lunes, 11 de noviembre de 2013

Cuando suena La Campana, ¿cómo la escuchan?



Por Clara Maylín Castillo
Parte del equipo de redacción de La Campana revisa la última edición de la revista.
Por mucho tiempo el gremio artístico e intelectual de Granma anheló una publicación sistemática que reflejara el desarrollo cultural de la provincia. Hace dos años ese sueño se hizo realidad, solo que no en el modo absoluto en que solemos creer se materializan los sueños.

A partir de una idea original de Manuel Álvarez Vázquez, director del Sectorial Provincial de Cultura, un equipo conformado en el Centro Ventana Sur se consagró a un proyecto de periódico sin antecedentes en el territorio. De tal empeño surgió La Campana, publicación mensual que ya alcanza los 26 números y ha ofrecido al lector noticias, reseñas artístico – literarias, artículos críticos, entrevistas y otros materiales que develan a figuras, proyectos u otros procesos culturales de la provincia.

En relación a su desarrollo, la poetisa y editora Amarilis Terga Oliva comentó:

“Me parece maravilloso, muy a pesar de los lunares que pueda tener. Desde la información y el pensamiento le da una dinámica, una frescura a todo lo que acontece. Sí creo que a veces hay un desbalance en la calidad de lo que encontramos, porque los periodistas logran mejores trabajos que los escritores. También pienso que si se lograra un equipo de editores fijos, no por contrato, se ganaría más eficacia en el acto co-creativo de la edición. Desgraciadamente, esta no es todo lo exhaustiva que amerita esa publicación”.

Hasta hoy La Campana ha mostrado defectos y méritos. De estos últimos, el más notorio, incuestionable, elogiado por profesionales de las letras locales y foráneos, es el diseño original. A su cargo estuvo Kenia Guerra Vega, quien un buen día se apareció ante Edgardo Hinginio, director editorial, con un diseño que partía del detalle:

“Debía pensar en algo que fuera identitario de Granma. Pensé en la campana, ideal por La Demajagua, y porque desde la comunicación es la que toca, la que avisa. Para las secciones busqué palabras que debían comunicar en dependencia de sus características. Por ejemplo, para las secciones de opinión El badajo, porque es lo que golpea la campana por dentro, El Campanazo; El toque del mes para los sucesos más importantes”.

El equipo editorial de La Campana celebra la crítica que fomenta el mejoramiento de los procesos culturales y ha tenido aciertos en ese sentido aun cuando, según el propio Edgardo Hinginio, no se han recibido suficientes materiales de opinión:

“Desde un inicio quisimos que fuera un periódico eminentemente de la crítica. No ha sido así. A pesar de que se han mantenido El badajo y El Campanazo hemos tenido muy pocas propuestas de artículos o reseñas críticas, y creo que ha sido porque las personas que añoraban La Campana como periódico cultural para la crítica imaginaban que se iba a hacer solo”.

-Evidentemente, no hay mucha osadía. Pero, ¿cuántos críticos especializados en arte conoce en Granma?

Ese es un gran problema. No existe en esta provincia un periodista o un crítico especializado en ninguna manifestación del arte. Con lo que más contamos es con artes plásticas. Hay algunos graduados de Historia del Arte que han apostado por la crítica y lo han hecho aceptable. Pero no hay en otras manifestaciones como teatro y música. Hemos tratado de hacer algo en un lugar de bastante escasez.

-Hablando de escasez, ¿por qué La Campana es más cara que El caimán barbudo o La letra del escriba?

Cuesta $2.50 porque es una publicación de pocos ejemplares. Solo sacamos mil. Las que cuestan menos es porque hacen tiradas de miles. Además, publican en papel gaceta que es más económico. Por cuestiones tecnológicas no hemos podido usar ese papel.

-La idea fue desde un inicio hacer un periódico cultural. ¿Por qué no acudieron a algún profesional experimentado de la prensa que los asistiera como miembro del equipo realizador?

Es verdad. Pueden acusarnos de aventureros, quizás de una intromisión profesional. Pero hemos invitado a todos los periodistas de Granma a escribir para La Campana y hemos tenido una respuesta cero. Digo cero porque los que se han acercado han sido de Radio Bayamo; hacen propuestas y después desaparecen. Hemos tenido contactos con el Círculo de Periodistas de Granma. Han dicho que van a mandar, pero nada.

-¿A qué cree se deba esa apatía?

