martes, 4 de noviembre de 2014

La Chocolatera de Bayamo: cadalso del cliente



Por Clara Maylín Castillo

Un salón vacío, resultado del helado de calidad corriente y precios astronómicos.
Con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte echar: hermoso, sublime, filantrópico verso martiano. Tal vez erróneamente, muchos evocan de forma automática al Apóstol cuando encaran su costo de vida, o cuando ven surgir opciones pensadas para una solvencia que desconoce el salario estatal. Semejante apego a la ideología de Martí, en términos de la economía actual cubana, me resulta ya una cuestión de ilusos, a veces una inútil jeremiada de quienes se dejan carcomer por un mecanismo de negación.

Lumbrera en el siglo XIX, el ilustre pensador podía vaticinar la política rapaz de Estados Unidos, apostar por un futuro mejor para sus coterráneos, pero no podía prever la tormenta que generaría para la Cuba independiente el periodo de transición del capitalismo al socialismo, ni estaba consciente del fatal error que implica la fe ciega en el ser humano. Tal verdad, a mi entender, justifica totalmente el desapego del presente económico del país con cierta idea martiana. De ahí que no se me ocurra a estas alturas clamar por precios módicos, sino por ofertas justas y rentables cuando queda abierta una posibilidad.

Todo aquel que propugne los principios de justicia y rentabilidad debería inquietarse ante la situación de la Chocolatera sita en la capital granmense. Inaugurada el 30 de abril último, la instalación ha sido una de las novedades más atractivas de la gastronomía bayamesa, bautizada como la Casa del Chocolate, un nombre modesto, sociable, que parece convidar a todos. A juzgar por los precios, habrían tenido un mayor acierto conceptual si la hubiesen denominado el Burj al Arab del Chocolate, aunque la calidad de los productos desmintiera el nombre al cabo.

Con solo seis meses de marcha, la unidad incumplió en septiembre y octubre su plan de ingresos. La causa del fracaso: poca afluencia de clientes. Incluso la administradora, Aracelys Reyes Fajardo, estima que los cumplimientos de etapas anteriores obedecieron exclusivamente al furor de la novedad. No es casual que consumidores y obreros del local coincidan en el criterio de que los precios son demasiado altos para la naturaleza de la oferta.

“Vine por primera vez cuando abrieron, después en agosto y en septiembre”, dijo Dignora Lorente Arjona, enfermera de profesión – Es muy bueno el servicio, pero los productos son carísimos, no son asequibles para casi nadie, y el helado a veces está blandito”.

Si esta mujer, que pertenece al sector más aupado salarialmente, confiesa evita visitar con frecuencia la unidad, qué dirían quienes hacen malabares para llegar a fin de mes. De acuerdo con los comentarios, explícitos muchos en el libro de quejas, nadie parece aprobar que la especialidad de la Casa, el baychoe, cueste cinco pesos, cuando consiste en un dulce y dos bolas pequeñas de helado rociadas con sirope de caramelo. Tampoco convence un bombón a seis; los dulces corrientes de la tienda de la unidad están en desventaja con respecto a los que expenden algunos puestos privados ambulantes; y las figuras marinas, 75 gramos de chocolate a veinte pesos, constituyen una aberración gastronómica dentro de su engañosa envoltura de regalo.

De las ofertas, la que mayor inconformidad provoca es el helado: una ración por 3.50, dos pesos más que en las cremerías de la ciudad. Quien no ha ido aún a la Chocolatera pudiera pensar que dicho helado es un fruto de alquimia, pero no. Es el mismo que se vende en La Luz y El Amanecer, instalaciones que también pertenecen a Gastronomía.

Esta miniatura en chocolate cuesta 20 pesos
Hasta hoy, nadie ha explicado la razón de la diferencia de precios, probablemente porque el argumento no existe. Solo se han cuidado de que la instalación se mantenga abastecida, pues cuando otros centros han carecido de helado por inestabilidades de la Empresa Láctea, la Casa del Chocolate ha disfrutado el privilegio del suministro.

En cierto sentido, la deferencia resulta entendible: es más fácil abastecer a un establecimiento que solo vende dos tinas diarias. Según Carlos Matamoros Aguilar, elaborador y jefe de turno en la instalación, esa cantidad irrisoria, equivalente a 212 raciones, es la que logran vender en quince horas de servicio, y agrega que en realidad solo están ocupados los trabajadores durante una quinta parte de la jornada laboral.

La desfavorable opinión popular y los dos incumplimientos recientes – reveses demasiado tempranos – presagian a la unidad un futuro consistente en la sucesión de fiascos económicos y la penosa imagen de obreros sentados, bostezando, o relatando el último capítulo de la serie televisiva en boga. De mantenerse semejante cuadro, el centro alcanzará una reputación fabulosa entre los estudiantes de gastronomía, arrancará anhelos jóvenes, hará que algún padre rece para que su consentido sea ubicado allí, en la Casa del Chocolate, donde Bayamo erige un templo al ocio.

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