lunes, 3 de junio de 2013

Yaima Sáez, la voz sensacional de “Amigas”



Clara Maylín Castillo   CULTURA / Artes Escénicas
Fotos: Luis C. Palacios

Yaima Sáez, toda una revelación en la cancionística
cubana.
Dondequiera que se ha presentado la superproducción musical “Amigas”, de la Compañía de Ballet Lizt Alfonso, la reacción del público ha sido la misma. La crítica y la opinión popular, con diferente terminología, han coincidido en que la puesta en escena es sencillamente espectacular, valoración que también yo sostengo, teniendo en cuenta en primer lugar el acierto en el reflejo de la cubanía, sin la trillada presencia de los estereotipos y clichés que limitan la visión universal sobre este archipiélago.

La proyección danzaria insinuaba el delicioso sustrato del flamenco, mezclado con insuperable sutileza con ritmos folclóricos como la rumba, el mambo, el chachachá, y complementado con los movimientos del tango y el rock and roll que, no obstante a ser foráneos, se integraron a la cultura musical de Cuba en el periodo en que se ambienta la historia, los prolíficos años 50 del pasado siglo.

Debe reconocerse que se logra una perfecta complicidad entre el baile y la música, lo cual obedece tanto al talento de la compañía como a la calidad vocal de cantantes invitadas; me estoy refiriendo a las populares Sory y Niurka Reyes.

La factura de este teatro musical no deja lugar a dudas sobre la exquisitez de la dirección y el calibre profesional de todos los involucrados. Sin embargo, al calar en la entrega artística de forma general, no pude más que reconocer que desde el fondo emergía con fuerza un talento especial hasta mucho más allá de la superficie. Y es que en una joyería de altos quilates siempre una prenda acapara la atención, ya sea por la fastuosidad, el valor del metal o el acabado.

De esa forma descollaba en el teatro Bayamo la joven camagüeyana Yaima Sáez Bejarano, cuya voz escuché por primera vez el 31 de mayo último, con una suerte de convicción de estar ante una artista privilegiada con los mismos dones esparcidos sobre Omara Portuondo o la emblemática Elena Burke. 

Si no me lo hubiera confesado ella misma, jamás habría creído que una cantante de solo 33 años, ataviada su garganta con el escaso registro de contralto, capaz de eclipsar en escena a figuras establecidas en el pentagrama actual, pudiera haber llegado a la palestra artística por la canal del empirismo. Cuánto puso de su propio carácter, no lo sé; hasta dónde logró llegar la marea del histrionismo, ni lo imagino. Solo sé que esta artista novel en los grandes escenarios cubanos fue capaz de ofrecer un personaje fascinante, temperamental, rebosante de sensualismo, una Caridad vulnerable a la vorágine de la pasión, emotiva, ágil en ganar la simpatía del público.

No hubo una voz que se acercara más a aquella edad dorada para la música de Cuba, a aquellos tiempos en que el amor era lo mismo que el bolero, en que la vida destilaba su néctar y sus hieles a través del feeling. Profundo era el sentimiento, tan fuerte como su decisión incorruptible de defender la canción.

Tal vez fue eso lo que sobró en la interpretación de “Perdóname, conciencia”, como para que en lugar de suscitarse la rápida comparación con la estelar Moraima, se produjera una especie de catarsis a teatro lleno. Prácticamente nadie de los que la escucharon conocían su pasado, nadie sabía que años atrás se había licenciado en Cultura Física, nadie sabía exactamente de dónde había salido; no la encontraban en el archivo personal de las cantantes que están en la cima.
Su participación deslumbrante en el espectáculo "Amigas",
parece ser el principio de su consagración definitiva como
excepcional intérprete de la canción.

Pero yo, que ya la había incitado a hablar de todo su ayer, de sus presentaciones en centros nocturnos de La Habana, en el “Gato Tuerto”, “Dos gardenias”, su expresión del fatalismo que envuelve como niebla a las nuevas generaciones de solistas, su certeza de que no es muy conocida en Cuba, su confesión de que sigue aprendiendo lo que es cantar, experimenté un asombro tal vez diferente al que sintieron otros tantos, muy ligado a la maravilla que solo causan los talentos naturales.

Para quienes la oyeron cantar, sería difícil creer que fue la última vocalista en entrar al elenco de “Amigas” en sustitución de Ivette Cepeda. Con menor tiempo de preparación, Yaima aplicó de nuevo el carácter de su carrera de siete años, al estilo meteórico, y supo arrasar con las ovaciones del público.

Su carisma, la emotividad, su expresividad, la levantan en la escena, aunque a simple vista se advierte que no hacen falta sobreesfuerzos, pues su voz se impone por sí misma. Hay en ella una potencia vital, un deseo vehemente de “rescatar a la cancionera”, una intransigencia profesional que le brota en pura cubanía cuando habla. Indiscutiblemente, en su frente está estampado el sello invisible de los que van a triunfar. No hace falta conocerla mucho, solo escuchar un bolero en su voz, para desearle logre pararse un día donde solo pueden las estrellas.
 

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