No sé. Hay unas cuantas opiniones sobre La Campana. Muchos dicen que no se puede ni leer porque publica cosas demasiado fuertes. Yo creo que en Granma no se ha acostumbrado a hacer un periodismo cultural ni crítico. Entonces La Campana ha implicado un cambio en el periodismo cultural de la provincia. Hemos publicado artículos que antes jamás se habrían publicado y críticas que no solo enrolan a artistas, sino también a instituciones culturales, gubernamentales.

-El director provincial de Cultura es el director general de La Campana, lo cual tiene sus implicaciones. Me pregunto si la repercusión de la crítica ha llegado al nivel del cambio.

Desde el principio La Campana aspiró a ser como un eje regulador dentro de la cultura. Toda la crítica que sale se la lee primero Manuel Álvarez. Si es un problema nuestro, pues se trata de resolverlo. Se han resuelto cosas como la atención a un proceso cultural que antes no se atendía, el financiamiento a instituciones, pero es muy difícil ver grandes cambios. Ya por lo menos hay un cambio de visión.

Aunque viven afanados en sacar cada mes su publicación, los miembros del equipo realizador conocen sus limitaciones y también padecen la impotencia:

“Se nos critica porque hemos mostrado esencialmente el mundo cultural bayamés. Eso se debe a que hay muy pocos colaboradores de municipio. Es difícil saber cuáles son las causas, pero la consecuencia es que quisiéramos una Campana con mayor calidad literaria y no la tenemos porque colaboran pocos los escritores y los periodistas profesionales. Sin embargo, se quejan si aparecen uno o dos nombres repetidos en una edición”.

“Quizás La Campana se salve y quizás todo desaparezca, pero mientras existan al menos tres personas que la realicen y dos o tres colaboradores, La Campana saldrá”.

Cuando cada mes se toca La Campana, el sonido no le llega a  todos con transparencia; también es escuchada con estrepitosas distorsiones. Genera atención en sus lectores habituales, satisfacciones en quienes se ven identificados, silencios en los terruños que no acaban de tener espacio en las páginas, indignación en los criticados y, no sé si en menor o mayor grado, críticas.

En el gremio periodístico, por ejemplo, algunos le reconocen profundidad temática, la consideran un “intento válido”, pero en general se percibe irreverencia. Se lanzan los dardos sobre la falta de definición de géneros periodísticos, se cataloga de elitista al lenguaje de la publicación y al pedírseles un criterio varios se muestran reticentes o tajantemente dicen que no opinan.

A qué se debe la discordancia entre La Campana y el gremio que tanto le podría aportar pudiera tener por respuesta el celo profesional, la falta de tiempo u otra cualquiera. Lo cierto es todas las partes coinciden en un punto: requiere una mayor colaboración que garantice mayor profesionalidad.

Desde un inicio, esta publicación se ha lanzado como periódico cultural. Sin embargo, al no tener una frecuencia diaria o semanal, ni un carácter esencialmente noticioso, se sale de los contornos del periódico. En cualquier caso podría denominarse revista informativa, pero siempre corriendo los riesgos que suponen no contar con un equipo profesional que le garantice los materiales, la falta de colaboración sistemática desde los municipios para tener una visión general de la provincia o la inexistencia de una carta de estilo adecuada a los medios informativos tradicionales, cuya finalidad es lograr la claridad del mensaje en función de un mayor nivel comunicativo con el destinatario, ya sea un médico o un lustrador de zapatos.

A mi parecer, definir la naturaleza de La Campana no solo podría acortar distancias, sino también sería un punto de partida para una línea de trabajo más acertada, libre de señalamientos. No se trata de quién gane o pierda un posible conflicto tácito; se trata de hallar una concepción que salve a la publicación de situaciones como llegar a las manos del lector con noticias desfasadas o no ser leída ni por el 1% de la población granmense que supera los 800 mil habitantes para una tirada de mil ejemplares.

Incluso en quienes no valoran La Campana el propósito no debería ser la destrucción. La cultura granmense requiere una publicación que la refleje, aun cuando tengamos escasez hasta en la manifestación de ciertas vertientes artísticas.

Cuando se venzan ciertos obstáculos, entre ellos el prejuicio de que solo puede publicar una cofradía selecta, los lectores recibirán un producto de mayor calidad; se verá pulida la por siempre encomiable misión de haber difundido no solo el hecho artístico, sino la cultura en su más amplio sentido social.

Ojalá que para esta publicación haya un futuro y mejor. Que La Campana pueda llamar a todos a una visión cultural más nítida.

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