jueves, 27 de junio de 2013

Desterrar la aldeanidad: primer paso para una legitimación



Texto y foto: Clara Maylín Castillo   CULTURA / Investigaciones

A pesar de haber perdido la resonancia de sus tiempos iniciales, el evento teórico “Contrapalabras” trajo nuevamente al suelo bayamés a investigadores foráneos, en su eterno propósito de viabilizar el diálogo intelectual entre quienes asumen el ejercicio del criterio.

Una de las invitadas a la última edición fue la crítica, ensayista y narradora Carelsy Falcón Calzadilla, quien desde hace unos siete años lidera la revista El mar y la montaña de Guantánamo, además de fungir como editora en el sello territorial homónimo.

Con 35 años de edad y menos de una década de efervescencia en el mundo literario, Carelsy Falcón ha publicado textos en las revistas Videncia, Cauce y Humbral, obtuvo mención en el Concurso Internacional de Minicuentos El Dinosaurio 2013 y forma parte de la antología La dimensión de lo trascendente: acercamiento a la obra de Nersys Felipe con el ensayo “El buen olfato de Nersys Felipe”, que saldrá a la palestra próximamente por la editorial Gente Nueva.

Durante la presentación de su revista el pasado martes, en el patio de la sede granmense de la UNEAC, la joven literata comentó con satisfacción su condición de “fundadora” de Contrapalabras, en una suerte de reafirmación de lo que ya me había manifestado acerca del evento.

En una época en que el ejercicio del pensamiento, de sentarse a desestructuralizar determinados fenómenos, a criticar, está en indigencia, un evento como este es más que bueno, audaz. Y que se haga fuera de La Habana también es positivo, porque permite a personas a las que les guste ejercer el criterio venir acá de una manera más inclusiva, no como puede suceder en los eventos de La Habana, donde hay figuras asentadas, y a veces nosotros mismos no podemos participar. Ahora bien, me parece que a este evento le hace falta que las instituciones se crean que es importante, no solo la persona que lo lleva al frente. Ahora mismo las instituciones cubanas están en una crisis de gestión increíble; casi todas las manifestaciones artísticas se están gestionando fuera de las instituciones, y si estas no ayudan este tipo de proyectos también se quedan fuera. Yo creo que un proyecto como este necesita dispararse hacia Latinoamérica, ir ampliando su convocatoria, a los temas que nos interesan como provincia, como país, como mundo. Estos eventos necesitan insuflarse de otras zonas de pensamiento, y si estamos en un momento en que se habla tanto de mercado, pues también de otras zonas monetarias, personas que vengan y paguen para subvencionar algo tan importante como el pensamiento. Hay que rebasar estar aldeanidad que nos consume en Bayamo, en Guantánamo, en la región oriental, que a veces nos creemos que somos lo último del país cuando no necesariamente tiene que ser así.

-¿Qué te pareció esta último capítulo de Contrapalabras?

En la primera edición hubo más invitados, más atenciones desde el punto de vista gubernamental. En aquellos primeros momentos había personalidades del Gobierno, de la UNEAC, de la AHS. Esta vez no vi a ninguna personalidad de la cultura extra. Aquí estuvimos los invitados y dos o tres personas a las que quizás les interesó. En cuanto a los trabajos presentados, hubo calidades variables, cosas que son más de lo mismo y cosas interesantes como un trabajo sobre el concepto de la modernidad que expuso una muchacha de aquí de Bayamo y los trabajos dirigidos a lo que ocurría en la Neocolonia con determinadas figuras del pensamiento como Chacón y Calvo. Es interesante también que hubiera muchos jóvenes invitados y que ellos se interesen por personalidades de esas décadas tan lejanas en el tiempo, en los documentos, en la bibliografía.

-Eres graduada de Historia del Arte. ¿Cómo llegas al mundo de la edición?

Por azar quizás. Vivo en una provincia donde no hay mucho que escoger para un historiador del arte en el sentido de las artes visuales, de la obra plástica. Cuando me gradué estuve mucho tiempo viviendo en Santiago de Cuba. Al retornar a mi tierra comencé a trabajar en el Centro de Superación, luego conocí que en la editorial había una plaza vacante y estoy ahí desde el 2006. Si me hubieran dicho que iba a pasar una parte de mi vida siendo editora no lo habría creído, pero ha sido una experiencia maravillosa, porque por el trabajo de visualizar y concebir tantos géneros, tantos estilos, como que tu mundo se amplía, tu bagaje cultural se amplía. En estas pequeñas editoriales a veces no te puedes especializar en un género. Yo comencé editando libros de historia y eso me permitió conocer aún más lo que fue Guantánamo y por qué es hoy Guantánamo, y eso va también para ese saco cultural que después tendrás que usar como la ensayista que me gusta ser. Editar libros de narrativa de ficción, el cuento, la novela, te permite entrar en los mundos del escritor, mundos de personas tan distantes como un suicida o un violador, o personas heroicas a las que te quieres parecer. Entonces el trabajo editorial te permite palpar desde lo más espiritual hasta lo más concreto que puede ser ese punto que le da la terminación a la oración.

-Según tu experiencia como editora de El mar y la montaña, como colaboradora de otras publicaciones y también como lectora, ¿cuál es tu criterio sobre la revista Ventana Sur y el periódico cultural La Campana?

He visto en La Campana algunos trabajos audaces y otros que se quedan en el tímido acercamiento a un fenómeno. Y queremos que nuestra prensa sea más audaz, más investigativa, no decir por decir, por ponerte de moda o hacerte el contra oficialista, sino que haya un hecho objetivo detrás, y he visto muy pocos trabajos con ese corte. Los demás están por ese trabajo más bien informativo, de lo que a ustedes les interesa del Bayamo actual, sus personalidades, pero sin meterse en conflictos de otra índole. En cuanto al diseño, me parece muy acertado. Tiene determinadas secciones como El Campanazo, El Badajo, con soluciones geniales desde el punto de vista del diseño. Otra cosa interesante es la revista Papalote para niños, con muy buen diseño, porque a veces nosotros pensamos nuestros soportes como textos y no en su condición visual, porque un libro, una revista, es un producto cultural. La mía por ejemplo sale en blanco y negro. Desgraciadamente no hemos logrado las bondades del color, porque pertenecen a otras instituciones a las que no les interesa la revista, y eso hace que se detenga en el tiempo. Con respecto a Ventana Sur hace mucho tiempo que no la veo, pero según lo que he visto, también está en eso que incluso mi propia revista quiso ser, una revista encerrada en su provincia, que para algunas personas puede no ser malo, pero para mí sí lo es. Es lo que yo llamo ese aldeanismo del que nos contagiamos, que hablamos desde nosotros mismos sin impactar en la vida nacional. Cuando vienes a ver La Gaceta de Cuba, Unión, también son revistas provinciales porque se hacen en La Habana, pero están tocando temas de alcance nacional, temas inclusivos, y eso es lo que yo intento hacer con mi revista. A lo mejor hay que preguntarle a los editores de la revista de Bayamo qué creen de El mar y la montaña.

-Regresemos al tema de la investigación. ¿Qué te ocupa actualmente en ese sentido?

Ahora estoy metida en el incilio, ese crear desde un aparente exilio en tu propio entorno. Estoy dirigiendo mi mirada hacia esos procesos que casi no se estudian porque son tan inherentes al acto creativo, de meterse uno en sí mismo, y a veces eres un excluido porque no participas de determinadas políticas, cánones, que a veces no tiene que ver ni con lo que está ocurriendo en tu contexto y sí con las instituciones o grupos en el poder que de alguna manera te envían a ese incilio, a ese crear y no participar. El periodo gris se extendió en Guantánamo hasta más allá de los años 80. Hubo un grupo de jóvenes con necesidades de crear que no tenían que ver con el canon imperante en ese momento e hicieron ese grupo que gestó siete folletos salidos de la editorial Ego. Ese asunto fue mi propuesta en Contrapalabras.

-Tu cotidianidad profesional te obliga a conectarte con el hecho investigativo, ya sea como autora o como editora. Acabas de participar en el último Contrapalabras, has interactuado con los más jóvenes del oficio, y por consiguiente has de tener una idea acabada de la situación del género en el país. ¿Qué ingredientes crees le faltan a la investigación?

Investigación. Como decían mis profesores, la investigación necesita horas nalgas, y los investigadores jóvenes de hoy como que se apuran para tener currículo. La investigación es tiempo, incluso distanciamiento; es dilucidar, ver determinados libros y pararse sobre ellos a disentir, a aclarar o a potenciar. Y también la investigación necesita alejarse del aldeanismo, que ocurre mucho también en mi provincia. Si vas a hacer la historia de una figura de tu pueblo lo ves en tu entorno, pero qué pasaba a nivel macro, porque aunque creas que no, ese nivel macro influía en esa persona. Eso hace que ese escritor se conecte inmediatamente con lo que ocurría en otras zonas, y lo hace más atractivo para lectores de otras regiones. Cuando vas a ver Virgilio Piñera, Lezama, se movían en La Habana, pero por qué se han hecho universales, porque la dimensión en que fueron estudiados abrió el espectro. Entonces falta eso, romper las visiones tan territoriales.

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