miércoles, 16 de abril de 2014

El miedo de Rafael Alberti a que Joaquín Sabina le robara protagonismo



Por Benjamín Prado


Joaquín Sabina en 1986 o 1987 ya era, como lo es hoy, un cantante muy conocido que llenaba plazas de toros y estadios de fútbol en sus conciertos y con el que no resultaba fácil ir por la calle, soportando el continuo acoso por sus seguidores, algunos de los cuales, por cierto, eran tipos de no muy buena catadura, de ésos con los que uno podría compartir una moto, pero jamás una toalla.

Creo que si había algo que le gustase a Sabina era salir a cenar con su admiradísimo Rafael Alberti, su poeta favorito junto con Neruda y Vallejo; y yo, amigo de los dos, organizaba de vez en cuando encuentros en los que todos lo pasábamos muy bien y en los que podían ocurrir cosas notables como aquella segunda visita a los muros de la Real Academia Española, de la que antes he hablado. 

Después de una noche que había sido especialmente divertida, Rafael me pidió que lo acompañara a su casa y allí dibujó una guitarra para Sabina, pidiéndome que se la llevase al día siguiente. Perfecto: risas, regalos y todos tan amigos.

Pero cuando, en otoño de 1986, llegaron las lecturas conjuntas de nuestros libros, Rafael empezó a ver al famoso Joaquín Sabina como un peligroso rival, de cara al público. Así, en cada viaje, mientras íbamos a reunirnos con Joaquín en algún lugar o lo esperábamos en el VIPS, se repetía la misma conversación:

–Ya verás cómo tu amigo Sabina nos va a hacer cisco –decía el maestro–, puedes estar seguro. Se traerá la guitarra, se pondrá a cantar ¡y estamos muertos! ¡A ver quién nos va a querer oír a nosotros!
–No, Rafael, no se va a llevar ninguna guitarra. Sólo va a leer sus poemas y sus canciones.

–¡Por favor! Pero qué ingenuo eres… Te aseguro que se va a traer la guitarra.

–No, no, te digo que no.

–¡Se la va a traer! Estos cantahistorias siempre la llevan a todas partes. Acuérdate de Paco Ibáñez en Toulon, que le dejaron la guitarra de un zurdo y la estuvo tocando toda la noche. ¡Y eso que las cuerdas estaban al revés!

–Sí, eso es verdad. Pero hoy es distinto. Hoy no va a haber guitarra por ningún lado.

–Que te crees tú eso… Se llevará la guitarra y punto. Yo no sé ni para qué voy, la verdad…

–Pues porque la gente, sobre todo, va a ir a escucharte a ti. No te preocupes, te repito que Joaquín no va a llevar ninguna guitarra.

–La llevará. ¡Te aseguro que la llevará!

En la lectura, naturalmente, ni Sabina sacaba una guitarra ni había nadie capaz de hacerle la más diminuta sombra al maestro: él se llevaba las grandes ovaciones; él se arrancaba las carcajadas más estruendosas; él producía las emociones más fuertes y, al final, el auditorio caía a sus pies, rendido a su talento, su leyenda, su magia y su simpatía. Al acabar, ya mucho más tranquilo, Rafael solía decirle a Joaquín, con su voz más candorosa:

–Hombre, ¿y por qué no te has traído una guitarra? Yo creo que habría estado muy bien…

1 comentario: