Por Harold Cárdenas Lema (harold.cardenas@umcc.cu)
“Tengo un catalejo, con él la Luna se ve, Marte se ve, pero
el meñique del pie: no se me ve” (Buena Fe)
¿Cómo podemos identificar a un enemigo? ¿Por sus palabras amenazantes, su mirada o su aspecto intimidatorio? No, el enemigo se reconoce por el efecto dañino que nos provoca y en ocasiones es quien menos imaginas. Cuba ha tenido un enemigo histórico a 90 millas, esto hace que apelemos constantemente a él cuando mencionamos amenazas y esto se ha convertido en un cliché que en los últimos tiempos nos hace desestimar ese real enemigo externo y enmascara a los internos. Vale recordar hoy: ¿quién es el enemigo?
Recientemente un periodista de Matanzas (provincia vecina a la capital y famosa por acoger la más famosa playa cubana: Varadero) intentó hacer un reportaje sobre el sistema de salud en Cuba, investigando encontró que de los más de 644 consultorios médicos ubicados en la provincia matancera, solo 15 de ellos tenían un licenciado en enfermería, es decir, el apoyo que necesita un médico especializado para realizar su labor. Incluyó estas cifras con las otras que conformaban su análisis periodístico, sin siquiera darle demasiada importancia a un asunto que ya de por sí sugería un reportaje investigativo muy interesante y necesario.
Al presentarle el trabajo a su jefe inmediato, este le
aclaró que “eso está bien para un medio nacional pero para Internet no, porque
la salud es un logro de la Revolución y no podemos darle argumentos a nuestros
enemigos”.
Primero quiero aclarar que de nada valen mil discursos de
Raúl Castro criticando el secretismo si no se establecen políticas que lo
impidan. En segundo lugar, el peor argumento no es el que se le pudiera dar al
enemigo, sino el que utilizó este funcionario para interferir en el proceso
informativo, el enemigo se va haciendo evidente en este caso. Con mucha
frecuencia cuando se habla de enemigo en Cuba se hace una alusión simplista a
los Estados Unidos, ¿no estaremos perdiendo la perspectiva y pensando solo en
ese enemigo externo? ¿Y los enemigos internos qué?
La constante apelación a la frase “el enemigo” ha provocado
que las personas la etiqueten como discurso gastado, la rechacen y entonces
comiencen a olvidar que ese enemigo sí existe y dónde puede estar realmente. No
temo a equivocarme cuando digo que la propaganda política nacional, en la
mayoría de los casos ha logrado el efecto contrario al deseado, por poco sutil,
torpe y vacía.
El enemigo también está en ese que le hace resistencia al
cambio de mentalidad que nos afecta desde hace tanto tiempo y frena los cambios
que deseamos en Cuba, que se aferra a sus esquemas y queda anclado a posturas
coyunturales que él convierte en principios. Creo que uno de los enemigos es el
“contrarrevolucionario” en el sentido amplio y no estrecho (gastado también),
ese que se opone a lo transformador. Nadie puede autocalificarse de
“revolucionario” y vivir apegado al dogma, tal y como lo vivimos en Cuba hoy.
En los últimos tiempos los cubanos debemos temerle a la
semántica, muchas frases y combinaciones de palabras han quedado proscritas o
son objeto de burla por parte de la población al ser vinculadas directamente a
estereotipos en nuestra sociedad. Cuando el funcionario de ese medio
informativo censuró la información sobre la salud que redactó ese joven
periodista, inconscientemente (o conscientemente) se estaba convirtiendo él en
el enemigo. Aunque seamos considerados una potencia médica y demos salud
gratuita en Cuba y fuera, los problemas hay que abordarlos, y no esconderlos,
“los enemigos eso no lo perdonarán”.
Hay un enemigo que está a 90 millas de aquí y con el cual
poco podemos hacer más que sacar adelante el proyecto político nacional. Me
preocupa más el otro, el que convive con nosotros y nos cuesta identificar, ese
posiblemente sea el más dañino de todos.
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