jueves, 27 de febrero de 2014

Céspedes: la posibilidad infinita



Por Armando Yero La O
                                                    …pero jamás, en su choza de guano, deja de
                                                      ser el hombre majestuoso que siente e
                                                      impone la dignidad de la patria…
                                                                                                    José Martí


Los historiadores le deben a Céspedes la página honda que reclaman su   reciedumbre moral y su magisterio ético. Los biógrafos, la que demanda su capacidad de ruptura y fundación, la de hombre puente entre la mudez y el grito, entre la sombra y la luz.

Unos, demasiado apegados a los determinismos económicos que impiden sondear el profundo abismo en el que reverberan, espumosas, las esencias de un nuevo linaje; los otros, carentes de la habilidad necesaria para quitar la hojarasca y llegar al fuste del árbol bajo cuya sombra nos cobijamos.

Historiadores y biógrafos siempre arrancan y terminan en los mismos lugares: el campanazo inaugurador, la pugna Céspedes-Cámara de Representantes, deposición-muerte.

Los poetas, en cambio, han sabido aprehender mejor la dimensión histórica y humana del fundador, proyectándola en el anchoroso horizonte de la nacionalidad cubana en gestación.

Es sin dudas José Lezama Lima quien despojado de la retórica de los historiadores, logra penetrar, con su ojo mitográfico, en la esencia humana de Céspedes.

El genio evocador de Lezama nos sitúa en la agreste geografía en donde recomienza la inacabable espiral cespediana:

“Su hijo va recogiendo los cabellos que, al ser arrastrado, han quedado con su sangre en las rocas…”

En este solo párrafo ha podido Lezama sintetizar la verdadera dimensión fundacional de Carlos Manuel de Céspedes en la historia cubana ¿Habrá acaso imagen más reveladora que ésta? La sangre del héroe fecundando la tierra en que ya ha comenzado a cocerse la identidad nacional.

La grandeza de Céspedes, según la interpretación lezamiana, radica en su inconmensurable sentido humanista. Y tal humanismo, en las circunstancias del siglo XIX cubano, habría de llevarlo a “la soledad aromosa” que Lezama apunta como “la soledad de la nación en su alumbramiento”.

“El siglo XIX nuestro fue creador desde su pobreza. Desde los espejuelos modestos de Varela hasta la levita franciscana de Martí. Todos nuestros hombres esenciales fueron maestros pobres”, refiere Lezama.

Cualquiera diría al leer estas líneas, que el poeta olvidó o excluyó deliberadamente a Céspedes y sus seguidores señoriales del 68, pero la duda se disipa enseguida:

“Claro que hubo hombres ricos en el siglo XIX que participaron de la integración nacional. Pero comenzaron por quemar su riqueza, por morirse en el destierro, por dar en toda la extensión de sus campiñas una campanada que volvía a la pobreza más esencial, a la lejanía, a comenzar de nuevo en una forma primigenia y desnuda”.

Lezama nos recalca: “La vigilia y la agudeza del pobre lo llevan a una posibilidad infinita” ¿Y cómo engarza el poeta a la figura de Céspedes desde el asa dorada de su riqueza con ese concepto de la pobreza material que lleva a “la posibilidad infinita”?

Precisamente, ahí es donde Lezama advierte como nadie, las esencias cespedianas y nos devuelve por boca del propio Céspedes la identificación del héroe con la pobreza fecundante.

“…Yo estoy satisfecho con lo que tengo. Vivo en una choza. Ando vestido y calzado de una manera grotesca, pero honesto. No tengo necesidades”.

Céspedes ha sacrificado su riqueza en aras del ideal libertario, conscientemente, sin el menor atisbo de arrepentimiento, sin reservas. Y nos lo confirma:

“Paramos el 6 en boca de Báguanos donde presencié el espectáculo de la marca después de tres años y medio que dejé de verla en La Demajagua. Me trajo a la memoria, entre otros recuerdos, mi antiguo estado de señor de esclavos, en que todo me sobraba; lo comparé con éste en que ahora me veo, falto de todo, pero libre del yugo de la tiranía española. Y eso me bastó: primero, mi actual estado”.

Tiene razón Lezama al ubicar la verdadera grandeza humana y moral de Céspedes en su consciente pobreza material, la pobreza fecundante que al decir del poeta, puso al héroe en la senda de la hazaña iluminadora.

Podemos así compartir con Lezama su visión trascendente de la estatura ética de Céspedes. Frente a su gesto de desprendimiento no habría ni antes ni después, asideros equiparables.

Y cuando Céspedes renunció a todo bienestar material, sabía que estaba unciendo lo aristocrático a lo revolucionario. Estaba transformando las serviles costumbres en civilidad. Es un ejemplo supremo de superación de sí mismo, sin renunciar a las raíces que quiere integrar al nuevo estatus.

Él mismo nos da la oportunidad de comprobarlo el 10 de diciembre de 1873 durante una sesión de la Cámara cuando uno de sus más enconados enemigos se refiere a su persona despectivamente: “…no se trata más que de un simple ciudadano”.

“Dijo que yo no era más que un simple ciudadano. Cabalmente, en eso se cifra mi más legítimo orgullo”, replica Céspedes.

¡Y admitir que aún hoy, algunos lo califican como ansioso de poder, él, que todo lo sacrificó, menos la dignidad!

Martí lo afirma: “Y no fue más grande cuando proclamó a su patria libre, sino cuando reunió a sus siervos y los llamó a sus brazos como hermanos”. Fue este el más grande ejemplo de civilidad que diera cubano alguno.

 En Céspedes no sólo se dan la convicción del ideal patriótico y la visión política, también el amor encuentra en él un majestuoso arcano. Su trayectoria nos revela dimensiones inéditas de su amor por los hombres. Un apunte suyo, cuando la conspiración de la Cámara era ya una realidad indetenible, nos lo demuestra:

“Se marcharon el Marqués y Machado. Dícese que aquí estuvieron induciendo a Barreto para que no siguiera en la Secretaría de Guerra y a mis amigos para que me aconsejaran que renuncie a la Presidencia porque nadie me quiere en Cuba. Ay, pobre de mí ¡Yo que a todos los quiero!”

Poco más de 20 años después, otro cubano fundador reeditaría el drama cespediano casi en idénticas circunstancias. Martí supera con creces las contradicciones entre el modo republicano de los civiles y el militar de los generales, remontándose, como Céspedes, al plano celeste de la inmolación. Al igual que Céspedes, Martí se sembró a sí mismo para que otros cosecharan.

Y Céspedes, como Martí, no admite comentario. Por su gesto inicial, por ese rapto de divina resolución, se ha situado fuera del juicio de la crítica. No es más grande ni menos grande que… o tan grande como… es, simplemente, el símbolo cristalizado en acto. Y para los símbolos no existen jerarquías. Con decir Céspedes basta. Todos sentimos y comprendemos lo que significa en la perdurabilidad infinita de la Cuba eterna.

2 comentarios:

  1. que hay de cierto que usted hubo de censurar en su blog la entrevista al escritor Fernandez Pequeno

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  2. Interesante post amigo mío. Admiro a Céspedes, ese hombre que inició el combate por la independencia nacional contra España en el siglo XLX y sacrificó sus bienes a la causa anticolonial e impulsó trascendentales medidas. Su recia personalidad revolucionaria marcó un hito dentro del sector terrateniente, le ganó el sobrenombre de Padre de la Patria.

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