jueves, 6 de junio de 2013

Los otros hijos de Dios

Texto y fotos: Clara Maylín Castillo   SOCIEDAD / Educación


Todos los niños cubanos tienen garantizada su
educación.
Cuando Roberto Ortiz Carranza llegó a los primeros meses de vida, sus padres creyeron que jamás tendría un futuro, que su ceguera total lo sumiría en un mundo de oscuridad. Hoy, gracias a la dedicación de educadoras pletóricas de sensibilidad, este niño de tres años comienza a relacionarse con el universo, llevado de la mano por una senda que lo conducirá a insospechadas posibilidades.

Robertico es uno más entre los siete niños que ocupan el salón especial anexo al círculo infantil “Pedro Pompa” de Bayamo. Allí su destino ominoso podría desviarse hacia la luz, al igual que el de Fray Andrés Padrón, aquejado por una ceguera congénita, o el de Marcos Antonio La O, quien padece un trastorno de lenguaje.

En sus 18 años de existencia, esta aula destinada a niños discapacitados ha preparado para la vida adulta independiente a pequeños con diversas y complejas patologías como el Síndrome de Kabuky, el de Down (más frecuente), retraso mental, parálisis cerebral y autismo.

La maestra terapeuta Doris Rodríguez Yánez ha tenido la oportunidad de trabajar con estos menores en un periodo de un lustro, sintiéndose cada día tan conmovida como la primera vez en la atención a estos niños que pueden tener solo unos meses y no rebasan la edad de seis años.

“Desarrollo sus habilidades motrices a través del ensarte, de introducir objetos por ranuras, arman rompecabezas, les enseño a reconocer los colores y trato de que tengan un control de esfínter según su edad y potencialidades, aunque muchos no lo logran. También los preparo para el futuro ayudándolos con el autovalidismo, haciendo que coman solos, que tomen los vasos por sí mismos, les enseño a usar servilletas y otros hábitos en la mesa”.

En la instalación se persigue además desarrollar el lenguaje de los niños. De ello se encarga la logopeda Ileana Peña Rodríguez, Máster en Ciencias de la Educación Especial, validada por dos décadas de experiencia en esa enseñanza.

“Actualmente atiendo 5 niños. Todos los días los llevo al gabinete logopédico, donde les doy tratamiento de 15 a 20 minutos según la discapacidad de cada cual. El retraso que presentan en el lenguaje yo lo voy compensando mediante el enriquecimiento de su vocabulario en el trabajo con láminas, cuentos, poesías”.

“Cuando llegan aquí reflejan una falta de estimulación del propio hogar y a medida que pasa el tiempo vemos cómo van adquiriendo todo ese conocimiento”.

Si tuvieran la oportunidad de pedir todos los recursos que necesitan para el óptimo desempeño de sus funciones, las especialistas pasarían un largo rato elaborando la lista de implementos. Cómo se abren paso en un campo tan delicado es una pregunta que me hice al dialogar con las maestras, a lo que ellas respondieron sin necesidad de que se la explicitara.

La clave es amar a esos pequeños como si fueran suyos y en tributo a ello convertirse en magas: fabricar medios de enseñanza de carpintería (tabletas de planchar, por ejemplo), juegos de sala y elaborar el papel maché para las funciones de roles.

Gracias a la iniciativa de las maestras, sus educandos disfrutan hoy de una enseñanza minuciosa, en la cual cuentan como factores insoslayables las actividades de socialización que desarrollan fuera del centro. Ahí se incluyen la modesta participación en programas artísticos concebidos por el círculo infantil, visitas al Museo Provincial, a la Casa Natal de Carlos Manuel de Céspedes y el contacto semanal con la naturaleza más pura en las áreas del parque Granma.

Ningún esfuerzo que se haga en beneficio de estos infantes es vano, dado al placer que proporciona su evolución. Tal es el criterio de todas las educadoras del aula, en especial de Doris Rodríguez:
“Mi mayor satisfacción ha sido haber incorporado un niño a la enseñanza normal. Se logró vencer los tabúes de que todos salen de aquí directo a la especial. Cuando hay un trabajo esmerado, sistemático, se logra”.

