lunes, 17 de noviembre de 2014

Julieta quiere un marido



Armando Yero La O

Julieta es una mulata de nalgas cimbreantes y tetas voluptuosas que no para de lamentar su mala suerte. A pesar de sus flamantes 24 años y la promesa a la Virgen de la Caridad, no ha encontrado marido.

De nada le ha valido –dice resignada- sus dos viajes al Cobre (en camión) para pedirle a la Patrona de Cuba que le conceda un buen matrimonio, y si no es mucho pedir, con un extranjero, italiano si fuera posible, porque ella suspira por Italia.

Sus lacrimógenos reclamos los comparte con otra joven  de más o menos la misma edad al compás de espera de una cola surrealista en una oficina pública. Julieta decía entre ahogados sollozos que había intentado por todos los medios un matrimonio “normal” pero no con un hombre “cualquiera”, sino con un italiano.

Me convencí de su sincera pasión amorosa y de la desesperada angustia que la afligía cuando le dijo a su amiga que el galán de sus sueños tenía “solamente” 67 años, con algunos problemitas de presión y un incipiente (pero inquietante) desarreglo coronario, lo cual no enturbiaba para nada la devoción que sentía por el vejete napolitano, pues de aquella tórrida ciudad le había dicho que era.

Siete meses de trajines entre el papeleo terrenal y las encomiendas celestiales no habían arrojado ningún resultado. Tal vez por sus múltiples y variadas ocupaciones o porque todavía el caso de Julieta no había llegado a su escritorio, la Virgen parecía no haberse enterado del problema.

A esas alturas, lo único que le quedaba a Julieta era rociarse gasolina prender un fósforo y convertirse en una antorcha humana.

En ese punto de la conversación (que yo sin querer venía escuchando), la cola comenzó un sinuoso movimiento hacia el ansiado objetivo y perdí el epílogo del drama que aquejaba a la mulata. Me asaltó entonces una pregunta: ¿era un amor limpio, desinteresado, “hasta que la muerte los separe” el que sentía Julieta por el italiano, o por el contrario, una pasión pasada por la cañería del interés material “hasta que el napolitano se la lleve”, lo que movía a la hermosa joven a entregarse a un hombre que podía ser su abuelo?

Julieta bien podría ser médica, ingeniera, abogada o hasta árbitro de béisbol. Edad y posibilidades de desempeñarse en cualquier campo profesional tiene de sobra, pero hasta donde supe, no la animaba ningún deseo de realización personal en Cuba.

¿Acaso porque sus aspiraciones fueron alimentadas solo con las refulgentes imágenes de Vogue o porque en el proceso de su formación personal quedaron pendientes las asignaturas de la dignidad y el respeto a sí misma? Quizás nunca le enseñaron que las personas valen por lo que son y no por lo que tienen.

Me gustaría ver a la monumental mulata dándole a chorritos el jugo del desayuno a su maltrecho napolitano en medio de los vapores del verano mediterráneo.

Entonces, estoy seguro, recordaría Julieta con la más dulce añoranza, la mañana en que por una lamentable equivocación le pidió a la Virgen de la Caridad que le deparara un buen matrimonio.

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