viernes, 10 de mayo de 2013

La primavera de las flores muertas



Clara Maylín Castillo   CULTURA / Eventos

La mayor expectativa de asistir a un evento de carácter tradicional consiste en esa emoción de revivir las experiencias más elementales de nuestra idiosincrasia, de extasiarse en un contexto que resuma la cubanía velada desde los tiempos de antaño, de regodearnos en la viva definición de lo que somos.

De expectativas con respecto a la Feria de las Flores oí hablar esta mañana en la prolongación de la calle bayamesa General García, claro, de las expectativas de los organizadores, pues las mías me habían abandonado ya, con toda razón, desde el inicio del espectáculo de apertura.


A aquella festividad surgida en el pasado siglo le hizo honor el mariachi Tierra Brava, con la interpretación de la ranchera “Aquí vine porque vine a la Feria de las Flores” de Jorge Negrete. Sin embargo, no tardó en sobrevenir el fiasco, representado por las 21 jóvenes aspirantes a Reina que en su mayoría – sin temor a lindar los desmanes – no tienen condiciones físicas para llevar sobre sus frentes la diadema del concurso.

Incluso la falta de esplendor corporal podría ser soslayada por los más dados a la misericordia, pero ignorar la carencia de un acervo cultural amplio, requisito del certamen, sería imperdonable a alguien que se precie de poseer un juicio crítico.

Quienes observaron la presentación de las concursantes, sus estalajes, convendrán conmigo en que no es necesario inquirirlas sobre la historia, las artes plásticas o la literatura para comprobar la vacuidad cognoscitiva imperante. Bastaba advertir la falta de tino a la hora de escoger el vestuario para reconocer no solo la inexistencia de un conocimiento, sino una voluntaria o involuntaria irreverencia ante la tradición.

Mi imaginación por lo general es bastante fructífera, pero debo confesar que tengo una estrechez mental con respecto al descalabro, porque nunca pensé ver como vestidos de las muchachas shores, chancletas, pitusas, blusas estampadas según el último grito de la moda (mejor dicho, el último chillido de la moda asimilada y chapuceada en el país), botines importados y cuantos ornamentos rigen hoy la imagen ordinaria de nuestros coterráneos. La visión era bastante pintoresca y el pensamiento posible uno solo: alguien, por mero pasatiempo, podía haber sacado un grupo de muchachas al azar de la Casa de la Fiesta o del centro recreativo Mi tumbao.

Unos diez minutos después de semejante presentación y de las palabras inaugurales, pronunciadas por Denia Montejo, Presidenta del Consejo Popular San Juan El Cristo, se hizo en el escenario un silencio de una media hora, un vacío que nadie agradeció teniendo en cuenta la impiedad del sol y las constantes voces de ultimátum del hastío.

Cuando por fin “se hizo la luz”, los problemas de audio se sumaron a los fallos y matizaron el ambiente mientras duró el espectáculo de la Casa de la Cultura “20 de Octubre”. En relación a tales actuaciones podría hacer una enumeración triste: interrupciones de números por dificultades del audio, lapsos demasiado extendidos entre las propuestas, bailes de danzón con el reiterado pitusa y, acaso lo peor, Gente de Zona, Yuli y Habana C y otras deidades de turno en la farándula nacional, acompañando las coreografías y sepultando el dulce recuerdo de nuestra música más tradicional. Durante todo ese tiempo pude sonreír solo una vez, cuando una colega buscaba vehementemente a quien dirigía el espectáculo, descubriendo al final que, para mi sorpresa, existía un guión.

Apartándome un tanto del aspecto escénico, debo apuntar que no encontré flores hermosas, variadas, en exposición, capaces de resaltar ante la retina humana como debía suceder en una Feria que las honra. Por lo demás, la gastronomía se lució allí con lo mismo de siempre, panes con mortadella, croqueta, refrescos, y como veta tradicional, como una de nuestras costumbres imprescindibles, se exhibió en venta una porción de un cerdo asado en una de las mesas, un cerdo que nadie sabe si fue asado en púa según la tradición y que cualquiera podía sospechar había sido dorado días antes.

En las palabras inaugurales del evento escuché aludir a los 500 años de la villa San Salvador de Bayamo. Luego, cuando presencié el naufragio y lo contrasté con la trascendencia de tal acontecimiento, comprobé que en determinados contextos es más saludable ahorrarse ciertas frases. Por qué justamente en vísperas del medio siglo de este terruño no se garantizó una arrancada digna a la Feria de las Flores, por qué hubo una actividad mediocre en lugar de un suceso marcado por las galas de la tradición, no son preguntas que yo esté capacitada para contestarme, pero sé que sus respuestas deben estar en los labios de alguien, tal vez para condenarse al silencio o para enmascararse con justificaciones. Lo cierto es que la insuficiencia de recursos no puede seguir apuntalando las roñosas fortificaciones de la incapacidad o la negligencia; debería dejar de ser la excusa que da vía libre a toda clase de despropósitos.

Por mi parte, agradecí al destino nunca haber estado en una edición anterior de la Feria para no compartir la decepción que se trabó en la garganta de otros. El tiempo perdido y la rápida caída de mis expectativas, fueron sanados a medias por una terapia enajenante, de notoria conmiseración, necesaria para garantizarme la supervivencia en tiempos de desgaste. Mi conclusión se redujo a un simple enunciado, discutible, pero ya cubierto con los velos del olvido: hoy en la mañana asistí a una parodia. 

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