“Ahora tenemos el caso de Marco Antonio. Él tiene un trastorno de lenguaje, pero con un trabajo conjunto de la logopeda, la escuela y la familia, se puede llevar a la enseñanza normal o a una escuela donde se eduque a los niños con retraso leve, donde se les enseñe a hacer algo útil para el futuro”.

“Ver a un niño con parálisis cerebral, con retraso mental o autismo y que sea capaz de valerse por sí solo, ese ya es un regocijo que yo siento como maestra”.

Cualquier madre, trabaje o no, cuyo niño tenga diagnosticada una patología o discapacidad, puede incorporarlo al cuidado de estas especialistas, confiada en que además de recibir conocimientos elementales, será asistido desde el punto de vista psicológico. 

De esta parte se encarga la psicopedagoga Yanet Vázquez Selva, con énfasis en la motivación, la socialización y la aceptación por parte de sus progenitores: “En ocasiones nuestros niños provienen de hogares disfuncionales. Hay padres que traen al niño y se desvinculan totalmente de él; a veces no asisten ni a las reuniones que convocamos. Esta es una forma de manifestar la no aceptación. Porque no siempre yo acepto a mi hijo cuando le estoy brindando techo y alimentación”.
La psicóloga Yanet Vázquez siempre es optimista frente
a casos complejos.

“Hay padres que les brindan esas posibilidades; sin embargo, encontramos respuestas negativas cuando hay alguna anormalidad en el niño, cuando le decimos al padre que consulte a determinado especialista y tenemos que ser reiterativos para lograr lo que queremos. A veces miran a nuestras especialistas como las cuidadoras del niño”.

NO ES UNA CRUZ

Un padre resentido con la vida por tener un hijo discapacitado, resentido consigo mismo por haberlo engendrado y resentido con el niño por considerarlo un fardo molesto, pudiera arremeter contra las palabras de Yanet Vázquez, acusándola de no saber a ciencia cierta de lo que habla. Sin embargo, este no es el caso del que se expresa sin bases sólidas. De hecho, no creo exista una especialistas de esta clase más idónea para hablar de aceptación.

La psicóloga Yanet Vázquez, antes trabajadora del Ministerio del Interior, no llegó hace seis meses al salón especial por cuestiones de suerte ni por mera elección laboral. Llegó allí con un empeño que trasciende lo profesional y que hoy la lleva a aprehender todo lo posible de esa enseñanza para convertirse en cuidadora de su propio hijo.

Hace 14 años dio a luz a José Edilberto Pérez Vázquez, quien emigró a nuestro mundo con una parálisis cerebral, enfermedad a la cual tiene asociadas 12 patologías y un retraso mental moderado. En su desarrollo el adolescente ha involucionado, habiéndosele diagnosticado recientemente un foco no epiléptico que le afecta la memoria y una atrofia en el medio óptico que le dificulta considerablemente la visión. El niño se encuentra en la escuela especial “Graciela Bustillo”, en silla de ruedas, pero requiere ya de un maestro ambulatorio en casa debido a su precario estado de salud.

A la dualidad madre – maestra aspira Yanet Vázquez, a la posibilidad de fusionar amor y enseñanza para su propio descendiente, a su oportunidad de mostrar al mundo una experiencia de crecimiento personal en aceptación y humanismo.

“Yo decía que toda madre, cuando va a tener un hijo, aspira a que ese sea el futuro donde va a descansar después de haberle encaminado ante la vida y la sociedad. A partir de que comencé a conocer la discapacidad de mi niño, digo y mantengo que mi niño no es un problema, no es una cruz, no es un destino; es básicamente mi hijo”.

“Su enfermedad está diagnosticada, lo he ingresado nueve veces en Holguín y en La Habana y ya conozco que me ha tocado vivir con un niño con necesidades educativas especiales. Hoy yo estoy dispuesta a todo por él, y creo que es por una razón: mi hijo es especial, y se dice que a hijos especiales Dios da madres especiales”.

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