sábado, 11 de mayo de 2013

Las dos madres de Martí



Armando Yero La O   HISTORIA / Próceres

Personas allegadas a Martí refieren que en cierta ocasión Gonzalo de Quesada contó que la señora Catalina Aróstegui le preguntó al Maestro cómo era posible que él se hubiera rebelado contra el colonialismo español siendo su madre isleña y su padre militar de aquel país. La respuesta de Martí, de forma abreviada, fue la siguiente: En mi infancia crecí casi entre soldados, […] Y un día, abismado en mis reflexiones, le pregunté a mi madre por qué ella no me trataba como los jefes a sus soldados,  por qué ella tenía suavidad para mí. Me respondió que yo era libre, y ellos eran subordinados y súbditos del Rey. Así nació quizás en mí la idea de la libertad. (1)

De la respuesta del Apóstol se desprende que la relación con su madre fue demasiado entrañable e intensa y desmiente con creces a esa leyenda negra que muchos han querido ver en la persistente queja de Doña Leonor por el destino revolucionario del hijo. Si bien es cierto que insistentemente reclamó de su vástago varón que se apartara de la lucha por los riesgos que traería a su seguridad y por los perjuicios que implicaba al bienestar de la familia, no faltó nunca su apoyo ni fue objeto de condena el esfuerzo que realizaba su primogénito en pos de la liberación de la patria. Aun cuando creía equivocado a su hijo, sentía verdadero orgullo por su condición de pensador y el don que poseía para entender y ser apreciado por las personas con las que se relacionaba. Ya viuda, viajó en noviembre de 1887 a Nueva York donde residía el hijo desde 1881.

El propio Martí relataría cómo en vísperas de la partida de su madre, ella lo seguía de una habitación a otra como si no quisiera separarse nunca de él. En aquella ocasión, Leonor aprovechó para llevarle un anillo grabado con la palabra CUBA, hecho con un eslabón de la cadena del grillete que llevó en presidio. ¿No fue ésta en cierto modo una aprobación al destino revolucionario que el hijo había elegido? Si este hecho no bastara, solo habría que recordar la carta de despedida a la madre, el 25 de marzo de 1895, en la que proclama: “¿por qué nací de Ud. con una vida que ama el sacrificio?”
En tan poco espacio no cabe enumerar lo mucho que influyó Doña Leonor en la formación ético-moral de Martí y del sufrimiento que deparó a éste no poder cumplir el deber de hijo que el papel de la familia de entonces demandaba; ese es el dolor que arrastrará toda su vida y que lo hará decir: “Nada me ha hecho verter tanta sangre como las imágenes dolientes de mis padres y mi casa”. (2)

José Martí tuvo en Leonor Pérez, la madre que trató de protegerlo y aspiró a convertirlo en el sostén de una familia, dónde él era el único, pues sólo tuvo hermanas. Muchos dolores por su pensamiento en el futuro vivieron en medio de aquella relación indispensable y de tantos laberintos que colocó en la vida al joven que ya tendría como su papel medular, el de Abdala, quien entregó en verso a su progenitora el decidido lugar por la conquista de la libertad de su patria, pero la propia vida de combatiente permanente le dio la oportunidad de admirar a otras madres que también quiso mucho. 

En ocasión del día tan especial merece ser recordada Paulina Pedroso, la madre negra de Martí.
En noviembre de 1891 en Tampa, la frágil salud de Martí fue cuidada por el médico cubano, Miguel Barbarrosa Márquez y Paulina, quien sentía un profundo cariño por él. Paulina ayudó a Martí en momentos muy difíciles para él tras el demoledor golpe de la Fernandina, expedición frustrada por la felonía de un traidor.

Había quedado Martí en un estado deprimido del que se levantó a duras penas. En ese grave momento Paulina y Ruperto, su esposo, tomaron la decisión de hipotecar la casa de huéspedes que tenían cómo único recurso para vivir, y se lo entregaron al Maestro, para ser fieles a la propuesta a la que Martí había dedicado toda su vida.

Luego de la muerte de Martí recibió una pensión del gobierno cubano que no le permitió vivir más que de la ayuda de otros emigrados. Ella murió el 21 de mayo de 1913. Ya había pedido a ellos que al desaparecer colocaran en su ataúd, una fotografía que Martí le envió. En ella estaba la emoción y el cariño que el Maestro tuvo por esa mujer. Se pudo leer en su mensaje de simples y profundas palabras: “A Paulina, mi madre negra”.

(1) Emilio Roig de Leuchsenring. Martí en España, Cultural S.A, La Habana, 1938, p. 39
(2) Carta a su hermana Amelia, de febrero 28 [de 1883], OC, Tomo 20, p. 308.


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