotros: tanto de los ‘barbudos’ como de los lampiños; de los que tienen abundante cabellera, o de los que no tienen ninguna, o la tienen blanca. Esta es la obra de todos nosotros"


Fidel Castro

Durante los años 60 a los estudiantes cubanos se les inculcó el odio hacia la música de Los Beatles, porque
era un medio de "penetración ideoloógica del enemigo imperialista". Hoy, John Lennon, líder del grupo
inglés, tiene una estatua en un céntrico parque de La Habana a la que se le rinde culto popular.

Del Quinquenio Gris en Cuba se ha escrito mucho en los últimos años, a raíz de la llamada Guerra de los Correos se trató de exorcizar este demonio del pasado que cada cierto tiempo parecía resurgir. Lo cierto es que muy poco queda de los criterios en extremo intolerantes y sectarios que ensombrecieron nuestra política cultural en los años setenta y un poco más, aún así resulta válido recordar lo ocurrido, descubriremos que estudiando nuestra historia, hallaremos la raíz a los errores del presente.

Existen dos discursos políticos que definieron la época, en lo que se conoce como las Palabras a los Intelectuales, Fidel prometía que en Cuba no se permitirían los excesos cometidos en otros países socialistas, su discurso era a todas luces tranquilizador y lo mostraba como el gran estadista que sería, pero sucedió que dicho encuentro se tradujo en la mente de muchas personas a través de una frase que resalta por su ambigüedad: “dentro de la Revolución todo, fuera de la Revolución nada”, lo que quedó dentro y fuera, estuvo a la merced de la imaginación de los funcionarios de la época.

El segundo discurso, y que marcó la política social de la época, fue pronunciado el 13 de marzo de 1963, cuando Fidel dijo que “todos son parientes: el lumpencito, el vago, el elvispresliano, el «pitusa»”, estaba incluyendo en la misma lista a los rockeros y homosexuales, junto a los delincuentes, vagos y contrarrevolucionarios. Su preocupación era válida pero la clasificación que hacía era fatal para estos estratos, si queremos hacer justicia habría que agregar que no se trataba de una opinión de un estadista, la Cuba de la época era francamente intolerante y no estaba preparada para los fenómenos musicales que ocurrirían ni la Revolución Sexual que ya tenía lugar.

En los años sesenta y setenta, gracias al estigma del “diversionismo ideológico”, la música que llegaba a la isla proveniente del extranjero, sufría la censura oficial. De esta forma se puede entender cómo estuvimos parcialmente ajenos a fenómenos musicales internacionales, se cometió el error imperdonable de proscribir a los Beatles y otros grupos en el país. Irónicamente, mientras en nuestro país los chicos de Liverpool eran vistos como armas del imperialismo, en Estados Unidos se les veía en algunos círculos como armas del comunismo. De la noche a la mañana, a raíz de las amenazas provenientes de EU, el arte se convertía en arma de lucha, y fue así como la música anglófona se convirtió en debilidad ideológica y fue desterrada de emisoras radiales y clubes nocturnos.

A partir de 1966 comenzó a permitirse un poco de música anglosajona en la radio, y el primer programa en transmitirla parece haber sido Nocturno, de Radio Progreso, siempre de manera controlada y en una cantidad menor que la música en español. A partir de 1967 descubrieron una nueva fórmula, los españoles estaban versionando las canciones americanas e inglesas, ya en nuestro idioma se podían transmitir a discreción. El país se inundó de música española: los Fórmula V, los Brincos, los Pasos, los Mitos, los Mustang y muchos otros grupos tuvieron un tremendo éxito en la isla, sencillamente imitando la música prohibida en Cuba, pero al hacerlo en español contaban con la anuencia de las emisoras. Fue así cómo nos quedamos con las imitaciones en vez de los originales, los efectos aún son perceptibles en la actualidad, los cubanos conocemos estos grupos hasta la saciedad pero en cambio ignoramos la mayoría de los clásicos anglosajones.

En los años setenta la música rock internacional fue vista como sinónimo de rebeldía, de manifestación contra el poder hegemónico, a favor de movimientos sociales y contra la guerra en Vietnam. Mientras, llama la atención que en la prensa ni nos enteramos de festivales como el de Woodstock, parecía que el mensaje pacifista allí expresado, no era noticia para nuestros medios. Perdimos en aquellos tiempos la oportunidad única de identificar al movimiento hippie internacional, con la Revolución que ocurría en Cuba en esos momentos, pues ambos tenían mucho en común en su forma y contenido revolucionario. El rock anti-sistema norteamericano hubiera tenido un escenario de lujo en La Habana o Varadero, en cambio preferimos auto-marginarnos de este movimiento, craso error.

Lo peor de esos tiempos lo señala Ernesto Juan Castellanos cuando dice que “lejos de comprender e integrar a los jóvenes cubanos con inclinación hacia la música rock a la nueva obra social que construía, la Revolución optó por marginarlos y aislarlos junto a sus inclinaciones culturales. Comenzó a alejar así a una importante cantera de jóvenes a quienes, en respuesta, tampoco les interesó comprenderla a ella”. Todo esto fue responsabilidad de aquellos que veían síntomas de diversionismo ideológico en quien hablara inglés y tuviera pelo largo, al final, estos censores eran contrarrevolucionarios o al menos anti-revolucionarios en su pensamiento.

Hubo que esperar cuarenta años para que John Lennon pudiera sentarse en un parque habanero, si bien en décadas pasadas poseer un disco de los Beatles podía representar un dura reprimenda y ser tildado de blandengue, actualmente la canción Imagine de Lennon se transmite entre la Mesa Redonda y el Noticiero Nacional, si esto no es ejemplo de lo relativo de nuestras vidas, no sé qué lo será.

Hace pocos días presencié un debate entre dos amigos, uno se quejaba de que hay quienes emplean el Quinquenio Gris como recurso y padecen de un victimismo exacerbado, este fenómeno es cierto y lo he observado más de una vez, pero el otro le replicaba con un argumento infalible: el Quinquenio merece ser recordado cada vez que amerite, es algo así como el Holocausto, ¿a quién se le ocurriría reclamar que los judíos hagan tabla rasa de lo ocurrido en la II Guerra Mundial?

¿A quién se le ocurre pedirles a las víctimas de los excesos de los años setenta, que pasen página y olviden su pasado? Ciertamente no a nosotros, en los próximos días hablaremos sobre los rockeros, los homosexuales, los religiosos y todos aquellos que fueron a parar al sótano de una biblioteca, a la UMAP o a una industria metalúrgica, por el pecado de no cumplir el patrón que se trató de imponer en la isla. Es una de nuestras deudas pendientes como país, a ellos dedicamos estos escritos.

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