Texto y foto: Clara Maylín Castillo
Miguel en plena faena diaria |
El contacto directo con el cliente, la sonrisa siempre a
flor de labios aun en los momentos más oscuros, su diligencia en cada minuto de
servicio y, ante todo, la exigencia personal de ver salir al consumidor
satisfecho de su atención, han hilvanado alegrías en la vida laboral de Miguel
Ramos Zamora, como su condición de Vanguardia y mejor trabajador de la pizzería
Nápoles, de Bayamo, haciéndole constatar en los últimos 41 años que no se
equivocó al decidir canalizar su sacrificio en el sector de la gastronomía.
Actualmente Ramos Zamora es el obrero más antiguo de la
unidad y se desempeña como capitán de salón, algo que no imaginó en sus tiempos
de adolescencia.
Mi primer trabajo fue como operador de combinada en la
Fernando Echenique. Después pasé el servicio y a los 19 años empecé en la
gastronomía. Yo vengo de la pizzería que estaba antes debajo del Hotel Central,
en General García. Después pasé para la que estaba frente al parque y de allí
nos trasladamos para Saco en el 93.
- Pude notar que ningún trabajador de la Nápoles conoce
mejor que usted la historia de esa pizzería, sus fechas, sus sucesos
relevantes. ¿Podría recordar cómo era antes el funcionamiento de la
instalación?
Antes éramos como 13 obreros: seis elaboradores y siete
dependientes. Ahora, como esta unidad es más grande, requiere un poco más de
personal. La producción era muy buena. Todos los productos eran magníficos. A
veces venían de afuera; el mismo queso era canadiense, una salsa muy buena, y
por lo tanto las pizzas tenían más calidad que ahora, aunque las que estamos
haciendo en estos momentos están buenas.
- La calidad de las pizzas actualmente supera la de los
productos que se expendían hace algún tiempo, y ello se deriva de la
revitalización del establecimiento.
Esta pizzería es otra cosa; casi ni se conoce si uno se
acuerda de aquella que teníamos hace poco más de un año. Quedó con una
estructura muy buena, está muy bonita, y la calidad de las ofertas es mejor.
Antes se trabajaba con queso proceso y ahora estamos trabajando con el cubanito,
además de una salsa vitanova muy buena. Puedo decir que le estamos prestando un
servicio de excelencia a la población. Con lo único que tenemos dificultad es
con los aires acondicionados, que desde que abrió estamos trabajando sin eso y
es lo que incomoda a las personas, porque esta unidad es cerrada, necesita
climatización. Ya hemos tratado eso en reuniones y se dice que los van a poner.
- Sus compañeros lo admiran, lo respetan, y no le faltan las
muestras de cariño. ¿Cómo se siente usted después de cuatro décadas de servicio
en medio de un colectivo que se va renovando con los años?
El colectivo es magnífico. Hay algunas dificultades, pero
son pequeñas; en el camino se van cogiendo, porque sobre todo hay unidad entre
todos. Esto se la pasa lleno el día entero. Nosotros no paramos de tanto
trabajo. Los viejos ya estamos acostumbrados, pero los nuevos duran dos o tres
días porque no aguantan. Nosotros, los más viejos, sí seguimos trabajando y
echando esto p’alante, ayudando también a los más jóvenes con nuestra
experiencia.
- Aunque la calidad de los productos no sean su
responsabilidad, ni otras dificultades que pueden presentarse, es el
dependiente quien amortigua primero las
quejas del consumidor. Imagino que en su tránsito de mesero a capitán de salón
se armó de una afabilidad y una paciencia mayores.
Siempre he sido eficiente en el trabajo; no he tenido quejas
por parte de ningún usuario, por lo menos no acerca de mi desempeño. Siempre he
atendido con el buen trato y el cariño que merecen los usuarios, porque me
encanta el trabajo con los clientes, le he cogido amor a esta tarea. Fíjate que
me faltan dos años para terminar de trabajar y pienso jubilarme aquí, entre mis
compañeros que son como mi familia, haciendo lo que hace tanto tiempo hago.
Atender las mesas, rondar la cocina, estar aquí adentro es lo que he venido
haciendo toda la vida, y no creo que a estas alturas pueda dejarlo con
facilidad.
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