Maylenis Oliva Ferrales CULTURA / Música
“Ahora que cumplo 100 años es cuando comprendo lo breve que
es la vida” (Sindo Garay, 12 de abril 1967)
Sindo Garay no sabía leer música, sin embargo, compuso una de las piezas de mayor complejidad armónica: Perla marina, que sigue asombrando a los especialistas. |
Pocos hombres tienen la dicha de andar por la vida durante
un siglo completo, y menos aún, son los que pueden hacerlo viviendo al límite
de las circunstancias y derrochando talento hasta el último instante.
Sindo Garay fue uno de esos afortunados, quien supo
aprovechar cada instante de su existencia para hacerla genuina, única e
imperecedera.
¿Músico?, ¿compositor?, ¿intérprete?, con ninguno de esos
apelativos se podría clasificar, a quien es considerado en la Isla como el
máximo exponente de la trova tradicional, el faraón de Cuba o simplemente el
genio popular.
El niño que creció entre guitarras, el joven que cruzó a
nado 14 veces la Bahía de su pueblo natal Santiago de Cuba para llevarle
mensaje a los mambises y el posiblemente único hombre que conoció a Martí y a
Fidel, tuvo como su máxima virtud el haber poseído un talento innato para la
música.
Ni los más avezados compositores que lo conocieron, podían
explicarse cómo aquel muchacho de procedencia humilde sin ninguna instrucción
musical, lograba escribir letras con tanta fluidez y elegancia poética y poseer
a la vez una segunda voz notable.
Más de 600 composiciones engrosaron su amplia y exitosa
carrera artística, cuya trascendencia rebasó los marcos de la Isla para atrapar
públicos foráneos con temas de todas las épocas como “Perla marina”, Retorna”,
“Tardes grises”, “Ojos de sirena” y “Guarina”, entre otros muchos que aún se
solicitan en las emisoras de radio.
Nunca entendió de partituras ni de academias. Su música
fluía espontánea del apego que sentía por el paisaje cubano, las mujeres, los
amores y su tierra natal, verdaderos motivos de inspiración.
En cuanto a las escuelas, solo conoció la suya propia, la
que la vida le obligó a pasar, para poder escribir cartas de amor a una
enamorada.
Pero nunca fue más grande Sindo que cuando un amanecer
escribiera sobre un retazo de papel cartucho y recostado en un portal de la
ciudad de Bayamo, la obra que lo inmortalizaría como trovador, La Bayamesa.
Una versión llena de encanto y gallardía, gesto sublime de
respeto y admiración a la mujer cubana, que tuvo como antecedente una canción de
igual nombre escrita en aquella misma ciudad una década antes de su nacimiento
y la cual su madre le cantara como nana para dormirlo cuando aún era un
chiquillo.
Tal gesto le mereció el título de hijo ilustre de esta urbe,
Monumento Nacional, en cuya Necrópolis, a petición del propio Sindo, descansan
sus restos, ciudad donde además, puede ser visto por bayameses y foráneos a
tamaño natural y de la forma más próxima a la realidad, en el único Museo de
Cera del país.
Tierra donde también, se le rinde homenaje cada 17 de julio
con un concurso que lleva su nombre, en aras de no dejar morir la memoria de un
juglar que recorrió la Isla de punta a cabo cantándole a su pueblo y a su
gente.
Sin dudas, fue un trovador excepcional de todos los tiempos,
fiel trasmisor de la más pura idiosincrasia del cubano, quien mutó su verdadero
nombre Antonio Gumersindo Garay, por el que llevó junto a su guitarra durante
más de nueve décadas: Sindo Garay.
101 años vivió para regalarnos un repertorio musical lleno
de elegancia, originalidad y hasta patriotismo, con el cual fue dejando una
huella imposible de borrar.
Este 12 de abril el Sindo que escribió: “Tiene en su alma la
Bayamesa triste recuerdo de tradiciones, cuando contempla los verdes llanos,
lágrimas vierte por sus pasiones”, (canción con la que se ha enamorado más de
una cubana), cumpliría 146 años y en toda Cuba se recuerda justo como él lo
hubiese querido, tomando una guitarra y cantando con el corazón.
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